Enrique García-Máiquez
He empezado a sospechar que los desfallecimientos que se ven por aquí y por allá de la fe en la monogamia y en la indisolubilidad podrían responder a una pérdida de la capacidad de vuelo
Mucho cuidado con transferir los comportamientos animales a la moral humana, como un Tomas de Iriarte
postmoderno, porque la naturaleza es tan vasta y variada que es fácil
encontrar cualquier conducta animal que justifique cualquier conducta
animal... en el hombre. El paso de la etología a la ética es etéreo.
Siempre hay una colmena o un hormiguero para defender el colectivismo, o
un mono onanista. Sólo cabe aventurar alguna analogía basada en razones
adaptativas evidentes y también, por supuesto, regocijarse en la
belleza de las criaturas y sus comportamientos.
Así me he regocijado al leer que el 90% de las aves son monógamas. Se afirma en la revista Nature,
nada menos, y por un equipo de más de setenta investigadores y más de
veinte años de trabajo de campo. ¡Tanto dar por sentado que el lirismo
de las aves respondía a su melodioso canto y quizá tenga razones más
conyugales y más comprometidas! He empezado a sospechar que los
desfallecimientos que se ven por aquí y por allá de la fe en la
monogamia y en la indisolubilidad podrían responder a una pérdida de la
capacidad de vuelo. Las aves, ya se ve, no desfallecen.
Menos especulativas, más prácticas son
las razones de tal comportamiento. Primero, la defensa. Al ser dos aves,
padre y madre, se relevan en la protección del nido. Cuanto más
combativos son, más cambios de guardia, mientras que las especies que
confían en el mimetismo prefieren no andarse con tantos meneos para no
llamar la atención. Analógicamente, eso se traslada a los humanos: nada
como una pareja activa para defender a su familia sin resquicios.
Luego está la conciliación, como la llaman −tirando también de analogía− los propios investigadores del Instituto Max Plank de Ornitología.
Para incubar los huevos se establecen turnos. Lo interesante es que no
son turnos paritarios, al 50%, sino que cambian muchísimo no sólo por
especies, sino dentro de cada pareja y según las circunstancias. Los
chorlitejos patinegros, por ejemplo, al ser el macho muy vistoso, se
organizan de forma que la hembra incuba de día, y el padre aprovecha las
noches. Más lógico, imposible. Quizá una moraleja extraíble es que
tampoco se nos debería imponer a los humanos ningún reparto de tareas
prefabricado y milimétrico. Hay que dejar que las parejas se entiendan,
que nos entendamos. La conciliación tiene que ser conciliadora, íntima,
personal de dos, como la de los pajaritos.