El Papa ayer en Santa Marta
La liturgia de la Iglesia hoy también,
como en los últimos dos días, nos hace reflexionar sobre la figura de
Juan el Bautista, presentado en el Evangelio como el “testigo”. Y esa es
su vocación, dar testimonio de Jesús, indicar a Jesús, como hace la
lámpara con la luz, lámpara que indica donde está la luz, da testimonio
de la luz. Él era la voz, como dice de sí mismo: Yo soy la voz que clama en el desierto.
Él era la voz, pero da testimonio de la Palabra, indica la Palabra, el
Verbo de Dios. Él era el predicador de la penitencia, y bautizaba, pero
dice claramente: Después de mí viene otro que es más fuerte que yo,
es más grande que yo, al cual no soy digno de desatar las sandalias. Y
Él os bautizará en fuego y Espíritu Santo.
Juan es, pues, el provisional que indica
al definitivo, y el definitivo es Jesús. Esa es su grandeza, demostrada
cada vez que el pueblo y los doctores de la ley le preguntaban si era o
no el Mesías, y él respondía de modo claro: Yo no lo soy. Y ese
testimonio provisional pero seguro, fuerte, esa antorcha que no se deja
apagar por el viento de la vanidad, esa voz que no se deja disminuir por
la fuerza del orgullo, siempre se convierte en uno que indica al otro y
abre la puerta al otro testimonio, el del Padre, el que Jesús dice hoy:
el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan, las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo. Y Juan el bautista abre la puerta a ese testimonio. Y se oye la voz del Padre: Este es mi Hijo.
Fue Juan quien abrió esa puerta. Es grande este Juan, que siempre se
queda aparte. Es humilde, se anonada Juan tomando la misma senda que
después tomará Jesús, la del vaciarse de sí mismo. Y será así hasta el
final: en la oscuridad de una celda, en la cárcel, decapitado por el
capricho de una bailarina, la envidia de una adúltera y la debilidad de
un borracho. Si tuviera que hacerle un retrato, solo deberíamos pintar
eso.
Una imagen que dirijo a los presentes,
religiosos, obispos y matrimonios que celebran su 50º aniversario. Es un
bonito día para preguntarse por la propia vida cristiana, si nuestra
vida cristiana ha abierto siempre la senda a Jesús, si la vida ha estado
llena de ese gesto: indicar a Jesús. Agradecer todas las veces que lo
hemos hecho, agradecer y recomenzar, tras el 50º aniversario, con esa
vejez joven o juventud envejecida —¡como el buen vino!—, dar un paso
adelante para continuar siendo testigos de Jesús. Que Juan, el gran
testigo, os ayude en este nuevo camino que un día como hoy, tras la
celebración de vuestro 50º aniversario de sacerdocio, de vida consagrada
y de matrimonio, comenzasteis.