Encuentro promovido por el Movimiento de los Focolares
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra daros la bienvenida como representantes de un proyecto en el que estoy desde hace tiempo realmente interesado. Saludo cordialmente a cada uno de vosotros y agradezco, en particular las amables palabras de vuestro coordinador, el profesor Luigino Bruni y también por los testimonios que he escuchado.
Economía y comunión. Dos palabras que la cultura actual mantiene separadas y, a menudo considera opuestas. Dos palabras que, en cambio, vosotros habéis unido recogiendo la invitación que hace veinticinco años os dirigió Chiara Lubich, en Brasil, cuando, ante el escándalo de la desigualdad en la ciudad de San Pablo, pidió a los empresarios que se convirtiesen en agentes de comunión. Invitándoos a ser creativos, competentes, pero no sólo eso. Vosotros consideráis al empresario como agente de comunión. Al injertar en la economía la buena semilla de la comunión, habéis comenzado un cambio profundo en la manera de ver y vivir la empresa. La empresa no solo puede no destruir la comunión entre las personas, sino que puede construirla, puede promoverla. Con vuestra vida demostráis que la economía y la comunión son más hermosas cuando están una al lado de la otra. Más bella la economía, por supuesto, pero aún más hermosa la comunión, porque la comunión espiritual de los corazones es aún más plena más cuando se convierte en comunión de los bienes, de los talento, de los beneficios.
Pensando en vuestro compromiso, me gustaría deciros hoy tres cosas.
La primera se refiere al dinero. Es muy importante que en el corazón de la economía de comunión esté la comunión de vuestros útiles. La economía de comunión es también comunión de los beneficios, expresión de la comunión de la vida. A menudo he hablado del dinero como un ídolo. La Biblia nos lo dice de diferentes maneras. No es casualidad que la primera acción pública de Jesús, en el Evangelio de Juan, sea la expulsión de los mercaderes del templo (cf. 2.13 a 21). No se puede entender el nuevo Reino que trae Jesús si no nos liberamos de los ídolos, de los cuales uno de los más poderosos es el dinero. ¿Cómo, entonces, se puede ser un mercader que Jesús no expulsa? El dinero es importante, sobre todo cuando no hay y de él depende la comida, la escuela, el futuro de los hijos. Pero se convierte en ídolo cuando pasa a ser el fin. La avaricia, que no por casualidad es un pecado capital, es pecado de idolatría, porque la acumulación de dinero de por sí se convierte en el fin de las propias acciones. Fue Jesús mismo el que dio categoría de “señor” al dinero: “Ninguno puede servir a dos señores, a dos patrones”. Son dos:Dios o el dinero, el anti-Dios, el ídolo. Fue lo que dijo Jesús. Al mismo nivel de opción. Pensadlo.
Cuando el capitalismo hace de la búsqueda de beneficios su única finalidad, corre el riesgo de convertirse en una estructura idólatra, en una forma de culto. La diosa de la “fortuna” es cada vez más la nueva deidad de una cierta finanza y de todo ese sistema del juego de azar que está destruyendo a millones de familias en todo el mundo, y al que vosotros os oponéis con razón. Este culto idólatra es un sustituto de la vida eterna. Los productos (automóviles, teléfonos …) envejecen y se consumen, pero si tengo el dinero o el crédito puedo comprar inmediatamente otros, haciéndome la ilusión de superar la muerte.
Podemos entender, entonces, el valor ético y espiritual de vuestra elección de poner los beneficios en común. El modo mejor y más concreto de no hacer un ídolo del dinero es compartirlo con los demás, especialmente con los pobres, o para hacer estudiar y trabajar a los jóvenes, venciendo la tentación idolátrica con la comunión. Cuando repartís y compartís vuestros beneficios, lleváis a cabo un acto de alta espiritualidad, diciendo con los hechos al dinero: Tu no eres Dios, tu no eres señor, tu no eres patrón. Y no os olvideis de esa alta filosofía y esa alta teología que hacia decir a nuestras abuelas: “El diablo entra por los bolsillos”. No os olvidéis de esto.
