El Papa ayer en Santa Marta
“Si
escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón” (Hb 3,7),
Acabamos de leer en la Carta a los Hebreos. Podemos destacar dos
palabras: hoy y corazón.
El hoy de que habla el Espíritu Santo es
nuestra vida, un hoy lleno de días, pero después del cual no habrá
vuelta atrás, un mañana; un hoy en el que hemos recibido el amor de
Dios, la promesa de Dios de encontrarlo; un hoy en el cual podemos
renovar nuestra alianza con la fidelidad a Dios. Pero solo hay hoy, en
nuestra vida y la tentación es la de decir: “Sí, lo haré mañana”. La
tentación de un mañana que no habrá, como Jesús mismo explica en la
parábola de las diez vírgenes: las cinco necias que no habían tomado
consigo el aceite junto a las lámparas, lo van luego a comprar, pero
cuando llegan, encuentran la puerta cerrada. O la parábola del que llama
a la puerta diciendo al Señor: “He comido contigo, he estado contigo…”. “No te conozco: has llegado tarde…”.
Esto lo digo no para asustaros, sino simplemente para decir que la vida
nuestra es un hoy: hoy o nunca. Yo pienso en esto. El mañana será el
mañana eterno, sin ocaso, con el Señor, para siempre, si soy fiel a este
hoy. Y la pregunta que os hago es la que hace el Espíritu Santo: ¿Cómo
vivo yo este hoy?
La segunda palabra que se repite en la
lectura es corazón. Con el corazón encontramos al Señor y muchas veces
Jesús regaña diciendo: “tardos de corazón”, tardos para entender. La
invitación es a no endurecer el corazón y a preguntarse si no está sin
fe o seducido por el pecado. En nuestro corazón se juega el hoy.
¿Nuestro corazón está abierto al Señor? A mí siempre me llama la
atención cuando encuentro a una persona anciana –tantas veces sacerdotes
o monjitas– que me dicen: Padre, rece por mi perseverancia final. –Pero, has hecho el bien toda tu vida, todos los días de tu hoy han estado al servicio del Señor, ¿y tienes miedo? –No, no: todavía mi vida no está acabada, y me gustaría vivirla plenamente.
Rezar para que el hoy llegue pleno, pleno, con el corazón firme en la
fe, y no arruinado por el pecado, por los vicios, por la corrupción…
Preguntémonos por nuestro hoy y por
nuestro corazón. El hoy está lleno de días, pero no se repetirá. Los
días se repiten hasta que el Señor diga “basta”. Pero el hoy no se
repite: la vida es ésta. Y corazón, corazón abierto, abierto al Señor,
no cerrado, no duro, no endurecido, no sin fe, no perverso, no seducido
por los pecados. El Señor encontró a tantos de esos que tenían el
corazón cerrado: los doctores de la ley, toda esa gente que le
perseguía, lo ponían a prueba para condenarlo… y al final lo lograron.
Vayamos a casa con estas dos palabras solamente: ¿cómo es mi hoy? El
ocaso puede ser hoy mismo, este día o muchos días después. Pero, ¿cómo
va mi hoy, en la presencia del Señor? ¿Y mi corazón cómo está? ¿Está
abierto? ¿Está firme en la fe? ¿Se deja conducir por el amor del Señor?
Con estas dos preguntas pidamos al Señor la gracia que cada uno de
nosotros necesite.