Federico Fernández de Buján
Nada volvió a ser lo mismo. De nuevo a la vida ordinaria, de nuevo a su estudio… pero ahora que han visto la Verdad… nunca perderán el camino
Celebramos hoy con los Magos la
Epifanía. A través de ellos, Dios se manifiesta a todo el orbe. De estos
entrañables personajes solo sabemos lo que el Espíritu ha revelado en
el Evangelio de Mateo. No consta que sean Reyes ni cuántos son. Se les nombra como «magos», que significa sabios. En Herodoto y Jenofonte
«magos» son una casta sagrada de medos y persas, con saberes
astronómicos y creencias adivinatorias. Para señalar su procedencia el
evangelista utiliza un término ambiguo: «Oriente». En el contexto
cultural judío sería más allá del Jordán.
Un día descubren un astro. Giotto
dibuja en la Capilla de los Scrovegni un cometa. Quizás habría
contemplado el Halley, de recurrente aparición periódica. Desde su
pintura, la Estrella de Belén se representa con una estela luminosa.
Nuestros Magos indagarían la causa. Su ciencia no consigue descubrir el
arcano, pero, iluminada por la fe, vislumbra el Misterio. Intuyen que
anuncia un gran nacimiento y se disponen a seguirla. Dios les llama a
través de su estudio. El entendimiento abierto a la fe. Así, cuando un
estudioso pretende alcanzar las causas últimas de la realidad objeto de
su análisis y desemboca en una reflexión sobrenatural.
En tiempos se creyó que el avance
científico daría respuesta a toda pregunta y satisfacción a toda
necesidad. Podría hacerse realidad, ¡por fin!, un mundo feliz. Se
construiría acá, el «más allá». Algunos lo postularon como doctrina.
Así, Comte o Renan al defender que la
ciencia mejora la vida material y establece una ética social. Entrado ya
suficiente el nuevo milenio, esas esperanzas han devenido vanas. No
todo es posible, aunque el ámbito legal permita experimentar contra
natura. El avance, siempre inconcluso, no explica todos los «porqués».
Afirma Juan Pablo II en su encíclica Fides et ratio:
«Aquel que, con espíritu abierto, reflexiona […] frente a las
maravillas del mundo inmensamente pequeño del átomo e inmensamente
grande del cosmos […] comprende que tal obra requiere un Creador». El
axioma «el hombre como medida de todas las cosas» se desmorona. La razón
elevada, irracionalmente, a una peana para adorarla se desploma del
sitial que no le corresponde.
Desde Anselmo de Canterbury y Tomás de Aquino la razón ha tratado de «tocar» a Dios. Nuestro Ortega
dibuja su ir y venir a la fe con una bella alegoría. En su ensayo «Dios
a la vista», compara al hombre frente a Dios con nuestro planeta que,
en su movimiento de traslación, se aleja y acerca del sol. Y concluye:
«… pero al cabo emerge a sotovento el acantilado de la divinidad […] y
procede gritar desde la cofa: ¡Dios a la vista!». Hoy desde la filosofía
analítica hay un fértil diálogo entre creyentes y ateos. Anthony Flew se convierte y defiende con argumentos racionales la existencia de la divinidad.
Es obvio que hay científicos creyentes,
agnósticos y ateos. Pero es incuestionable que la ciencia moderna es
absolutamente tributaria de multitud de estudiosos cristianos. Así, Bacon, Kepler, Descartes, Newton, Faraday, Mendel, Max Planck,
entre muchos otros. Ha sido más corriente confirmar la creencia o
descubrir a Dios en la investigación que llegar a la increencia desde la
ciencia. Afirma Pasteur: «Poca ciencia aleja de Dios, mucha ciencia devuelve a él». Sobre la creencia de Einstein afirma la Encyclopedia Britannica: «Negando firmemente el ateísmo, expresó una creencia en el Dios de Spinoza
revelado en la armonía de lo que existe». En una ocasión le preguntan
cómo concibe a «su Dios» y responde: «Es un misterio comprensible.
Admiro las leyes de la naturaleza. No hay leyes sin un legislador».
Hoy el científico, cada vez más
consciente de su pequeñez, se encuentra en permanente estado de
perplejidad. Cada descubrimiento abre incógnitas más profundas. El
entendimiento busca, denodadamente, soluciones y respuestas. En cierto
instante, extenuados, muchos científicos se ven traspasados por un tenue
resplandor por el que vislumbran que más allá de su especulación hay
algo −«Alguien»− que da el ser a todas las cosas. De nuevo Juan Pablo
II: «La fe no mortifica la inteligencia, sino la estimula a
reflexionar». Su luz no destruye, completa la causa de la razón. El
quehacer intelectual, que es 1% de inspiración y 99% de transpiración,
cumple el mandato divino formulado en los albores: «¡Dominad la
tierra!». Eso sí, con pleno respeto a lo creado, patrimonio de los que
existimos y de los que vendrán.
Es tiempo de buscar sin cejar, hallar y
explicar. Dios es Alfa y Omega, pero queda el resto del alfabeto por
descubrir. Esas letras intermedias, tan enjundiosas, son las realidades
empíricas, sociales o culturales, que el ser humano debe descubrir. Y
así, ¡cuánta paz! Quedan cauterizados orgullo y soberbia. Vanagloria del
hombre contemporáneo cuando cree que puede prescindir de Dios.
Sentencia Cajal: «Al investigador le ha sido dado
desentrañar algo de la maravillosa obra de la Creación para rendir a la
Divinidad uno de los cultos más gratos…». Es, asimismo, la hora de la
humildad. Recientemente, el astrónomo Sandage confiesa:
«El mundo presenta complicaciones que no logra esclarecer la ciencia…
Solo puedo entender la existencia recurriendo al elemento sobrenatural».
Termino. Los Magos rememoran la ilusión
infantil. También evocan la ciencia. En definitiva, la sabiduría para
alcanzar la «Sabiduría», don del Espíritu que permite saborear la
Verdad. Los Magos descubren por la razón, estimulada por su estudio e
iluminada por la fe. Hallan a un Niño. No fue preciso ver más. Parecía
ignorante −nada sabía−, indefenso −nada podía− y pobre −nada tenía−,
pero supieron que solo Él podía llenar de felicidad sus vidas y colmar
las ansias de su entendimiento. Es la «Verdad» que lo invade todo y
trasciende todas las verdades.
Y se rinden, con emoción, a la ilógica
evidencia de descubrir a Dios en ese «Niño en brazos de su Madre». Con
el corazón henchido de dicha los Magos regresan a su tierra «por otro
camino». Nada volvió a ser lo mismo. De nuevo a la vida ordinaria, de
nuevo a su estudio… pero ahora que han visto la Verdad… nunca perderán
el camino.