VII Domingo Ordinario
Levítico: “Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo”
Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso”
Corintios 3, 16-23: “Ustedes son templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en ustedes”
San Mateo 5, 38-48: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”
Corintios 3, 16-23: “Ustedes son templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en ustedes”
San Mateo 5, 38-48: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”
¿Quién no se ha estremecido con las imágenes aterradoras que nos
llegan desde los países en conflicto? ¿Un niño ensangrentado y mutilado?
¿Quién no se llena de indignación cuando escuchamos los horrores de las
guerras? Muchos temen que una pequeña chispa desencadene una gran
conflicto mundial y no son pocos los que hablan ya, de la posibilidad
cercana de la Tercera Guerra Mundial. Nos escandalizamos de la
irracionalidad de los conflictos y nos parece absurdo que de la nada
surjan terribles masacres. El Papa Francisco hace constantes llamados a
dejar a un lado los conflictos y la venganza. “Los
esfuerzos realizados en Colombia para construir puentes de paz y
reconciliación pueden inspirar a todas las comunidades a superar las
hostilidades y las divisiones.. Cuando las víctimas de la violencia son
capaces de resistir a la tentación de la venganza, se convierten en
promotores más creíbles de la no violencia y de la construcción de la
paz”, afirma y pide que la no violencia “se pueda convertir en el estilo
característico de nuestras decisiones, nuestras relaciones, nuestras
acciones, de la políticas en todas sus formas”. ¿Lo hemos pensado para
nuestras relaciones diarias en casa, en trabajo, en la sociedad?
Como cañonazos explosivos sonarán las frases que provienen desde la
montaña y nos parecerá casi imposible hacerlas cercanas a este mundo tan
saturado de violencia, de odios, y de dudas. El Levítico nos trae la
exigencia que Dios le hace a Moisés: “Sean santos porque yo, el Señor,
soy santo”. No es una afirmación ambigua, ni pretende una santidad
estereotipada que nos aleja del mundo. Se traduce en actitudes muy
concretas: “No odies a tu hermano ni en lo secreto de tu corazón… no te
vengues ni guardes rencor… ama a tu prójimo como a ti mismo”. ¿Está
claro en qué consiste la santidad? Si reconocemos que tenemos un Dios
que es bueno como el pan que a todos alimenta, que para todos se
reparte, y si se nos invita a parecernos a Él, la santidad no quedará en
aislamientos ni indiferencias. La santidad será como el sol que cada
día, con una terca insistencia, pretende iluminar y dar calor a todos
los humanos, sin hacer distinción de razas, de colores o de estados de
ánimo. Así es nuestro Dios y así nos invita a vivir.
La segunda frase proviene de San Pablo: “¿No saben
ustedes que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
ustedes?”. ¿Cómo podemos vivir con apatía e indiferencia? No somos poca
cosa. Dios no hace basura y nos ha formado con gran dignidad. Valemos
mucho como personas. Sin embargo se han incrementado los suicidios en
forma alarmante disque por decepciones amorosas, por problemas
económicos o por soledad y alcoholismo. ¿Razones suficientes para acabar
con la propia vida? Si no nos amamos nosotros, ¿cómo vamos a amar a los
demás? El amor al prójimo está basado en el amor a nosotros
mismos, pero necesitamos reconocer la propia dignidad. Y no se trata de
falsos orgullos, sino de poner los cimientos de nuestro verdadero valor a
tal grado que San Pablo dice: “Ustedes son de Cristo”. Necesitamos
vivir con esa dignidad reconociéndonos templos llenos de la presencia de
Dios. Nunca lo debemos olvidar y no podremos vivir de una manera
negativa porque nosotros somos ese templo de Dios.
Cristo, desde la montaña, también se une a estas exigencias: “Sean
perfectos como su Padre celestial es perfecto”. Invita a sus discípulos
a romper la escalada que inicia con la violencia, que continúa con las
venganzas y que finaliza dejando el corazón lleno de odios y
resentimientos. La antigua ley buscaba proteger al más desvalido y
exigía cobrar ojo por ojo y diente por diente, pero no solucionaba de
fondo la violencia porque el corazón lleno de rencor no permite
encontrar la paz. Quien se pudre por dentro para que no lo trague el
prójimo, queda vacunado contra el hermano pero acaba podrido para toda
la vida. El otro no puede ser “enemigo”, es un ser humano, alguien que
sufre y goza, que busca y espera. Sí, ya sé que en la mente de muchos de
nosotros se harán presentes esas personas molestas y fastidiosas que
nos cuesta mucho tratar diariamente con cariño, o estaremos pensando en
los grandes asesinos o en los narcotraficantes y corruptos. ¿Cómo amar o
aceptar a tales personas? Mi pregunta siempre será: ¿cómo los ama Dios?
¿Cómo da la vida Jesús también por ellos? La violencia nunca se
solucionará con violencia. ¿No tendremos también nosotros otra
propuesta?
A Cristo lo llamaron loco, pero sus propuestas son
las únicas que de verdad pueden solucionar la violencia. Y Cristo nos
invita a realizar cosas “extraordinarias”. La vocación del cristiano es
una vocación a la locura y también a lo extraordinario. No está llamado a
ser mediocre y conformista, sino a realizar grandes proezas: parecerse a
Dios Santo, vivir como templo de Dios y ser perfecto como el Padre
celestial. La Palabra de Dios no es letra muerta, sino viva y palpitante
y deja inquietos. Estamos llamados a realizar cosas extraordinarias,
como es extraordinario el perdón, el amor sin condiciones, y la apertura
a los diferentes. No se trata de utilizar palabras dulzonas ni de hacer
ostentación de sentimientos, sino el comportamiento solícito por el
otro. El amor cristiano nace de lo profundo de la persona, de saberse
amado de Dios y quiere ser reflejo y expresión de ese amor del Padre que
nos abraza a todos. Amar al prójimo significa hacerle bien pero también
exige aceptarlo, respetarlo y descubrir lo que hay en él de presencia
de Dios. El mal, a pesar de las apariencias, siempre será débil. El odio
brota del miedo y de sentirse amenazado. La ofensa necesita de la
venganza. En cambio el amor es la única fuerza capaz de cortar de raíz
la violencia. Es urgente un “¡ya basta!” a la violencia y aceptar “la no
violencia” que Cristo nos propone. El cristiano es vencedor no cuando
logra posesionarse de las armas del enemigo, sino cuando dejando las
propias armas, lo convierte en amigo. La debilidad del amor es la única
fuerza capaz de desarmar el mal.
La invitación hoy será a tomar en serio las
palabras que nos ofrece “La Palabra”, reconocernos como personas
valiosas, amadas por Dios. Dejarnos cuidar, abrazar y querer por Dios
Padre para así lanzarnos en pos del gran ideal, que nos parece
extraordinario: amar, perdonar, ser santos y vivir como templos del
Espíritu.
Señor Jesús, que nos propones a Papá Dios como
único modelo de amor y de paz, concédenos que, dejando las armas de la
venganza y la violencia, nos arriesguemos a acompañarte en tu aventura
de construir un mundo sin odios, un mundo de hermanos, un reino de paz.
Amén.