Isaías, 7-10: Cuando compartas tu pan con el hambriento, brillará tu luz en las tinieblas”
Salmo 111: “El justo brilla como una luz en las tinieblas”
Corintios 2, 1-5: “Les he anunciado a Cristo crucificado”
San Mateo 5, 13-16: “Ustedes son la luz del mundo”
Salmo 111: “El justo brilla como una luz en las tinieblas”
Corintios 2, 1-5: “Les he anunciado a Cristo crucificado”
San Mateo 5, 13-16: “Ustedes son la luz del mundo”
Todo se conjugó para provocar el estrepitoso
accidente: la impericia de la jovencita, el profundo barranco y la luz
deslumbrante que el enorme camión, en el momento en que era rebasado,
encendió intempestivamente. Gracias a Dios, a pesar de dar varias
volteretas y de dejar su vehículo destrozado, la joven sobrevive con
algunos huesos rotos, y desde el hospital comenta la terrible
experiencia. “Iba manejando en una noche muy oscura pero todo parecía
normal. Cuando intenté rebasar un tráiler de doble remolque, se encendió
un reflector lateral, no sé si para prevenirme del destrozo de la
carretera o si por maldad. Quedé cegada momentáneamente y cuando me
percaté ya era muy tarde para frenarme o desviarme. Di volteretas y no
sé cómo logré sobrevivir. En mis momentos de inconsciencia o desvaríos
me lastima mis ojos la deslumbrante luz que no me permitió ver el
peligro”. Hay luces que iluminan, hay luces que ciegan.
Después de haber proclamado a los cuatro vientos las
maravillosas bienaventuranzas que trastocan todos los valores del mundo,
Jesús indica a sus discípulos el sentido profundo que debe tener cada
una de sus acciones: ser sal y ser luz. Ser sal tiene un profundo
significado y con esta imagen Cristo define a sus seguidores. Mientras
la sociedad se adormece en la rutina de aburrimiento y pierde el sentido
de la vida, Cristo exige ser sal. Debe ser un rasgo característico de
los discípulos el saber dar sabor a la vida. Para las gentes sencillas
esta imagen está muy cercana y es fácil captar todo el simbolismo y
entender que el Evangelio infunde una energía y da un sabor especial a
la vida. Sin embargo parecería que a muchos la fe se les ha vuelto sosa,
avinagrada y acartonada, y les ha faltado dinamismo y entusiasmo para
llevar con alegría el Evangelio. Hay la constante queja de que la
Iglesia ha perdido su dinamismo, su energía y su vitalidad. Y no se
pretende que la Iglesia se acomode al desenfrenado mundo moderno, sino
que ofrezca esa esperanza y esa alegría de quien ha encontrado a Cristo.
Una de nuestras tareas actuales será la de volver a “salar” nuestra fe
al calor del Evangelio, de la oración y del clima de la comunidad
fraterna.
Pero junto a este sentido de la sal como sabor, al
que quizás las comunidades judías no daban tanta importancia, debemos
también recuperar el sentido que para ellos era más significativo: la
conservación de los alimentos que lleva implícito el símbolo de la
fidelidad, de la no corrupción. Por eso una “alianza de sal”, como se
proclama varias veces en el Antiguo Testamento, es una alianza duradera
que asegura la permanencia y la fidelidad del pueblo elegido al que Dios
nunca falla. Cuando Jesús afirma que los discípulos deben ser sal, les
indica que entren al mundo pero en alianza con Dios y que mantengan en
el mundo las exigencias de la justicia verdadera que evitará que las
comunidades se estanquen en la mediocridad y en la injusticia. Pequeña,
sencilla y humilde es la sal, pero debe dar sabor, conservar y dinamizar
a toda la sociedad. Para ello se requieren dos condiciones muy claras:
no encerrarse en sí misma porque quedará hecha terrón y producirá un
sabor terrible; y disolverse en el alimento para dar sabor. El discípulo
no puede permanecer encerrado en sí mismo porque dañaría tanto a la
comunidad como al Evangelio, y su labor consiste en “deshacerse” en
verdadero servicio como lo exige Isaías en la primera lectura: “Comparte
tu pan con el hambriento, abre tu casa al pobre y sin techo, viste al
desnudo y no des la espalda a tu hermano”.
Las obras nacen del amor y son signo del amor. Deben
manifestar el amor y no ser ocasión de prestigio o de negocios. Ser luz
es cuestión de amor y sólo en el amor se puede iluminar a los demás. No
es el signo de superioridad y ni la señal de sabiduría que muchos
quisieran adoptar, como si hicieran el favor de iluminar a los demás.
No, la luz brota de dentro y va mucho más allá de la sabiduría humana.
La luz está tomada del mismo Jesús que se ha convertido en la luz
verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Sus
discípulos sólo podemos ser luz si tomamos su luz, si nos dejamos
encender de su pasión, si disipamos nuestras tinieblas con su palabra.
Isaías nos da la pista segura para ser luz: “Cuando renuncies a oprimir a
los demás y destierres de ti el gesto amenazador y la palabra ofensiva,
cuando compartas tu pan con el hambriento y sacies la necesidad del
humillado, brillará tu luz en las tinieblas y tu oscuridad será como el
mediodía”. La luz está viva y comprometida con el sufrimiento de los
hermanos, no es la luz artificial que se enciende para que los demás la
vean. Es la luz que brota desde el interior, espontánea, como una
fuente, porque está llena de amor. Están tan concretas las obras de la
luz que siempre serán la piedra de toque para distinguir si alguien es
discípulo del Señor.
En estos momentos hay muchas dudas e inseguridades,
suicidios y vidas absurdas, que no podremos disipar con ideas brillantes
sino con compromisos serios a favor de los que han sido reducidos a la
miseria y a la discriminación. Hay quien ya no cree en nada y va
cargando con fastidio su vida. El discípulo puede dar sentido, sabor y
luz a todo el que se encuentra desencantado. Comencemos con los más
cercanos, porque estamos dispuestos a ser luz de las naciones, luchando y
manifestándonos por las guerras extranjeras, pero no somos capaces de
exigirnos nuestro tiempo y nuestra aportación para los que están junto a
nosotros y en nuestra casa. Somos candil de la calle y oscuridad de la
casa. Somos reflectores que deslumbran y corazones en tinieblas. ¡Así no
somos verdaderos discípulos! Nos quejamos amargamente de la oscuridad
que reina en nuestro ambiente pero no somos capaces ni de encender un
cerillo para disipar las tinieblas. El compromiso es grande y tendremos
que reflexionar seriamente cómo estamos siendo luz en nuestro mundo,
cómo estamos dando sentido y sabor a nuestras vidas y a las vidas de los
cercanos, y cómo estamos contagiando de Evangelio a quienes se acercan a
nosotros.
Señor, que tu luz ilumine nuestras tinieblas, y
que podamos dar sentido y sabor a nuestras vidas con la luz de tu
evangelio. Amén.