El Papa en Santa Marta
Muchos consagrados fueron perseguidos
por denunciar las actitudes mundanas. Lo indicó este martes el papa
Francisco en la homilía de la misa que celebró en la Residencia Santa
Marta. E invitó a pasar de un estilo de vida tibio al anuncio gozoso del
Jesús.
El su homilía el Papa parte de las lecturas del día, cuando narran de
la presencia de Pablo y Sila en Filippi, ciudad en la que aceptaban la
doctrina “pero todo quedaba tranquilo y no había conversiones”. “No era
-aseguró el Santo Padre- la Iglesia de Cristo”.
“Y que quienes dicen la verdad son perseguidos “se repite en la
historia de la salvación”, aseguró. Cuando el pueblo de Dios servía, no
digo los ídolos, pero la mundanidad, entonces el Señor enviaba a los
profetas, que eran perseguidos porque “incómodos” como sucedió con
Pablo.
“En la Iglesia cuando alguien denuncia las modalidades que existen de
mundanidad, es mirado con los ojos torcidos, esto no va, mejor que se
aleje”, dicen.
“Yo recuerdo en mi tierra, tantos y tantos hombres y mujeres
consagrados, buenos, no ideológicos, pero que decían: “No, la Iglesia de
Jesús es así…”. Este es comunista, fuera, y los echaban y los
perseguían. Pensemos al beato Romero ¿no?, lo que le sucedió por decir
la verdad. Y tantos y tantos en la historia de la Iglesia, también aquí
en Europa. ¿Por qué? Porque el mal espíritu prefiere una Iglesia
tranquila, sin riesgos, una Iglesia que hace negocios, una Iglesia
cómoda, en la comodidad y la tibieza, tibia”.
“El mal espíritu entra siempre por los bolsillos. Cuando la Iglesia
es tibia, tranquila, bien organizada, no hay problemas, miren dónde
están los negocios”, dijo el Papa. Pero además del dinero, hay otra
palabra en la cual el Papa se detiene: ‘alegría’.
Paolo y Sila son llevados delante de los magistrados que ordenan
hacer apalearlos y después meterlos en la cárcel. El Pontífice recuerda
que la narración del Evangelio indica que ellos dos cantaban. Y hacia
media noche se siente un fuerte temblor y se abre las puertas de la
cárcel. El carcelero que quería suicidarse porque si los prisioneros se
hubieran escapado lo mataban, cuando escucha que Pablo le invita a no
hacerse mal. El carcelero se convierte, se hace bautizar y “fue lleno de
alegría”.
“Este es el camino de la historia de la conversión cotidiana: pasar
de un estado de vida mundano, tranquilo, sin riesgos, católico, sí, sí,
pero tibio, a un estado de vida del verdadero anuncio del Jesucristo, a
la alegría del anuncio de Cristo. Pasar de una religiosidad que mira
demasiado a las ganancias, a la fe y a la proclamación: “Jesús es el
Señor”.
Porque “una Iglesia sin mártires, crea desconfianza; una Iglesia que
no arriesga, crea desconfianza; una Iglesia que tiene miedo de anunciar a
Jesucristo y echar a los demonios, a los ídolos, al otro señor que es
el dinero no es la iglesia de Jesús.