El Papa en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
En esta celebración eucarística he dado gracias a Dios con vosotros,
pero también por vosotros: aquí la fe, después de los años de
persecución, ha hecho maravillas. Quisiera recordar a tantos cristianos
valientes, que han tenido fe en el Señor y han sido fieles en la
adversidad. A vosotros os digo, como hizo san Juan Pablo II, las
palabras del apóstol Pedro: «¡Honor a vosotros, que creéis!», (1 P 2,7; Homilía, Bakú, 23 Mayo 2002).
Nuestro pensamiento se dirige ahora a la Virgen María, venerada en
este país también por los no cristianos. Nos dirigimos a ella con las
palabras con las que el ángel Gabriel le anunció la buena noticia de la
salvación, que Dios había preparado para la humanidad.
Queridos fieles de Azerbaiyán, al resplandor de la luz que brilla en
el rostro materno de María, os dirijo un cordial saludo, alentándoos a
testimoniar con alegría la fe, la esperanza y la caridad, unidos entre
vosotros y con vuestros Pastores. Saludo y doy las gracias en particular
a la familia salesiana, que os cuida tanto y promueve diversas buenas
iniciativas, y a las Misioneras de la Caridad: Continuad con entusiasmo
vuestro trabajo al servicio de todos.
Encomendamos estos deseos a la intercesión de la Santísima Madre de
Dios e invocamos su protección sobre vuestras familias, los enfermos y
los ancianos, y sobre cuantos sufren en el cuerpo y en el espíritu.
[Angelus]
[Bendición]
Alguno puede pensar que el Papa pierde mucho tiempo: hacer tantos
kilómetros de viaje para visitar una pequeña comunidad de 700 personas,
en un país de dos millones... Además, no es una comunidad uniforme,
porque entre vosotros se habla azerí, italiano, inglés, español...
Muchas lenguas... Es una comunidad de periferia. Pero el Papa imita en
esto al Espíritu Santo: también él ha bajado del cielo en una comunidad
de periferia, cerrada en el Cenáculo. Y a esta comunidad, que tenía
miedo, se sentís pobre y tal vez perseguida o dejada de lado, le infunde
valor, fuerza, parresia para seguir adelante y proclamar el nombre de
Jesús. Y las puertas de aquella comunidad de Jerusalén, que estaban
cerradas por temor o vergüenza, se abren de par en par y sale la fuerza
del Espíritu. El Papa pierde tiempo como lo ha perdido el Espíritu Santo
en aquel tiempo.
Sólo dos cosas son necesarias: en aquella comunidad estaba la Madre
—nunca olvidar a la Madre—, y en aquella comunidad estaba la caridad, el
amor fraterno que el Espíritu Santo ha derramado sobre ellos. ¡Ánimo!
¡Adelante! ¡Go ahead! Sin miedo, ¡adelante!