2/04/17

V Domingo Ordinario: Sal y luz

Isaías, 7-10: Cuando compartas tu pan con el hambriento, brillará tu luz en las tinieblas”
Salmo 111: “El justo brilla como una luz en las tinieblas”
Corintios 2, 1-5: “Les he anunciado a Cristo crucificado”
San Mateo 5, 13-16: “Ustedes son la luz del mundo”

Todo se conjugó para provocar el estrepitoso accidente: la impericia de la jovencita, el profundo barranco y la luz deslumbrante que el enorme camión, en el momento en que era rebasado, encendió intempestivamente. Gracias a Dios, a pesar de dar varias volteretas y de dejar su vehículo destrozado, la joven sobrevive con algunos huesos rotos, y desde el hospital comenta la terrible experiencia. “Iba manejando en una noche muy oscura pero todo parecía normal. Cuando intenté rebasar un tráiler de doble remolque, se encendió un reflector lateral, no sé si para prevenirme del destrozo de la carretera o si por maldad. Quedé cegada momentáneamente y cuando me percaté ya era muy tarde para frenarme o desviarme. Di volteretas y no sé cómo logré sobrevivir. En mis momentos de inconsciencia o desvaríos me lastima mis ojos la deslumbrante luz que no me permitió ver el peligro”. Hay luces que iluminan, hay luces que ciegan.
Después de haber proclamado a los cuatro vientos las maravillosas bienaventuranzas que trastocan todos los valores del mundo, Jesús indica a sus discípulos el sentido profundo que debe tener cada una de sus acciones: ser sal y ser luz. Ser sal tiene un profundo significado y con esta imagen Cristo define a sus seguidores. Mientras la sociedad se adormece en la rutina de aburrimiento y pierde el sentido de la vida, Cristo exige ser sal. Debe ser un rasgo característico de los discípulos el saber dar sabor a la vida. Para las gentes sencillas esta imagen está muy cercana y es fácil captar todo el simbolismo y entender que el Evangelio infunde una energía y da un sabor especial a la vida. Sin embargo parecería que a muchos la fe se les ha vuelto sosa, avinagrada y acartonada, y les ha faltado dinamismo y entusiasmo para llevar con alegría el Evangelio. Hay la constante queja de que la Iglesia ha perdido su dinamismo, su energía y su vitalidad. Y no se pretende que la Iglesia se acomode al desenfrenado mundo moderno, sino que ofrezca esa esperanza y esa alegría de quien ha encontrado a Cristo. Una de nuestras tareas actuales será la de volver a “salar” nuestra fe al calor del Evangelio, de la oración y del clima de la comunidad fraterna.
Pero junto a este sentido de la sal como sabor, al que quizás las comunidades judías no daban tanta importancia, debemos también recuperar el sentido que para ellos era más significativo: la conservación de los alimentos que lleva implícito el símbolo de la fidelidad, de la no corrupción. Por eso una “alianza de sal”, como se proclama varias veces en el Antiguo Testamento, es una alianza duradera que asegura la permanencia y la fidelidad del pueblo elegido al que Dios nunca falla. Cuando Jesús afirma que los discípulos deben ser sal, les indica que entren al mundo pero en alianza con Dios y que mantengan en el mundo las exigencias de la justicia verdadera que evitará que las comunidades se estanquen en la mediocridad y en la injusticia. Pequeña, sencilla y humilde es la sal, pero debe dar sabor, conservar y dinamizar a toda la sociedad. Para ello se requieren dos condiciones muy claras: no encerrarse en sí misma porque quedará hecha terrón y producirá un sabor terrible; y disolverse en el alimento para dar sabor. El discípulo no puede permanecer encerrado en sí mismo porque dañaría tanto a la comunidad como al Evangelio, y su labor consiste en “deshacerse” en verdadero servicio como lo exige Isaías en la primera lectura: “Comparte tu pan con el hambriento, abre tu casa al pobre y sin techo, viste al desnudo y no des la espalda a tu hermano”.
Las obras nacen del amor y son signo del amor. Deben manifestar el amor y no ser ocasión de prestigio o de negocios. Ser luz es cuestión de amor y sólo en el amor se puede iluminar a los demás. No es el signo de superioridad y ni la señal de sabiduría que muchos quisieran adoptar, como si hicieran el favor de iluminar a los demás. No, la luz brota de dentro y va mucho más allá de la sabiduría humana. La luz está tomada del mismo Jesús que se ha convertido en la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Sus discípulos sólo podemos ser luz si tomamos su luz, si nos dejamos encender de su pasión, si disipamos nuestras tinieblas con su palabra. Isaías nos da la pista segura para ser luz: “Cuando renuncies a oprimir a los demás y destierres de ti el gesto amenazador y la palabra ofensiva, cuando compartas tu pan con el hambriento y sacies la necesidad del humillado, brillará tu luz en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía”. La luz está viva y comprometida con el sufrimiento de los hermanos, no es la luz artificial que se enciende para que los demás la vean. Es la luz que brota desde el interior, espontánea, como una fuente, porque está llena de amor. Están tan concretas las obras de la luz que siempre serán la piedra de toque para distinguir si alguien es discípulo del Señor.
En estos momentos hay muchas dudas e inseguridades, suicidios y vidas absurdas, que no podremos disipar con ideas brillantes sino con compromisos serios a favor de los que han sido reducidos a la miseria y a la discriminación. Hay quien ya no cree en nada y va cargando con fastidio su vida. El discípulo puede dar sentido, sabor y luz a todo el que se encuentra desencantado. Comencemos con los más cercanos, porque estamos dispuestos a ser luz de las naciones, luchando y manifestándonos por las guerras extranjeras, pero no somos capaces de exigirnos nuestro tiempo y nuestra aportación para los que están junto a nosotros y en nuestra casa. Somos candil de la calle y oscuridad de la casa. Somos reflectores que deslumbran y corazones en tinieblas. ¡Así no somos verdaderos discípulos! Nos quejamos amargamente de la oscuridad que reina en nuestro ambiente pero no somos capaces ni de encender un cerillo para disipar las tinieblas. El compromiso es grande y tendremos que reflexionar seriamente cómo estamos siendo luz en nuestro mundo, cómo estamos dando sentido y sabor a nuestras vidas y a las vidas de los cercanos, y cómo estamos contagiando de Evangelio a quienes se acercan a nosotros.
Señor, que tu luz ilumine nuestras tinieblas, y que podamos dar sentido y sabor a nuestras vidas con la luz de tu evangelio. Amén.