Queridos hermanos obispos y sacerdotes, queridos seminaristas:
Os encuentro con alegría –a mí me gusta encontrar a los
seminaristas– y saludo a todos los que formáis la comunidad del
Pontificio Seminario Campano interregional, acompañados por algunos
obispos de la Región. Doy gracias al Rector por sus palabras y os
saludo de una manera especial a vosotros, queridos seminaristas, que,
gracias a Dios, sois numerosos.
Vuestro seminario es un caso singular en la actual escena eclesial
italiana. Fundado en 1912 por la voluntad de San Pío X, como ocurría
con varias instituciones educativas en aquella época, se confió
inmediatamente a la dirección de los Padres Jesuitas que lo han guíado
a través de las notables transformaciones sucedidas en más de cien
años y actualmente es el único seminario en Italia dirigida por la
Compañía de Jesús.
En las últimas décadas ha aumentado cada vez más la colaboración y
la interacción con las Iglesias diocesanas que, además de enviar a los
jóvenes candidatos al sacerdocio, se preocupan por encontrar entre
sus presbíteros figuras adecuadas para la formación. Animo este camino
significativo y fecundo de comunión eclesial, en el que cada diócesis,
con sus pastores, están invirtiendo recursos considerables.
Una comunidad formativa interdiocesana supone una indudable
oportunidad para el enriquecimiento, en virtud de las diferentes
sensibilidades y experiencias de las que cada uno es portador y es
capaz de educar a los futuros presbíteros para que se sientan parte de
la única Iglesia de Cristo, ampliando siempre el aliento de su sueño
vocacional con auténtico espíritu misionero (cf. Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis,
91), que no debilita, sino que más bien consolida y motiva el sentido
de pertenencia a la Iglesia particular. En este tiempo, cuando todos no
sentimos pequeños, tal vez impotentes frente al reto educativo, caminar
juntos en verdadero espíritu “sinodal”, es una decisión vencedora, que
nos ayuda a sentirnos sostenidos, estimulados y enriquecidos mutuamente.
Este ejercicio de comunión se enriquece aún más por el encuentro con
la rica tradición espiritual y pedagógica ignaciana que tiene en los
Ejercicios Espirituales un punto de referencia, en la que os habéis
inspirado para vuestro proyecto de formación, mediando, así con
“fidelidad creativa” las indicaciones que proceden del magisterio de la
Iglesia.
Estimados educadores, formar a la espiritualidad propia del
presbítero diocesano de acuerdo con la pedagogía de los Ejercicios de
San Ignacio es vuestra misión: un reto arduo, pero al mismo tiempo
emocionante, que tiene la responsabilidad de indicar la dirección para
el futuro ministerio sacerdotal. Debo señalar aquí tres aspectos que
considero importantes.
Educar según el estilo ignaciano significa en primer lugar, favorecer
en la persona la integración armoniosa a partir de la centralidad de
la amistad personal con el Señor Jesús. Es precisamente la
primacía dada a la relación con el Señor, que nos llama “amigos” (Jn
15.: , 15), la que hace posible vivir una espiritualidad sólida,
profunda, pero no desencarnada. Por lo tanto, es importante conocer,
aceptar y reformar continuamente la propia humanidad. No cansarse nunca
de ir adelante, reformar: siempre en camino.
En este sentido, incluso la formación intelectual no tiende a ser
el simple aprendizaje de nociones para convertirse en eruditos,- ¡no
sois un diccionario!- sino que quiere facilitar la adquisición de
instrumentos cada vez más refinados para una lectura crítica de la
realidad partiendo de sí mismos. “Tú eres el Cristo” – “Tú eres Pedro”
(Mt 16,16.18): todo el camino vocacional como para Simón Pedro y los
primeros discípulos, gira en torno a un diálogo de amor, de amistad, en
el que, mientras reconocemos a Jesús como el Mesías, el Señor de
nuestras vidas, El nos da el nombre “nuevo”, que encierra nuestra
vocación, indica nuestra misión, que el Padre conoce y custodia desde
siempre.
El descubrimiento de nuestro nuevo nombre, el nombre que mejor nos
define, el más auténtico, pasa a través de nuestra capacidad de dar
nombres gradualmente a las diferentes experiencias que animan nuestra
humanidad. Llamar a las cosas por su nombre es el primer paso para
conocerse a sí mismo y para conocer, pues, la voluntad de Dios en
nuestras vidas. Queridos seminaristas, no tengáis miedo de llamar a las
cosas por su nombre, de mirar cara a cara la verdad de vuestra vida y
de abriros en transparencia y verdad a los demás, especialmente a
vuestros formadores, huyendo de la tentación del formalismo y del
clericalismo, que están siempre en la raíz de la doble vida.
