«El doctor angélico, designado patrón de las universidades y escuelas
católicas por León XIII, fue un prodigio de inteligencia y virtud que
puso al servicio de Dios. Su influencia en el pensamiento filosófico y
teológico no ha cesado»
De la familia de los condes de Aquino y de Teano, emparentada con
reyes europeos, vino al mundo en el castillo de Roccasecca, Nápoles,
Italia, hacia 1225. Fue el benjamín de doce hermanos. Precoz en su
interés por Dios sobre el que se preguntaba siendo muy pequeño «¿Qué
és?» –cuestión a la que trataría de dar respuesta toda su vida–, se
afanaba en el estudio y en la oración. Excepcionalmente dotado para la
investigación, pronto superó a sus egregios profesores universitarios en
Nápoles, Pietro Martín y Petrus Hibernos, hecho que se reprodujo con
Pedro de Irlanda. El predicador dominico fray Juan de San Giuliano
terminó de despertar su vocación a la vida religiosa y, sin plantear
esta opción a sus padres, tomó el hábito a sus 19 años. La condesa se
apresuró a viajar a Nápoles para ver a su hijo, pero los dominicos ya le
habían destinado a Roma anticipándose a un hecho que de antemano
consideraron sería irremediable: que sus padres se llevarían al novicio
con ellos.
La persecución familiar se puso en marcha. Y sus hermanos, aguerridos
soldados al servicio del rey, lo mantuvieron a buen resguardo durante
dos años urdiendo tretas diversas, algunas rocambolescas, para derrocar
su voluntad de entrega a Dios. La madre se apiadó y fue abriendo la mano
progresivamente: autorización de lecturas de textos eruditos y obras de
piedad, además de las Sagradas Escrituras. Cuando le permitieron
abandonar el encierro, su progresión intelectual dejó a todos admirados.
Fue enviado a Roma, de allí a París, y luego a Colonia, donde tuvo como
maestro a san Alberto Magno. En esta ciudad fue ordenado sacerdote.
Mostraba una gran devoción por Cristo, en particular por la cruz y
también por la Eucaristía así como por la Virgen María. Se caracterizaba
por su inocencia evangélica y espíritu religioso; era sencillo,
cercano, fiel al carisma dominico. Su breve existencia estuvo marcada
por la oración, la predicación, la enseñanza y la escritura. La vida
espiritual para él era fundamentalmente la caridad que culmina en
oración y contemplación; ambas revierten en un aumento de aquélla virtud
teologal. Pensaba, y así lo dejó escrito: que a Dios es mejor amarle
que conocerle.
Se había propuesto buscar denodadamente la verdad con este lema:
«contemplata aliis trajere», esto es, participar a otros el fruto de su
reflexión. Hombre de extraordinaria inteligencia y memoria portentosa,
siendo alumno se convirtió en profesor de filosofía y de teología.
Primeramente, y por deseo de sus superiores, enseñó en París, y luego
daría clases en Orvieto, Roma y Nápoles. Una de sus aplaudidas tesis es
el reconocimiento de que no existe oposición entre fe y razón, sino que
ambas se necesitan y complementan.
Para él no existía el tiempo; se quedaba completamente enfrascado en
el estudio. Sus escritos y discursos denotan su sabiduría y el grado de
su hondura espiritual. Y es que el estudio era oración para él y la
oración estudio. Antes de ejercitar la labor docente, discutir, estudiar
o escribir, oraba, y muchas veces lo hacía envuelto en lágrimas.
Dedicaba muchas horas a la oración, postrado de hinojos ante el
crucifijo. Así brotaron muchas de sus obras. El «doctor angélico» fue
una persona devota que no dejó a nadie indiferente. Sus compañeros
decían: «la ciencia de Tomás es muy grande, pero su piedad es más grande
todavía. Pasa horas y horas rezando, y en la misa, después de la
elevación, parece que estuviera en el paraíso. Y hasta se le llena el
rostro de resplandores de vez en cuando mientras celebra la Eucaristía».
Su obra máxima, la Summa Theologiae, de 14 tomos, es un ejemplo de
síntesis y de claridad.
Renunció a ser arzobispo de Nápoles en 1265, como deseaba Clemente
IV, que aceptó su decisión. El pontífice le encargó que escribiera los
himnos para la festividad del Cuerpo y Sangre de Cristo, y compuso el
Pange lingua (Tantum ergo), Adoro te devote y otros bellísimos cantos
dedicados a la Eucaristía. Después de haber escrito tratados
hermosísimos acerca de Jesús en la Eucaristía, sintió Tomás que se le
decía en una visión: «Tomás, has hablado bien de Mí. ¿Qué quieres a
cambio?». El santo le respondió: «Señor: lo único que yo quiero es
amarte, amarte mucho, y agradarte cada vez más». Brotaba de su interior
esta ferviente oración: «Concédeme, te ruego, una voluntad que te
busque, una sabiduría que te encuentre, una vida que te agrade, una
perseverancia que te espere con confianza y una confianza que al final
llegue a poseerte».
Con frecuencia experimentaba raptos y éxtasis. En uno de ellos, el 6
de diciembre de 1273, mientras oficiaba la misa las revelaciones que
recibió debieron tener tal altura que abandonó la pluma para siempre:
«No puedo hacer más. Se me han revelado tales secretos que todo lo que
he escrito hasta ahora parece que no vale para nada».
Murió el 7 de marzo de 1274 en el monasterio cisterciense de
Fossanova, cuando partía hacia el concilio de Lyon. Fue canonizado por
Juan XXII el 18 de julio de 1323. San Pío V lo proclamó doctor de la
Iglesia el 11 de abril de 1567.