La segunda cosa que quiero decir atañe a la pobreza, un tema central en vuestro movimiento.
En la actualidad hay muchas iniciativas, públicas y privadas, para combatir la pobreza. Y todo esto, por un lado, es un crecimiento de humanidad. En la Biblia, los pobres, los huérfanos, las viudas, los “descartes” de las sociedades de la época, se ayudaban con el diezmo y espigando el grano. Pero la mayoría del pueblo seguía siendo pobre, esas ayudas no eran suficientes para alimentar y curar a todos. Los “descartes” de la sociedad seguían siendo muchos. Hoy hemos inventado otras formas de cuidar , alimentar, educar a los pobres, y algunas de las semillas de la Biblia han florecido en las instituciones más eficaces que las antiguas. La razón de los impuestos estriba también en esta solidaridad, que es negada por la evasión y el fraude fiscal, que, antes de ser actos ilegales son actos que niegan la ley básica de la vida: la ayuda mutua.
Pero – y esto nunca se repetirá lo suficiente – el capitalismo sigue produciendo los descartes que luego quisiera curar. El principal problema ético de este capitalismo es la generación de descartes para después tratar de ocultarlos o de curarlos para que no se vean. Una grave prueba de la pobreza de una civilización es la incapacidad de ver a sus pobres, que antes se descartan y luego se ocultan.
Los aviones contaminan la atmósfera, pero con una pequeña parte del dinero del billete se plantarán árboles para compensar una parte del daño causado. Las empresas del juego de azar financian campañas para el tratamiento de los ludópatas que crean. Y el día en que las empresas de armas financien hospitales para tratar a los niños mutilados por las bombas, el sistema habrá alcanzado su punto culminante. Esta es la hipocresía
La economía de comunión, si quiere ser fiel a su carisma, no sólo debe ocuparse de las víctimas, sino construir un sistema en el que las víctimas sean cada vez menos, en el que, a ser posible ya no existan. Hasta que la economía siga produciendo una sola víctima y haya una persona descartada, no se habrá realizado la comunión, la fiesta de la fraternidad universal no será plena.
Es necesario, pues, apuntar a cambiar las reglas del juego sistema económico-social. No es suficiente imitar al buen samaritano del Evangelio. Por supuesto, cuando un empresario o cualquier persona se encuentra con una víctima, está llamado a cuidarla, y tal vez, como el buen samaritano, también a asociar el mercado (el hospedero) a su acción de fraternidad. Yo sé que vosotros intentáis hacerlo desde hace 25 años. Pero es necesario en primer lugar actuar antes de que el hombre se tope con los bandidos, luchando contra las estructuras de pecado que producen bandidos y víctimas. Un empresario que es sólo un buen samaritano hace solamente la mitad de su deber: cura a las víctimas de hoy, pero no reduce las de mañana. Para la comunión es necesario imitar al Padre misericordioso de la parábola del hijo pródigo y esperar a los hijos en casa, a los trabajadores y colaboradores que se han equivocado, y allí abrazarlos y hacer fiesta -con ellos y para ellos – y no dejarse bloquear la meritocracia invocada por el hijo mayor y por tantos, que en nombre de los méritos niegan la misericordia. Un empresario de comunión está llamado a hacer todo lo posible para que incluso los que cometen errores y dejan su casa, puedan esperar en un trabajo y unos ingresos decentes, y no encontrarse a comer con los cerdos. Ningún hijo, ningún hombre, ni siquiera el más rebelde, se merece las bellotas.
