El Papa en el Ángelus
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Celebramos hoy la Epifanía del Señor, o sea la manifestación de Jesús
que resplandece como luz a todas las gentes. Símbolo de esta luz que
resplandece en el mundo y que quiere iluminar la vida de cada uno de
nosotros es la estrella que guió a los Magos a Belén. Ellos, dice el
Evangelio, vieron ‘brillar su estrella’ (Mt 2,2) y decidieron seguirla:
hacerse guiar por la estrella de Jesús.
También en nuestra vida hay diversas estrellas, luces que brillan y
orientan. Somos nosotros que debemos elegir a cuál de ellas seguir. Hay
luces intermitentes, que van y vienen, como las pequeñas satisfacciones
de la vida: a pesar de ser buenas, no son suficientes, porque duran poco
y no nos dejan la paz que buscamos”.
También existen las luces enceguecedoras del espectáculo, del dinero y
del éxito, que prometen todo y enseguida: seducen pero con su fuerza
encandilan y hacen pasar de los sueños de gloria a la oscuridad más
densa.
Los Magos, en cambio, nos invitan a seguir una luz estable y gentil
que no tiene ocaso, porque nos es de este mundo: viene del cielo y
resplandece en el corazón.
Esta luz verdadera es la luz del Señor, o mejor dicho es el Señor. Él
es nuestra luz: una luz que no enceguece, pero acompaña y dona una
alegría única. Esta luz es para todos y nos llama a cada uno: podemos
así sentir nosotros la invitación que hoy nos dirige el profeta Isaías:
‘Levántate, vístete de luz’.
En el inicio de cada día podemos recibir esta invitación: levántate,
revístete de luz, sigue hoy entre las tantas estrellas fugaces del mundo
a la estrella luminosa de Jesús! Siguiéndola, tendremos alegría, como
le sucedió a los Magos, que ‘cuando vieron la estrella se llenaron de
una enorme alegría’ (Mt 2,10); porque donde está Dios hay alegría.
Quien ha encontrado a Jesús ha sentido el milagro de la luz que rompe
las tinieblas y conoce esta luz que ilumina y resplandece. Quisiera,
con mucho respeto, invitar a no tener miedo de esta luz y a abrirse al
Señor. Sobre todo quisiera decir a quien ha perdido la fuerza de buscar,
a quien afanado por la oscuridad de la vida ha apagado el deseo:
‘Ánimo, la luz de Jesús sabe vencer las tinieblas más oscuras’,
¡levántate, coraje!
¿Cómo encontrar esta luz divina? Sigamos el ejemplo de los Magos, que
el Evangelio describe siempre en movimiento. Quien desea la luz, de
hecho sale de sí y la busca: no se queda cerrado, quieto, mirando qué
sucede en su alrededor, pero pone en juego la propia vida.
La vida cristiana es un camino continuo, hecho de esperanza y de
búsqueda; un camino que como el de los Magos prosigue también cuando la
estrella desaparece momentáneamente de la vista. En este camino hay
también insidias que es necesario evitar: los comentarios superficiales y
mundanos que frenan el paso; los caprichos paralizantes del egoísmo;
los baches del pesimismo que encierran la esperanza.
Estos obstáculos bloquearon a los escribas, de los cuales habla el
Evangelio de hoy. Ellos sabían dónde estaba la luz, pero no se movieron.
Cuando Herodes les preguntó ‘¿Dónde nacerá el Mesías?’, ‘¡En Belén!
Sabían donde pero no se movieron. Su conocimiento fue vano: no basta
saber que Dios ha nacido, si no se hace con Él la Navidad en el corazón.
Dios ha nacido, ¿pero ha nacido en tu corazón?, ¿ha nacido en mi
corazón?, ¿ha nacido en nuestro corazón? Y así lo encontraremos, como
los Magos, con María y José en el establo.
Los Magos lo hicieron: encontrado el Niño, “ellos se postraron y lo
adoraron”: entraron en una comunión personal de amor con Jesús. Después
le donaron oro, incienso y mirra, o sea sus bienes más preciosos.
Aprendamos de los Magos a no dar a Jesús solo los retazos de tiempo y
algún pensamiento cada tanto, contrariamente no tendríamos su luz. Como
los Magos, pongámonos en camino, revistiéndonos de luz, siguiendo la
estrella de Jesús y adoremos al Señor con todo nuestro ser”.
Después de rezar el ángelus el Papa saludó a los diversos grupos de peregrinos y añadió las siguientes palabras:
“Los magos ofrecen a Jesús sus dones, pero en realidad es Jesús mismo
el verdadero don de Dios. De hecho es el Dios que se dona a nosotros,
en Él nosotros vemos el rostro misericordioso del Padre que nos espera,
nos acoge, nos perdona siempre; el rostro de Dios que no nos trata nunca
según nuestras obras o según nuestros pecados, pero únicamente según la
inmensidad de su inagotable misericordia.
Y hablando de los dones, también yo he pensado de hacerles un pequeño
regalo… faltan los camellos, pero les daré este don. Es el librito
‘Ícono de misericordia’. El don de Dios es Jesús, misericordia del
Padre, y por esto para recordar este don les doy este regalo que será
distribuido por personas pobres, sin hogar y prófugos, junto a muchos
voluntarios y religiosos a los cuales saludo y les agradezco de corazón.
Les deseo un año de justicia, de perdón, de serenidad pero sobre todo
un año de misericordia. Les ayudará leer este libro; se lleva en el
bolsillo, pueden llevarlo con ustedes. Por favor no se olviden de
hacerme también el don de vuestra oración. El Señor les bendiga. Buena
fiesta, ‘buon pranzo‘ y ‘arrivederci‘.