Antonio Rivero, L.C
Textos: Ex 17, 8-13; 2 Tim 3, 14; 4, 2; Lc 18, 1-8
Idea principal: La oración de súplica.
Síntesis del mensaje: Lucas es también el evangelista de la oración.
Es el que más veces nos presenta a Jesús orando y enseñando cómo
debemos orar. El domingo pasado nos invitaba a dar gracias. Hoy, a la oración de súplica, como esa viuda a quien habían hecho una injusticia (evangelio). También Moisés en la primera lectura es modelo de oración
de súplica por su pueblo, acosado por los amalecitas. El salmo refuerza
este mensaje, pues toda ayuda nos vendrá del Señor, que nos guarda de
todo mal. Toda oración debe partir de la Palabra de Dios, que orienta y purifica nuestra oración de súplica (2ª lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ¿cómo debe ser nuestra oración de súplica para que Dios nos escuche? Nos responde santo Tomás en el proemio a la Oración dominical: “confiada, recta, ordenada, devota y humilde”. ¿Cómo debe ser, pues, nuestra oración? Primero, oración confiada.
Para que la súplica obtenga mayor resultado, en ella debe trasparecer
una confianza toda amorosa y humilde para provocar la misericordia de
Dios: “me invocará y lo escucharé” (Sal 90, 15). Dirá san Claudio de la Colombière: “los
que se cansan después de haber rogado durante un tiempo, carecen de
humildad o de confianza; y de este modo no merecen ser escuchados.
Parece como si pretendierais que se os obedezca al momento vuestra
oración como si fuera un mandato; ¿no sabéis que Dios resiste a los
soberbios y que se complace en los humildes? ¿Qué? ¿Acaso vuestro
orgullo no os permite sufrir que os hagan volver más de una vez para la
misma cosa? Es tener muy poca confianza en la bondad de Dios el
desesperar tan pronto, el tomar las menores dilaciones por rechazos
absolutos” (El abandono confiado a la Divina Providencia). Segundo, oración ordenada.
Es decir, debemos pedir las cosas en orden a la salvación eterna, y por
lo mismo, el vernos libres de caer en las tentaciones. Tercero, oración perseverante,
machacona, como la de la viuda del evangelio. La perseverancia es el
hábito que vigoriza la voluntad para que no abandone el camino del bien.
Y cuarto, oración devota. La devoción no es otra cosa que una voluntad pronta de entregarse a todo lo que pertenece al servicio de Dios.
En segundo lugar, ¿por qué nuestra oración no llega a Dios? Aquí están algunas de las causas. Primera, el hombre le dice a Dios: “Dame la tierra y quédate con el cielo”. Materialismo se llama esto. Nada, que pedimos a Dios cosas terrenas, de la tierra, tierra: salud y dinero, trabajo y suerte, aprobados y ascensos. ¿Y de las cosas espirituales: la gracia y la fe, fidelidad a Dios y honradez de conciencia, sentido de la justicia y de la Iglesia, vivencias de Dios e ilusión por los destinos eternos…? Segunda causa, el hombre le dice a Dios: “O me das la tierra o te quedas con el cielo”. Empecinamiento. Para algunos cristianos, la oración es una partida de “parcheese”. Entran en el templo, tiran los dados de su oración a rodar por el tablero mágico del altar y…Y una de dos: o les toca, y entonces malo, o no les toca, y entonces peor. Este no es el Dios auténtico, sino pagano. Oración comercial. Y tercera causa, el hombre le dice a Dios: “Dame el cielo y de la tierra ya hablaremos”. Esta oración sí llega al trono de Dios. Este hombre o mujer que así oran serán escuchados por Dios, y sabrán sobreponerse a esta sociedad materialista, hedonista, sexista, laicista, neopagana, decadente…y serán hijos de Dios, cuando la mayor parte de los hombres se quedan en hijos de hombres, del tiempo y del ocaso.
Finalmente, orar pidiendo algo a
Dios no significa dejarlo todo en sus manos y nosotros sentarnos en el
sillón de la pereza. Moisés, aunque hoy aparezca orando con los brazos
elevados, no es ciertamente una persona sospechosa de pereza e
inhibición. Fue el gran servidor y conductor activo del pueblo; pero
daba a la oración una importancia decisiva. Tampoco Jesús nos invita a
la pereza: en la parábola de los talentos queda claro que debemos hacer
rendir los talentos de Dios para bien de todos. También hoy queda claro
que Dios no está obligado a darnos lo que pedimos. Él sabe lo que
necesitamos. Será san Agustín quien nos dirá por qué Dios no nos
escucha, o nos escucha con el silencio. Y lo dice de forma lapidaria en
latín, su lengua, jugando con las palabras: “Cuando nuestra oración no es escuchada es porque: aut mali, aut male, aut mala. Mali, porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. Male, porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad. Mala, porque pedimos cosas malas, o van a resultar, por alguna razón, no convenientes para nosotros” (La ciudad de Dios, 20, 22). Jesús acaba su parábola con una pregunta desconcertante: “cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Sin la oración llena de fe, no moveremos las montañas de nuestros problemas y los de la humanidad y de la Iglesia.
Para reflexionar: ¿Qué significa orar en el nombre
de Jesús? ¿Qué significa orar sin cesar? ¿Qué es el poder de la oración?
¿Cómo es la oración una comunicación con Dios? ¿Cuál es la manera
correcta de orar? ¿Cuáles son algunos obstáculos para la oración
afectiva y efectiva? ¿La oración en silencio es bíblica? ¿Qué es la
oración intercesora y de súplica?
Para rezar: Ejemplo de oración de intercesión: “Se acercó Abraham y le dijo:—¿Destruirás también al justo con el impío?
Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás y no
perdonarás a aquel lugar por amor a los cincuenta justos que estén
dentro de él? Lejos de ti el hacerlo así, que hagas morir al
justo con el impío y que el justo sea tratado como el impío. ¡Nunca tal
hagas! El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Gn 18- 23-25).