Las casitas típicas del nacimiento me traen las palabras de San Juan al continuar su prólogo: “habitó entre nosotros”
Salmo 97: “Toda la tierra ha visto al Salvador”.
Hebreos 1, 1-6: “Dios nos ha hablado por medio de su Hijo”.
Hebreos 1, 1-6: “Dios nos ha hablado por medio de su Hijo”.
San Juan 1, 1-18: “Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros”.
Contemplando un nacimiento Tsotsil, con sus borregas y
sus vacas, con sus ángeles y sus pastores, con la gran imaginación de
nuestros artesanos que engalanan a María y José con vistosos trajes
tradicionales, con un niñito indígena de cara sonriente… llega hasta mí
el mensaje comprometedor y profundo del Prólogo de San Juan. Se mezclan
en mi mente los conceptos y las imágenes. Cada una de las palabras tiene
un sonido especial que se refleja en la candidez de las figuras del
nacimiento. ¿Cómo comunicar la grandeza de un amor que rebasa los
límites del tiempo y del espacio? Los profetas lo anunciaron desde
antiguo con bellas imágenes y con fuertes comparaciones, pero al final
su anuncio queda en palabras frágiles que se pierden en el vacío de los
corazones o en la indiferencia de las personas. ¿Cómo hacer entender la
locura de un Dios enamorado de su pueblo hasta perdonarlo y olvidar una y
otra vez sus infidelidades? Aparece entonces la sonrisa tierna y
amorosa de ese Niño que es puro amor. La Palabra se ha hecho carne,
carne concreta, carne real. Cristo se transforma en el rostro de la
misericordia infinita del Padre. Descubrimos en el prólogo de San Juan
el significado más profundo de la Navidad de Jesús. Él es la Palabra de
Dios que se hizo hombre. Así es “Dios con nosotros”, Dios que nos ama,
que camina con nosotros. Este es el mensaje de Navidad: La Palabra se
hizo carne.
¿Cómo no experimentar al amor concreto en unos ojos
que nos miran con dulzura a pesar de nuestros pecados? ¿Cómo resistir al
encanto del amor cuando se percibe el calor de unas manitas que nos
acarician y de unos brazos que nos envuelven con su ternura? La Palabra
se ha hecho carne concreta que nos salva, que nos sana, que nos
acaricia. La Palabra no es efímera, sino concreta, en un cuerpecito que
nos grita por todos sus poros, por todos sus miembros, el amor
inconcebible de un Dios misericordioso. Contemplemos a este Niño,
dejémonos invadir de su ternura, experimentemos la riqueza de su
misericordia.
Las casitas típicas del nacimiento me traen las
palabras de San Juan al continuar su prólogo: “habitó entre nosotros”.
Son las paradojas del amor: el hijo de Dios entró en este mundo como un
hijo que no tiene casa; el que ha puesto su ‘tienda’, su morada entre
los hombres, aparece errante y peregrino buscando una cuna donde
recostarse. Quizás no quiso tener casa para buscar alberge en todos los
corazones, quizás su santuario más precioso sea el interior de los
pobres y humildes. Por eso el Evangelista escribe: “El Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros”. ¡En estas palabras, que nunca dejan de
sorprendernos, está todo el cristianismo! ¡Dios se hizo mortal, frágil
como nosotros, compartió nuestra condición humana, excepto el pecado, –
pero tomó sobre sí los nuestros como si fueran propios – ha entrado en
nuestra historia, se volvió plenamente “Dios con nosotros”! El
nacimiento de Jesús nos muestra que Dios ha querido unirse a todos los
hombres y mujeres, a cada uno de nosotros, para comunicarnos su vida y
su alegría.
La Navidad revela el inmenso amor de Dios por la
humanidad. De ahí deriva también el entusiasmo, la esperanza de nosotros
los cristianos, que en nuestra pobreza sabemos que somos amados,
visitados, acompañados por Dios; y miramos al mundo y la historia como
el lugar donde caminar con Él, hacia los cielos nuevos y la tierra
nueva. Con el nacimiento de Jesús, nace una promesa nueva, nace un mundo
nuevo, y también un mundo que siempre puede ser renovado. Dios está
siempre presente para suscitar hombres nuevos, para purificar el mundo
del pecado que lo envejece, del pecado que lo corrompe. Aunque la
historia humana y la de cada uno de nosotros esta marcada por las
dificultades y debilidades, la fe en la Encarnación nos dice que Dios es
solidario con el hombre y su historia.
Mientras contemplo una estrella del peculiar
nacimiento, Juan continúa recordándome: “Aquel que es la Palabra era la
luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”. La luz
todo lo penetra, la luz todo lo ilumina, la luz llega hasta lo más
profundo. ¡Esta cercanía de Dios al hombre, a cada uno de nosotros es un
don que nunca tiene ocaso! ¡Él está con nosotros! Y esta proximidad
nunca tiene ocaso. Aquí está la buena noticia de la Navidad: la luz
divina que llenó los corazones de la Virgen María y de San José, y guió
los pasos de los pastores y los magos, brilla para nosotros hoy. Los
pueblos que vivían en la tiniebla han visto una gran luz. ¡Qué regalo
sería para nuestro pueblos que se iluminaran con la luz del Recién
Nacido!
Este nacimiento tan especial, también ha escenificado
a Herodes y su comitiva, aunque un poco separados. Quizás teniendo muy
en cuenta lo que dice San Juan: “Vino a los suyos y los suyos no lo
recibieron”. Tanta gracia, tanto don, tanta luz, está supeditada a la
libertad de cada uno de nosotros. La Palabra de Dios pone su tienda
entre nosotros, pecadores y necesitados de misericordia. ¡Pero nosotros
podemos rechazarla! Todos nosotros deberíamos apresurarnos para recibir
la gracia que nos ofrece. Sin embargo, igual que Herodes, nosotros somos
capaces de rechazar la salvación y preferimos permanecer en la cerrazón
de nuestros errores y en la angustia de nuestros pecados.
Hoy nuevamente es Navidad, y no como un recuerdo que
queda en el pasado, sino como una realidad que se renueva cada día y
cada momento. Jesús no se da por vencido y nunca deja de ofrecerse a sí
mismo y de ofrecer su gracia que nos salva. Jesús es paciente. Jesús
sabe esperar. Nos espera siempre. En el pesebre de Belén, ese más
concreto de miseria y de maldad, ese más cercano a nosotros, ese que
está junto a nuestro corazón, Jesús vuelve a nacer, renueva su deseo de
nuestro amor y de nuestra respuesta. Hoy es Navidad, hoy se hace carne
para ti y para mí, hoy pone su tienda en nuestro corazón, hoy se hace
luz que te ilumina y te da vida.
Jesús, sonríe paciente, con la sonrisa de niño,
recostado en el pesebre esperando la respuesta de nuestro amor. Navidad
es un mensaje de esperanza, un mensaje de salvación, antiguo y siempre
nuevo. Y nosotros estamos llamados a testimoniar con alegría este
mensaje del Evangelio de la vida y de la luz, de la esperanza y del
amor. ¡Porque el mensaje de Jesús es éste: vida, luz, esperanza, amor!
Padre Bueno, concédenos que, al vernos envueltos
en la luz nueva de tu Palabra hecha carne, resplandezca en nuestras
obras lo que por la fe brilla en nuestro interior. Amén.