5/15/17

Una llamada al “cuidado de los niños“


El Papa ayer en el Regina Caeli


¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Ayer por la tarde volví de mi peregrinación a Fátima: ¡saludemos a la Virgen de Fátima! Y nuestra oración mariana de hoy toma un significado particular, cargado de memoria y de profecía para quienes miran la historia con los ojos de la fe.
En Fátima me he sumergido en la oración del santo Pueblo fiel, oración que fluye desde hace cien años como un rio, para implorar la protección materna de María sobre el mundo entero. Demos gracias al Señor que me ha concedido ir a los pies de la Virgen Madre como peregrino de esperanza y de paz. Y doy gracias de todo corazón a los obispos, al obispo de Leiria-Fátima, a las autoridades del Estado, al presidente de la República y a todos aquellos que han ofrecido su colaboración.
Desde el principio, cuando en la capilla de las apariciones permanecí en silencio largo tiempo, acompañado por el silencio orante de todos los peregrinos, se creó un clima de recogimiento y contemplativo, durante el cual se desarrollaron los diversos momentos de oración. Y en el centro de todo estuvo el Señor Resucitado, presente en medio de su Pueblo en la Palabra y en la Eucaristía. Presente en medio de numerosos enfermos, que son protagonistas de la vida litúrgica y pastoral de Fátima, como de todos los santuarios marianos.
En Fátima la Virgen ha escogido el corazón inocente y la simplicidad de los pequeños Francisco, Jacinta y Lucia, los depositarios de su mensaje. Estos niños lo han acogido dignamente, y son reconocidos como testigos fiables de las apariciones, convirtiéndose en modelos de vida cristiana. Con la canonización de Francisco y Jacinta, he querido proponer a toda la Iglesia su ejemplo de adhesión a Cristo y de testimonio evangélico.
También he querido proponer a toda la Iglesia de tomar como cargo el cuidado de los niños. Su santidad no es consecuencia de las apariciones, sino de la fidelidad y del ardor con los cuales han respondido al privilegio de poder ver a la Virgen María. Después del encuentro con la “Bella Dama”, ellos la llamaban así, rezaban frecuentemente el Rosario, haciendo penitencia y ofreciendo sacrificios para obtener el fin de la guerra y por las almas que más necesidad tenían de su misericordia.
En nuestros días también, hay tanta necesidad de oración y de penitencia para implorar la gracia de la conversión, para implorar el fin de tantas guerras por todo el mundo, que se extienden cada vez más, lo mismo que el fin de tantos conflictos absurdos, grandes y familiares, pequeños, que desfiguran el rostro de la humanidad.
Dejémonos guiar por la luz que viene de Fátima. Que el Corazón inmaculado de María sea siempre nuestro refugio, nuestro consuelo y el camino que nos conduce a Cristo.