12/05/16

Ir de vuelo



He empezado a sospechar que los desfallecimientos que se ven por aquí y por allá de la fe en la monogamia y en la indisolubilidad podrían responder a una pérdida de la capacidad de vuelo
Mucho cuidado con transferir los comportamientos animales a la moral humana, como un Tomas de Iriarte postmoderno, porque la naturaleza es tan vasta y variada que es fácil encontrar cualquier conducta animal que justifique cualquier conducta animal... en el hombre. El paso de la etología a la ética es etéreo. Siempre hay una colmena o un hormiguero para defender el colectivismo, o un mono onanista. Sólo cabe aventurar alguna analogía basada en razones adaptativas evidentes y también, por supuesto, regocijarse en la belleza de las criaturas y sus comportamientos.
Así me he regocijado al leer que el 90% de las aves son monógamas. Se afirma en la revista Nature, nada menos, y por un equipo de más de setenta investigadores y más de veinte años de trabajo de campo. ¡Tanto dar por sentado que el lirismo de las aves respondía a su melodioso canto y quizá tenga razones más conyugales y más comprometidas! He empezado a sospechar que los desfallecimientos que se ven por aquí y por allá de la fe en la monogamia y en la indisolubilidad podrían responder a una pérdida de la capacidad de vuelo. Las aves, ya se ve, no desfallecen.
Menos especulativas, más prácticas son las razones de tal comportamiento. Primero, la defensa. Al ser dos aves, padre y madre, se relevan en la protección del nido. Cuanto más combativos son, más cambios de guardia, mientras que las especies que confían en el mimetismo prefieren no andarse con tantos meneos para no llamar la atención. Analógicamente, eso se traslada a los humanos: nada como una pareja activa para defender a su familia sin resquicios.
Luego está la conciliación, como la llaman −tirando también de analogía− los propios investigadores del Instituto Max Plank de Ornitología. Para incubar los huevos se establecen turnos. Lo interesante es que no son turnos paritarios, al 50%, sino que cambian muchísimo no sólo por especies, sino dentro de cada pareja y según las circunstancias. Los chorlitejos patinegros, por ejemplo, al ser el macho muy vistoso, se organizan de forma que la hembra incuba de día, y el padre aprovecha las noches. Más lógico, imposible. Quizá una moraleja extraíble es que tampoco se nos debería imponer a los humanos ningún reparto de tareas prefabricado y milimétrico. Hay que dejar que las parejas se entiendan, que nos entendamos. La conciliación tiene que ser conciliadora, íntima, personal de dos, como la de los pajaritos.