Ciclo A – Textos: Números 6, 22-27; Gálatas 4, 4-7; Lucas 2, 16-21.
María es verdadera Madre de Dios, la Theotokos
María es verdadera Madre de Dios, la Theotokos
Idea principal: María es Madre de Dios y Madre nuestra.
Resumen del mensaje: Como nuestros hermanos orientales de rito sirio, demos hoy los augurios y felicitaciones a María Santísima, por ser la Madre de Dios. Acerquémonos a Ella con estos sentimientos, pues también es nuestra madre en el plano de la gracia.
Aspectos de esta idea:
En primer lugar, esta verdad de que María es verdadera Madre de Dios, la Theotokos,
la Iglesia la definió en el concilio de Éfeso en el 431. San Cirilo de
Alejandría, que presidió el Concilio, escribía a continuación a sus
fieles: “Sabéis que se reunió el santo sínodo en la gran iglesia de
María, Madre de Dios. Pasamos allí el día entero… Había allí unos
doscientos obispos reunidos. Todo el pueblo esperaba con ansiedad,
aguardando desde el amanecer hasta el crepúsculo la decisión del santo
Sínodo… Cuando salimos de la iglesia, nos acompañaron con antorchas
hasta nuestros domicilios, porque era de noche. Se respiraba alegría en
el ambiente; la ciudad estaba salpicada de luces; incluso las mujeres
nos precedían con incensarios y abrían la marcha” (Epístola 24). San Ignacio de Antioquía llama a Jesús “el hijo de Dios y de María”. Esto coloca a María a una altura que da vértigo, al lado del Padre. Pero también, por ser de nuestra raza “nacido de una mujer”,
está cercana a nosotros y se hace nuestra madre también, madre de la
Iglesia. De esclavos que éramos pasamos a ser hijos en el Hijo (segunda
lectura). Maravilloso intercambio éste como para felicitar a María y
felicitarnos entre nosotros.
En segundo lugar, veamos la misión que tiene esta Madre, como toda madre. Una madre da a luz a su hijo con amor y acompaña a su hijo hasta el final. Así hizo María con su Hijo Jesús. Una madre amamanta a su hijo. Una madre cuida a su hijo. Una madre respeta la libertad de su hijo. Una madre acompaña
a su hijo en sus momentos alegres y también en los momentos difíciles.
María es madre de todos los hombres en el orden de la gracia. Al dar a
luz a su primogénito, parió también espiritualmente a aquellos que
pertenecerían a él, a los que serían incorporados a él y se convertirían
así en miembros suyos. Ella desde el cielo intercede por nosotros, nos
consuela, nos anima y nos apunta a su Hijo diciéndonos: “Haced lo que Él os diga”.
Finalmente, preguntémonos qué podemos imitar de María, nuestra Madre. El evangelio nos da dos secretos: “Ella conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”.
Seamos hombres que sabemos rumiar las cosas de Dios en nuestra vida, y
como decía san Agustín, dado que no podemos imitarla en la primera
Encarnación física, imitémosla en la segunda encarnación espiritual “concibiendo el Verbo con la mente”. Y segundo, salgamos de la Navidad como los pastores que salieron “dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto”, es decir, seamos testigos de esta Encarnación del Hijo de Dios y de esta Maternidad divina de María.
Para reflexionar: ¿Tengo a María como madre de
mi fe, esperanza y amor? ¿Rezo continuamente a María? Puedo, como
María, recibir la palabra, custodiarla en mi corazón, hacer de ella la
luz para mis pasos, alimento de mi vida espiritual.
Para rezar: recemos el famoso “Acordaos”.
“Acuérdate, oh Piadosísima Virgen María, que jamás
se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección,
implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado
de ti. Animado con esta confianza, a ti también acudo, oh Virgen Madre, y
aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer
ante tu Presencia Soberana; no deseches, oh Purísima y Santísima Madre
de Dios mis humildes súplicas, antes bien escúchalas y atiéndelas
favorablemente. Amén”.