Después
de la Navidad comienza un nuevo tiempo litúrgico, el tiempo ordinario:
pero en el centro de la vida cristiana está siempre Jesús, la primera y
la última Palabra del Padre, el Señor del universo, el Salvador del
mundo. No hay otro, es el único. Ese es el centro de nuestra vida:
Jesucristo. Jesucristo que se manifiesta, se hace ver y nosotros estamos
invitados a conocerlo, a reconocerlo, en la vida, en tantas
circunstancias de la vida, reconocer a Jesús, conocer a Jesús. ‘Pero yo, padre, conozco la vida de ese santo, de esa santa, y también las apariciones de allí y de allá…’.
Eso está bien, los santos son los santos, son grandes. Las apariciones
no todas son verdaderas, ¡eh! Los santos son importantes, pero el centro
es Jesucristo: ¡sin Jesucristo no hay santos! Y aquí la pregunta: ¿el
centro de mi vida es Jesucristo? ¿Cuál es mi relación con Jesucristo?
Hay tres tareas para asegurarnos de que Jesús está en el centro de
nuestra vida.
La primera tarea es conocer a Jesús para reconocerlo.
En su tiempo, muchos no lo reconocieron: los doctores de la ley, los
sumos sacerdotes, los escribas, los saduceos, algunos fariseos. Es más,
lo persiguieron, lo mataron. Hay que preguntarse: ¿A mí me interesa
conocer a Jesús? ¿O quizá me interesa más la telenovela o los
chismorreos o las ambiciones o conocer la vida de los demás? Para
conocer a Jesús está la oración, el Espíritu Santo, pero también está el
Evangelio, que es para llevarlo siempre encima para leer un pasaje
todos los días. Es el único modo de conocer a Jesús. Luego es el
Espíritu Santo quien hace el trabajo. Esta es la semilla. Quien hace
germinar y crecer la semilla es el Espíritu Santo.
La segunda tarea es adorar a Jesús.
No solo pedirle cosas y darle gracias. Hay dos modos de adorar a Jesús:
la oración de adoración en silencio y luego quitar de nuestro corazón
las otras cosas que adoramos, que nos interesan más. No, solo Dios. Las
otras cosas sirven si soy capaz de adorar solo a Dios. Hay una pequeña
oración que rezamos, el Gloria: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, pero muchas veces la decimos como papagayos. ¡Y esa oración es adoración! Gloria:
adoro al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Adorar, con pequeñas
oraciones, con el silencio ante la grandeza de Dios, adorar a Jesús y
decir: ‘Tú eres el único, tú eres el principio y el fin y contigo quiero
estar toda la vida, toda la eternidad. Tú eres el único’. Y eliminar
las cosas que me impiden adorar a Jesús.
La tercera tarea es seguir a Jesús,
como dice el Evangelio de hoy cuando, Jesús llama a los primeros
discípulos. Significa poner a Jesús en el centro de nuestra vida: Es
simple la vida cristiana, es muy sencilla, pero necesitamos la gracia
del Espíritu Santo para que despierte en nosotros esas ganas de conocer a
Jesús, de adorar a Jesús y de seguir a Jesús. Y por eso hemos pedido al
comienzo, en la oración Colecta al Señor que conozcamos qué debemos
hacer, y tener la fuerza de hacerlo. Que en la sencillez de cada día
—porque, cada día, para ser cristianos no son necesarias cosas raras,
cosas difíciles, cosas superfluas; no, es sencillo— el Señor nos dé la
gracia de conocer a Jesús, de adorar a Jesús y de seguir a Jesús.