Mensaje del Papa a los Movimientos populares reunidos en California
“Queridos Hermanos:
Quisiera, ante todo, felicitarlos por el esfuerzo de reproducir a
nivel nacional el trabajo que vienen desarrollando en los Encuentros
Mundiales de Movimientos Populares. Quiero, a través de esta carta,
animar y fortalecer a cada uno de ustedes, a sus organizaciones y a
todos los que luchan por las tres T: “tierra, techo y trabajo”. Los
felicito por todo lo que hacen.
Quisiera agradecer a la Campaña Católica para el Desarrollo Humano, a
su presidente Mons. David Talley y a los Obispo anfitriones Stephen
Blaire, Armando Ochoa y Jaime Soto, por el decidido apoyo que han
prestado a este encuentro. Gracias Cardenal Turkson por seguir
acompañando a los movimientos populares desde el nuevo Dicasterio para
el Servicio del Desarrollo Humano Integral. ¡Me alegra tanto verlos
trabajar juntos por la justicia social! Cómo quisiera que en todas las
diócesis se contagie esta energía constructiva, que tiende puentes entre
los Pueblos y las personas, puentes capaces de atravesar los muros de
la exclusión, la indiferencia, el racismo y la intolerancia.
También quisiera destacar el trabajo de la Red Nacional PICO y las
organizaciones promotoras de este encuentro. Supe que PICO significa
“personas mejorando sus comunidades a través de la organización”. Qué
buena síntesis de la misión de los movimientos populares: trabajar en lo
cercano, junto al prójimo, organizados entre ustedes, para sacar
adelante nuestras comunidades.
Hace pocos meses, en Roma, hemos hablado de los muros y del miedo; de
los puentes y el amor. No quiero repetirme: estos temas desafían
nuestros valores más profundos.
Sabemos que ninguno de estos males comenzó ayer. Hace tiempo
enfrentamos la crisis del paradigma imperante, un sistema que causa
enormes sufrimientos a la familia humana, atacando al mismo tiempo la
dignidad de las personas y nuestra Casa Común para sostener la tiranía
invisible del Dinero que sólo garantiza los privilegios de unos pocos.
“La humanidad vive un giro histórico”[1].
A los cristianos y a todas las personas de buena voluntad nos toca
vivir y actuar en este momento. Es “una responsabilidad grave, ya que
algunas realidades del mundo presente, si no son bien resueltas, pueden
desencadenar procesos de deshumanización difíciles de revertir más
adelante”. Son los “signos de los tiempos” que debemos reconocer para
actuar. Hemos perdido tiempo valioso sin prestarles suficiente atención,
sin resolver estas realidades destructoras. Así los procesos de
deshumanización se aceleran. De la participación protagónica de los
pueblos y en gran medida de ustedes, los movimientos populares, depende
hacia dónde se dirige ese giro histórico, cómo se resuelve esta crisis
que se agudiza.
No debemos quedar paralizados por el miedo pero tampoco quedar
aprisionados en el conflicto. Hay que reconocer el peligro pero también
la oportunidad que cada crisis supone para avanzar hacia una síntesis
superadora. En el idioma chino, que expresa la ancestral sabiduría de
ese gran pueblo, la palabra crisis se compone de dos ideogramas: Wēi que
representa el peligro y Jī que representa la oportunidad.
El peligro es negar al prójimo y así, sin darnos cuenta, negar su
humanidad, nuestra humanidad, negarnos a nosotros mismos, y negar el más
importante de los mandamientos de Jesús. Esa es la deshumanización.
Pero existe una oportunidad: que la luz del amor al prójimo ilumine la
Tierra con su brillo deslumbrante como un relámpago en la oscuridad, que
nos despierte y la verdadera humanidad brote con esa empecinada y
fuerte resistencia de lo auténtico.
Hoy resuena en nuestros oídos la pregunta que el abogado le hace a
Jesús en el Evangelio de Lucas «¿Y quién es mi prójimo?» ¿Quién es aquel
al cual se debe amar como a sí mismo? Tal vez esperaba una respuesta
cómoda para poder seguir con su vida “¿serán mis parientes? ¿Mis
connacionales? ¿Aquellos de mi misma religión?…”. Tal vez quería llevar a
Jesús a exceptuarnos de la obligación de amar a los paganos o los
extranjeros considerados impuros en aquel tiempo. Este hombre quiere una
regla clara que le permita clasificar a los demás en “prójimo” y “no
prójimo”, en aquellos que pueden convertirse en prójimos y en aquellos
que no pueden hacerse prójimos[2].
Jesús responde con una parábola que pone en escena a dos figuras de
la élite de aquel entonces y a un tercer personaje, considerado
extranjero, pagano e impuro: el samaritano. En el camino de Jerusalén a
Jericó el sacerdote y el levita se encuentran con un hombre moribundo,
que los ladrones han asaltado, robado, apaleado y abandonado.
La Ley del Señor en situaciones símiles preveía la obligación de
socorrerlo, pero ambos pasan de largo sin detenerse. Tenían prisa. Pero
el samaritano, aquel despreciado, aquel sobre quien nadie habría
apostado nada, y que de todos modos también él tenía sus deberes y sus
cosas por hacer, cuando vio al hombre herido, no pasó de largo como los
otros dos, que estaban relacionados con el Templo, sino «lo vio y se
conmovió» (v.33).
