Textos: Isaías 58, 7-10; 1 Corintios 2, 1-5; Mateo 5, 13-16
Idea principal: el cristiano seguidor de Cristo debe ser sal y luz.
Resumen del mensaje: Jesús sigue haciendo el
retrato y la fisonomía de sus discípulos y seguidores en el famoso
Sermón de la Montaña (Mateo, capítulos 5-7). Además de las
bienaventuranzas, que nos marcaban el camino de la auténtica felicidad
(domingo pasado), hoy Jesús usa dos imágenes expresivas: quien lleve el
nombre de cristiano debe ser sal y luz en este mundo (evangelio).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Jesús nos dice que somos y debemos ser sal, no azúcar. ¿Qué hace la sal? Da sabor a las comidas, es aderezo. Impide
la corrupción de los alimentos; es conservante, por ser ácido. Derrite
el hielo en las carreteras para evitar los accidentes de tráfico. La sal
de bicarbonato es un antiácido para el estómago. La sal también remueve
la herrumbre acumulada en las chimeneas, evitando posibles incendios
peligrosos. Los colores pueden ser restaurados con el auxilio de un paño
humedecido en una solución con sal y agua. La sal mantiene lejos la
polilla de las alfombras nuevas de lana. El secreto es limpiar el piso
con una solución concentrada de sal y agua caliente antes de poner la
alfombra. Todo un símbolo de lo que debe ser el cristiano. Así fue
Jesús: con la sal
de su palabra iba dando sabor a todas las situaciones humanas –alegres y
dolorosas-; iba preservando los valores humanos y morales con su
mensaje divino, para que no se pudrieran. Y la segunda imagen: también
el cristiano tiene que ser luz,
porque llevamos en el alma y en la conciencia el resplandor de Cristo
resucitado. Somos cristianos de Pascua. Cristo con su Pascua disipó las
tinieblas del demonio, que parecía haber triunfado en ese Viernes Santo.
En nuestras pupilas brilla la luz del cirio pascual. En nuestros labios
resuena el “Lumen Christi”.
Nuestras manos sostienen la vela que se alimenta de ese cirio pascual
que es Cristo. Desafiamos a Nietzsche, pues sí tenemos rostros de
resucitados.
En segundo lugar, que Dios nos libre de ser cristianos insípidos y apagados. Con la sal,
daremos sabor a nuestra vida cristiana y también curaremos las heridas
de nuestros hermanos (primera lectura), no con palabras rimbombantes,
sino con la palabra y bálsamo del crucificado (segunda lectura) y
preservaremos nuestro mundo de la opresión e injusticia (primera
lectura) y de la mundanidad. Con la sal –dice el Crisóstomo- podemos
volver a su sabor quienes se tornaron insípidos, pero con la sal en su
medida; mucha sal estropea la comida. Con la luz
de la fe en Cristo iluminamos nuestro interior e iluminamos nuestro
ambiente, allá donde estamos. Fe que nos ilumina desde dentro, como
trata de expresarlo la iconografía oriental. Con ella vivimos en este
mundo para no tropezar, sí, pero con los ojos puestos en la eternidad.
Por la luz de la fe vemos con claridad cuál es el camino que nos conduce
al cielo. Ya no somos “un pueblo que anda en tinieblas”, sino que tiene
“la luz de la vida”.
Finalmente, cuidemos de no estropear la sal
echándole otras sustancias edulcorantes, como pueden ser nuestros
gustos personales y los condimentos picantes de este mundo. Cuidemos
nuestra luz, que es participación de la de Cristo, para que no
alumbremos con la minúscula luz de nuestras tontas vanidades o
deslumbremos con nuestros saberes enciclopédicos y culturales mundanos
(segunda lectura).
Para reflexionar: ¿Soy sal o azúcar; soso o salado? ¿Soy luz u oscuridad con mi mal ejemplo?
Para rezar:
Te necesito a ti, Señor, para ser sal en mediode los quehaceres de la vida diaria;
ser sal cuando preparo la mesa, pongo la lavadora,
voy conduciendo, o estoy en mi oficina.
Ser sal y luz porque en tu nombre, Señor, sepa dar el sabor o la luz
de la concordia, del consuelo, de la alegría, del perdón, de la esperanza.
Te necesito, Señor, para ser luz en medio de un mundo de tinieblas,
un mundo injusto al que amo.