Por último, la tercera cosa se refiere al futuro. Estos 25 años de vuestra historia dicen que comunión y empresa pueden convivir y crecer juntas. Una experiencia que por ahora se limita a un pequeño número de empresas, muy pequeño en comparación con el gran capital del mundo. Pero los cambios en el orden del espíritu y, por tanto, de la vida no están relacionados con grandes números. El pequeño rebaño, la lámpara, una moneda, un cordero, una perla, la sal, la levadura: estas son las imágenes del Reino que nos encontramos en los Evangelios. Y los profetas han anunciado la nueva era de la salvación indicando el signo de un niño, Emmanuel, y hablándonos de un “resto” fiel, un pequeño grupo.
No hace falta ser muchos para cambiar nuestras vidas: es bastante que la sal y la levadura no se desnaturalicen. El gran trabajo por hacer es tratar de no perder el “principio activo” que los anima: la sal no cumple su función creciendo en cantidad; de hecho, el exceso de sal vuelve a la masa salada, sino salvando su “alma”, es decir su calidad . Todas las veces que las personas, las naciones, e incluso la Iglesia han pensado en salvar al mundo creciendo en número, han producido estructuras de poder, olvidándose de los pobres. Salvemos nuestra economía, permaneciendo simplemente sal y levadura: un trabajo difícil, porque todo caduca con el paso del tiempo. ¿Cómo no perder el ingrediente activo, la “enzima” de comunión?
Cuando no había frigoríficos para conservar la levadura madre del pan se daba a la vecina un poco de la propia masa fermentada, y cuando había que amasar pan otra vez, se recibía un puñado de pasta fermentada de esa mujer o de otra que lo había recibido a su vez. Es la reciprocidad. La comunión no es sólo división sino también multiplicación de los bienes, creación de un nuevo pan, de nuevos bienes, del nuevo Bien con mayúscula. El principio vivo del Evangelio permanece activo sólo cuando lo damos porque es amor, y el amor es activo cuando amamos, no cuando escribimos romances o vemos telenovelas. Si en cambio lo mantenemos celosamente todo y sólo para nosotros, enmohece y muere. El evangelio puede enmohecer. La economía de comunión tendrá futuro si la daréis a todos y no se quedará sólo en vuestra “casa”. Dádsela a todos, y antes que a ninguno a los pobres y a los jóvenes, que son los que más necesitan y saben cómo hacer fecundo el don recibido! Para tener vida en abundancia, hay que aprender a dar no sólo los beneficios de las empresas, sino a vosotros mismos. El primer regalo del empresario es su propia persona: vuestro dinero, aunque importante, es demasiado poco. El dinero no salva si no va acompañado por el don de la persona. La economía de hoy, los pobres, los jóvenes necesitan en primer lugar de vuestra alma, de vuestra fraternidad respetuosa y humilde, de vuestra voluntad de vivir, y sólo después de vuestro dinero.
El capitalismo conoce la filantropía, no la comunión. Es fácil donar una parte de los beneficios, sin abrazar y tocar a las personas que reciben esas “migajas”. En cambio, incluso cinco panes y dos peces pueden alimentar a la multitud si con ellos compartimos nuestras vidas. En la lógica del Evangelio, si no se da todo, nunca se da bastante.
Todas estas cosas ya las hacéis. Pero podáis compartir más aún los beneficios para luchar contra la idolatría, cambiar las estructuras para prevenir la creación de víctimas y de descartes; dar más de vuestra levadura para que suba el pan. El “no” a una economía que mata se convierta en un “sí” a una economía que hace vivir, porque comparte, incluye a los pobres, usa los beneficios para crear comunión.
Os deseo que sigáis vuestro camino, con coraje, humildad y alegría; alegría: “Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9,7). Dios ama vuestros beneficios y talentos dados con alegría. Ya lo hacéis; podéis hacerlo todavía más.
Os deseo que sigáis siendo semilla, sal y levadura de otra economía: la economía del Reino, donde los ricos saben compartir su riqueza, y los pobres … y los pobres son llamados bienaventurados.Gracias.