El samaritano se comporta con verdadera misericordia: venda las
heridas de aquel hombre, lo lleva a un albergue, lo cuida personalmente,
provee a su asistencia. Todo esto nos enseña que la compasión, el amor,
no es un sentimiento vago, sino significa cuidar al otro hasta pagar
personalmente. Significa comprometerse cumpliendo todos los pasos
necesarios para “acercarse” al otro hasta identificarse con él: «amaras a
tu prójimo como a ti mismo». Este es el mandamiento del Señor[3].
Las heridas que provoca el sistema económico que tiene al centro al
dios dinero y que en ocasiones actúa con la brutalidad de los ladrones
de la parábola, han sido criminalmente desatendidas. En la sociedad
globalizada, existe un estilo elegante de mirar para otro lado que se
practica recurrentemente: bajo el ropaje de lo políticamente correcto o
las modas ideológicas, se mira al que sufre sin tocarlo, se lo televisa
en directo, incluso se adopta un discurso en apariencia tolerante y
repleto de eufemismos, pero no se hace nada sistemático para sanar las
heridas sociales ni enfrentar las estructuras que dejan a tantos
hermanos tirados en el camino. Esta actitud hipócrita, tan distinta a la
del samaritano, manifiesta la ausencia de una verdadera conversión y un
verdadero compromiso con la humanidad.
Se trata de una estafa moral que, tarde o temprano, queda al
descubierto, como un espejismo que se disipa. Los heridos están ahí, son
una realidad. El desempleo es real, la violencia es real, la corrupción
es real, la crisis de identidad es real, el vaciamiento de las
democracias es real. La gangrena de un sistema no se puede maquillar
eternamente porque tarde o temprano el hedor se siente y, cuando ya no
puede negarse, surge del mismo poder que ha generado este estado de
cosas la manipulación del miedo, la inseguridad, la bronca, incluso la
justa indignación de la gente, transfiriendo la responsabilidad de todos
los males a un “no prójimo”. No estoy hablando de personas en
particular, estoy hablando de un proceso social que se desarrolla en
muchas partes del mundo y entraña un grave peligro para la humanidad.
Jesús nos enseña otro camino. No clasificar a los demás para ver
quién es el prójimo y quién no lo es. Tú puedes hacerte prójimo de quien
se encuentra en la necesidad, y lo serás si en tu corazón tienes
compasión, es decir, si tienes esa capacidad de sufrir con el otro.
Tienes que hacerte samaritano.
Y luego, también, ser como el hotelero al que el samaritano confía,
al final de la parábola, a la persona que sufre. ¿Quién es este
hotelero? Es la Iglesia, la comunidad cristiana, las personas
solidarias, las organizaciones sociales, somos nosotros, son ustedes, a
quienes el Señor Jesús, cada día, confía a quienes tienen aflicciones,
en el cuerpo y en el espíritu, para que podamos seguir derramando sobre
ellos, sin medida, toda su misericordia y la salvación. En eso radica la
auténtica humanidad que resiste la deshumanización que se nos ofrece
bajo la forma de indiferencia, hipocresía o intolerancia.
Sé que ustedes han asumido el compromiso de luchar por la justicia
social, defender la hermana madre tierra y acompañar a los migrantes.
Quiero reafirmarlos en su opción y compartir dos reflexiones al
respecto.
La crisis ecológica es real. “Hay un consenso científico muy
consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante
calentamiento del sistema climático”[4]. La ciencia no es la única forma
de conocimiento, es cierto. La ciencia no es necesariamente “neutral”,
también es cierto, muchas veces oculta posiciones ideológicas o
intereses económicos. Pero también sabemos qué pasa cuando negamos la
ciencia y desoímos la voz de la naturaleza. Me hago cargo de lo que nos
toca a los católicos. No caigamos en el negacionismo. El tiempo se
agota. Actuemos. Les pido, nuevamente, a ustedes, a los pueblos
originarios, a los pastores, a los gobernantes, que defendamos la
Creación.
La otra es una reflexión que ya la hice en nuestro último encuentro
pero me parece importante repetir: ningún pueblo es criminal y ninguna
religión es terrorista. No existe el terrorismo cristiano, no existe el
terrorismo judío y no existe el terrorismo islámico. No existe. Ningún
pueblo es criminal o narcotraficante o violento. “Se acusa de la
violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de
oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán
un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión”[5]. Hay
personas fundamentalistas y violentas en todos los Pueblos y religiones
que, además, se fortalecen con las generalizaciones intolerantes, se
alimentan del odio y la xenofobia. Enfrentando el terror con amor
trabajamos por la paz.
Les pido firmeza y mansedumbre para defender estos principios; les
pido no intercambiarlos como mercancía barata y, como San Francisco de
Asís, demos todo de nosotros para que: “allí donde haya odio, que yo
ponga el amor, allí donde haya ofensa, que yo ponga el perdón; allí
donde haya discordia, que yo ponga la unión; allí donde haya error, que
yo ponga la verdad”[6].
Sepan que rezo por ustedes, que rezo con ustedes y quiero pedirle a
nuestro Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que los colme de su
amor y los proteja. Les pido por favor que recen por mí y sigan
adelante.