Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Celebramos hoy en Italia y en otros países la fiesta de la Ascensión, sucedida 40 días después de Pascua.
La página evangélica (cf. Mt 28, 16-20), que concluye el evangelio de
San Mateo, nos presenta el momento de la despedida definitiva del
Resucitado a sus discípulos. La escena se sitúa en Galilea, el lugar
donde Jesús les había llamado a seguirle y a formar el primer núcleo de
su nueva comunidad. Ahora, estos discípulos son pasados por el “fuego”
de la pasión y de la resurrección. A la vista del Señor resucitado, se
prosternan delante de él, pero algunos tenían todavía dudas. En esta
comunidad asustada, Jesús deja la inmensa tarea de evangelizar el mundo y
concretiza esta misión con la orden de enseñar y de bautizar en el
Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cf. v. 19).
La Ascensión de Jesús al Cielo constituye así el término de la misión
que el Hijo ha recibido del Padre y la puesta en marcha de la
continuación de esta misión por parte de la Iglesia. A partir de este
momento, la presencia de Cristo en el mundo tiene como medidores a sus
discípulos, aquellos que creen en él y que lo anuncian.
Esta misión durará hasta el final de la historia y disfrutará cada
día de la asistencia del Señor resucitado, que declara: ”Yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (v. 20).
Su presencia aporta fuerza en la persecución, reconforte en las
tribulaciones, apoyo en las situaciones de dificultad que se conocen en
la misión y en el anuncio del Evangelio.
La Ascensión nos recuerda esta asistencia de Jesús y de su espíritu
que da confianza, da seguridad a nuestro testimonio en el mundo. Nos
revela por qué la Iglesia existe: La Iglesia existe para anunciar el
Evangelio! Solo por eso. Y también es la alegría de la Iglesia anunciar
el Evangelio. La Iglesia, somos todos nosotros, los bautizados!
Estamos todos invitados hoy a comprender mejor que Dios nos ha dado
la gran dignidad y la gran responsabilidad de anunciarle al mundo, de
hacerle accesible a la humanidad. He aquí nuestra dignidad, he aquí el
mayor honor de cada uno de nosotros, de todos los bautizados!
En esta fiesta de la ascensión, cuando nosotros volvemos la mirada
hacia el Cielo, donde subió Cristo y está sentado a la derecha del
Padre, fortalecemos nuestros pasos sobre la tierra, para continuar con
decisión y entusiasmo nuestro camino, nuestra misión de testimoniar y de
vivir el Evangelio en todos los medios.
Pero somos conscientes que esto no depende ante todo de nuestras
fuerzas, de la capacidad de organización o de recursos humanos. Es
solamente con la luz y con la fuerza del Espíritu Santo que podemos
cumplir eficazmente nuestra misión de dar a conocer siempre cada vez más
y de hacer que los otros tengan la experiencia del amor y de la ternura
de Jesús.
Pidamos a la Virgen María que nos ayude a contemplar los bienes
celestes que el Señor nos promete y a convertirnos en los testigos
siempre creibles de su Resurrección, de la verdadera Vida.
Regina Coeli laetare, alleluia…