Y precisamente el discernimiento es el segundo punto que me
gustaría destacar. La educación para el discernimiento no es una
exclusiva de la propuesta ignaciana, pero es sin duda su punto fuerte.
El tiempo del seminario es un tiempo de discernimiento por excelencia,
en el que, gracias al acompañamiento de los que, al igual que Eli y
Samuel (cf. 1 Sam 3), ayudan a los jóvenes a reconocer la voz del Señor
en medio de las muchas voces que resuenan y a veces retruenan en los
oídos y en los corazones. Pero en esta época el ejercicio del
discernimiento debe convertirse en un verdadero arte de la educación,
porque el sacerdote es un verdadero “hombre de conocimiento” (cf. Ratio fundamentalis, 43).
Hoy más que nunca – lo ha dicho el Rector- el sacerdote está llamado
a guiar a los cristianos a discernir los signos de los tiempos, para
saber cómo reconocer la voz de Dios en la multitud de voces, a menudo
confusas, que se superponen con mensajes contrapuestos, en nuestro mundo
caracterizado por una pluralidad de sensibilidades culturales y
religiosas. Para ser un experto en el arte del discernimiento en primer
lugar hay que estar muy familiarizado con la escucha de la Palabra de
Dios, pero también con un conocimiento cada vez mayor de uno mismo, del
mundo interior propio, de los afectos y de los miedos .
Para llegar a ser hombres de discernimiento, es necesario, además,
ser valientes, decirse la verdad a sí mismos. El discernimiento es una
elección valiente, a diferencia de los caminos más cómodos y reductivos
del rigor y la laxitud, como he reiterado a menudo. Educar al
discernimiento quiere decir, además, escapar a la tentación de
refugiarse detrás de una regla estricta o detrás de la imagen de una
libertad idealizada. Educar al discernimiento significa “exponerse”
salir del mundo de las convicciones y prejuicios propios para abrirse a
entender cómo Dios nos habla hoy, en este mundo, en este tiempo, en
este momento y como me habla a mí, ahora.
Finalmente, la formación para el sacerdocio de acuerdo a un estilo ignaciano significa siempre abrirse a la dimensión del Reino de Dios, cultivando el deseo del “magis”,
de ese “algo más” en la generosidad de darnos al Señor y a los hermanos
, que siempre está ante nosotros. Para este año de formación habéis
elegido el tema “Buscad primero el reino de Dios y su justicia” (Mt
6,36): Esto os ayudará a ampliar el alcance de vuestra educación, a no
contentaros solamente con desempeñar un rol, de llevar un vestido, os
ayudará a no tener prisa para terminar vuestro camino, sino a hacer más
sólida vuestra estructura humana y espiritual. Buscar el Reino nos ayuda
a no asentarnos en lo que ya hemos logrado, a no sentarnos sobre
nuestros éxitos, sino a cultivar esa santa inquietud de los que quieren
ante todo servir al Señor en nuestros hermanos.
La inquietud amplía el alma y la hace más capaz de recibir el amor de
Dios.Buscar el Reino significa rehuir la lógica de la mediocridad y de
lo “mínimo indispensable “, para abrirse a descubrir los grandes sueños
de Dios para nosotros. Buscar el Reino significa buscar la justicia de
Dios y trabajar para que nuestras relaciones, las comunidades, nuestras
ciudades sean transformadas por el amor misericordioso de Dios, que
escucha el grito de los pobres (cf. Sal 34,7).
La búsqueda de la verdadera justicia debe fomentar en el llamado
una creciente libertad interior hacia los bienes, los reconocimientos
de este mundo, hacia los que sufren y hacia su propia vocación. Libertad
interior hacia los bienes: quiero subrayarlo. Es el primer feo peldaño.
No lo olvidéis: el diablo entra por los bolsillos, siempre; después
está la vanidad y luego el orgullo, la soberbia, y así se acaba. Los
jóvenes que han decidido seguir al Señor en el sacerdocio, están
llamados de hecho a cultivar la amistad con Jesús, que se manifiesta de
una manera privilegiada en el amor a los pobres, a fin de ser “testigos
de la pobreza, a través de la simplicidad y la austeridad de la vida,
para convertirse en promotores honestos y creíbles de una verdadera
justicia social “(Ratio fundamentalis, 111) .
Por la intercesión de María, Reina de los Apóstoles, del obispo de
San Alfonso María de Ligorio y de San Ignacio Loyola, maestro de
discernimiento, el Señor os conceda continuar con alegría y fidelidad
vuestro camino, siguiendo la tradición luminosa de la formaís part. Os
doy las gracias y os pido que, por favor, no os olvidéis de rezar por
mí. Gracias.