El Papa en el Ángelus
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En los días pasados hemos puesto nuestra mirada venerante sobre el Hijo de Dios, nacido en Belén; hoy, Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, dirigimos nuestros ojos a la Madre, pero manteniendo ambos en su estrecha relación. Esta relación no se agota en el hecho de haber generado y en haber sido generado; Jesús «nacido de mujer» (Gal 4,4) para una misión de salvación y su madre no está excluida de tal misión, al contrario, está asociada íntimamente.
En los días pasados hemos puesto nuestra mirada venerante sobre el Hijo de Dios, nacido en Belén; hoy, Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, dirigimos nuestros ojos a la Madre, pero manteniendo ambos en su estrecha relación. Esta relación no se agota en el hecho de haber generado y en haber sido generado; Jesús «nacido de mujer» (Gal 4,4) para una misión de salvación y su madre no está excluida de tal misión, al contrario, está asociada íntimamente.
María es consciente de esto, por lo tanto no se cierra a considerar
solo su relación maternal con Jesús, sino permanece abierta y atenta a
todos los acontecimientos que suceden a su alrededor: conserva y medita,
observa y profundiza, como nos recuerda el Evangelio de hoy (Cfr. Lc
2,19).
Ha ya dicho su “sí” y ha dado su disponibilidad para ser involucrada
en la actuación del plan de salvación de Dios, que «dispersó a los
soberbios de corazón, derribó a los poderosos de su trono y elevó a los
humildes, colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con
las manos vacías» (Lc 1,51-53). Ahora, silenciosa y atenta, trata de
comprender que cosa Dios quiere de ella cada día.
La visita de los pastores le ofrece la ocasión para captar algún
elemento de la voluntad de Dios que se manifiesta en la presencia de
estas personas humildes y pobres. El evangelista Lucas nos narra la
visita de los pastores a la gruta con una sucesión incesante de verbos
que expresan movimiento. Dice así: ello fueron sin esperar, encontraron
al Niño con María y José, lo vieron, y contaron lo que de Él les habían
dicho, y finalmente glorificaron a Dios (Cfr. Lc 2,16-20).
María sigue atentamente esta visita, que cosa dicen los pastores, que
cosa les ha sucedido, porque ya entre ve en ellos el movimiento de la
salvación que surge de la obra de Jesús, y se adecua, lista para todo
pedido del Señor. Dios pide a María no solo ser la madre de su Hijo
unigénito, sino también cooperar con el Hijo y por el Hijo en el plan de
salvación, para que en ella, humilde sierva, se cumpla las grandes
obras de la misericordia divina.
Y aquí, mientras los pastores, contemplan el icono del Niño en brazos
a su Madre, sentimos crecer en nuestro corazón un sentido de inmenso
reconocimiento hacia Ella que ha dado al mundo al Salvador. Por esto, en
el primer día del nuevo año, le decimos:
¡Gracias, oh Santa Madre del Hijo de Dios, Jesús, Santa Madre de Dios!
Gracias por tú humildad que ha atraído la mirada de Dios;
gracias por la fe con la cual has acogido su Palabra;
gracias por la valentía con la cual has dicho “aquí estoy”,
olvidándose en ti, fascinada del Amor Santo,
hecho un todo con su esperanza.
¡Gracias, oh Santa Madre de Dios!
Ora por nosotros, peregrinos en el tiempo;
ayúdanos a caminar en la vía de la paz.
Amén”.
Gracias por tú humildad que ha atraído la mirada de Dios;
gracias por la fe con la cual has acogido su Palabra;
gracias por la valentía con la cual has dicho “aquí estoy”,
olvidándose en ti, fascinada del Amor Santo,
hecho un todo con su esperanza.
¡Gracias, oh Santa Madre de Dios!
Ora por nosotros, peregrinos en el tiempo;
ayúdanos a caminar en la vía de la paz.
Amén”.