El Papa ayer en la Audiencia General
“Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
El miércoles pasado hemos visto que san Pablo en la primera carta a
los Tesalonicenses, exhorta a mantenerse radicados en la esperanza de la
Resurrección.
Con esa hermosa palabra ‘estaremos siempre con el Señor’. En el mismo
contexto el Apóstol muesta que la esperanza cristiana no tiene
solamente una dimensión personal, individual, pero comunitaria y
eclesial. Todos nosotros esperamos, todos nosotros tenemos esperanza
también comunitariamente.
Por esto la mirada es rápidamente ampliada por Pablo a todas las
comunidades cristianas a las que pide que recen mutuamente unas por
otras y de apoyarse entre sí.
Ayudarse mutuamente. Pero no solo ayudarse en las necesidades, en las
tantas necesidades de la vida cotidiana, sino ayudarnos en la
esperanza, sostenernos en la esperanza.Y no es una casualidad que
empiece refiriéndose a aquellos a quienes se ha confiado la
responsabilidad y la guía pastoral.
Ellos son los primeros a ser llamados y a alimentar la esperanza, y
esto no porque sean mejores que los otros, sino en virtud de un
ministerio divino que va mucho más allá de sus fuerzas. Por eso
necesitan también el respeto, la comprensión y el apoyo benévolo de
todos.
La atención después es puesta en los hermanos que corren más peligro
de perder la esperanza, de caer en la desesperación. Nosotros tenemos
siempre noticias de gente que cae en la desesperación y hacen malas
cosas…La desesperación los lleva a tantas cosas malas”.
La referencia es a quien ha perdido el ánimo, a quien es débil, a
quien se siente abatido por el peso de la vida y de sus pecados y no
logra más levantarse.
En estos casos, la cercanía y el calor de toda la Iglesia deben ser
aún más intensos y amorosos tomando la forma particular de la compasión,
que no es sentir lástima: la compasión es padecer con el otro,
acercarse al que sufre; una palabra, una caricia pero que salgan del
corazón: esto es compasión.
Para quien necesita conforto de la consolación. Esto es de suma
importancia: la esperanza cristiana no puede prescindir de la caridad
genuina y concreta. El mismo Apóstol de los gentiles, en la Carta a los
Romanos, dice con el corazón en la mano: “‘sotros, los que somos fuertes
–que tenemos la fe, la esperanza o no tenemos tantas dificultades–
tenemos el deber de llevar las flaquezas de los débiles sin complacernos
a nosotros mismos’.
Llevar, llevar las debilidades de los demás. Este testimonio no
permanece encerrado en los confines de la comunidad cristiana: resuena
en toda su fuerza también fuera de ella, en el contexto social y civil,
como una llamada a no crear muros sino puentes, a no devolver mal por
mal, sino a vencer el mal con el bien, la ofensa con el perdón. El
cristiano nunca puede decir: ¡me la pagarás!, nunca; la ofensa se vence
con el perdón, para vivir en paz con todos. ¡Esta es la Iglesia! Y así
obra la esperanza cristiana, cuando asume los rasgos fuertes y al mismo
tiempo tiernos del amor.
El amor es fuerte y tierno”. Es bello. Se entiende entonces que no se
aprende a esperar solos. Nadie aprende a esperar solo. No es posible.
La esperanza, para alimentarse tiene necesidad de un “cuerpo” en el que
todos los miembros se sostienen y se animan mutuamente. Esto entonces
significa que si tenemos esperanza es porque muchos de nuestros hermanos
y hermanas nos han enseñado la esperanza y han mantenido viva nuestra
esperanza.
Y entre estos están los pequeños, los pobres, los sencillos, los
marginados. Sí, porque no conoce la esperanza quien se encierra en su
propio bienestar: espera solo en su bienestar y eso no es esperanza, es
seguridad relativa; no conoce la esperanza quien se cierra en su propia
satisfacción, quien siente siempre que está bien… Tienen esperanza en
cambio uienes experimentan todos los días las pruebas, la precariedad y
sus propios límites.
Son estos hermanos nuestros los que nos dan el testimonio más
hermoso, más fuerte, porque se mantienen firmes confiando en el Señor,
sabiendo que más allá de la tristeza, de la opresión y de la
inevitabilidad de la muerte, la última palabra será suya, y será una
palabra de misericordia, de vida y de paz.
Quien espera, espera escuchar un día estas palabras: “Ven, ven a mi,
hermano; ven, hermana, para toda la eternidad”. Queridos amigos, si como
hemos dicho la demora habitual de la esperanza es un ‘cuerpo’
solidario, en el caso de la esperanza cristiana este cuerpo es la
Iglesia, mientras que el aliento vital, el alma de esta esperanza es el
Espíritu Santo.
Sin el Espíritu Santo no es posible tener esperanza. Por eso el
apóstol Pablo nos invita al final a invocarlo continuamente. Si no es
fácil creer, mucho menos es esperar.
Es más difícil esperar que creer, es más difícil. Pero cuando el
Espíritu Santo vive en nuestros corazones, es Él a hacernos entender que
no hay que temer, que el Señor está cerca y nos cuida; y es Él quien
modela nuestras comunidades, en un perenne Pentecostés, como signos
vivos de esperanza para la familia humana. Gracias”.