Ricardo Rios
Javier Echevarría había sido secretario de San Josemaría Escrivá y su acompañante fiel junto al beato Álvaro del Portillo
Hace unos días falleció en Roma Mons. Javier Echevarría, Obispo Prelado del Opus Dei. Escribo pues distanciado de la noticia suficientemente conocida, sin más pretensión que evocar su figura con modestas vivencias personales. Esa figura que se agrandará con el paso del tiempo cuando se haga balance de su amor a la Iglesia y su dedicación a ella a través del Opus Dei.
Don Javier estuvo muchos años al lado del Fundador de la Obra, san Josemaría Escrivá,
hasta el mismo momento de su muerte, el 26 de junio de 1975, en Roma.
Ese día le había ayudado a celebrar la que sería su última Misa. Luego,
mediada la mañana, tras una visita a un centro del Opus Dei, regresó a
su residencia romana de Villa Tevere. Cuenta su biógrafo, Andrés Vázquez de Prada
que «Pasó al oratorio e hizo su acostumbrada genuflexión: devota,
pausada, con un saludo al Señor sacramentado. Inmediatamente se dirigió
al cuarto de trabajo. Don Javier, que se había quedado atrás, para
cerrar la puerta del ascensor, oyó que el Padre le llamaba desde dentro.
Acudió. “No me encuentro bien”, le dijo con voz débil. Acto continuo se
desplomó». Y añade el biógrafo: «Murió como era su deseo: saludando a
una imagen de la Virgen de Guadalupe. De mano de la Señora recibió la
rosa que abre al Amor las puertas de la eternidad».
El pasado día 12, el día que falleció
Mons. Echevarría, se celebraba la festividad de la Virgen de Guadalupe.
Las Señora mexicana habrá unido en el cielo a los que tan unidos
estuvieron en la tierra, Porque don Javier había sido secretario de San
Josemaría y su acompañante fiel junto al beato Álvaro del Portillo, primer Prelado del Opus Dei.
Mons. Echevarría nunca tuvo miedo al dolor ni a la muerte. Él mismo escribió en uno de sus libros, Itinerarios de vida cristiana:
«El sufrimiento y la muerte del Señor han operado una transformación
radical de la realidad de nuestro sufrimiento y de nuestra propia
muerte… La muerte no significa ya bajada al Seol, al abismo donde hay
una vida umbrátil y donde no cabe alabar a Dios, sino puerta que nos
introduce para siempre en la casa del Padre, donde se goza de Él y de la
compañía de los hermanos». Esa es la puerta que atravesó don Javier el
pasado lunes 12 de la mano de la Virgen de Guadalupe.
Tuve la suerte de conocer a don Javier
Echevarría personalmente. Pude asistir a muchas importantes
celebraciones litúrgicas en las que estuvo presente o que presidió, en
Roma y en Madrid. Viví actos, con él, en los que Sevilla fue escenario.
Una tertulia masiva en el Colegio Tabladilla, en la que le
pregunté por los inicios del Opus Dei, o un Congreso sobre Historia de
la Iglesia, celebrado en Capitanía. Pero lo más gratificante fueron las
dos audiencias personales que disfruté. En ellas palpé el trato de un
Padre singular, que transmitía mucho más que afecto en medio de una
familiaridad y serenidad santa. Y en ambas ocasiones le escuché la misma
frase que da título a estas líneas: «Que nadie nos sea indiferente».
Don Javier, en coloquio, insisto, muy
familiar y sencillo, descendía a lo corriente. Por ejemplo, en una de
esas audiencias hablamos hasta del Betis, porque un sacerdote muy
cercano y colaborador suyo, nacido en Heliópolis, era gran bético. Fue
la misma mañana en la que le dirigió unas palabras a mi hijo más
pequeño, en vísperas entonces de hacer la Primera Comunión, referidas a
la manera de recibir a Jesús sacramentado. Palabras paternales que le
hicieron llorar de emoción. En otra ocasión hablamos de nuestra Diócesis
de Sevilla, mostrando su cariño, afecto y reconocimiento hacia nuestro
Arzobispo, don Juan José Asenjo, haciéndome «portavoz»
de un abrazo fraternal para él. También recuerdo sus consejos sobre el
mundo de la comunicación, y tantas frases edificantes y aleccionadoras,
siempre positivas. Pero de todas se me clavó, como si fuera su
testamento personal, la ya mencionada: «Que nadie nos sea indiferente».
Él lo predicó y escribió con el ejemplo, dejándose llevar de la Madre del cielo, Virgen guadalupana. Extraigo de su última carta pastoral,
con fecha 1 de diciembre, estas líneas: «En la aridez de ciertas
jornadas, la Virgen nos hará encontrar flores colmadas de buen aroma,
del bonus odor Christi, como se narra en las apariciones de la
Virgen de Guadalupe a san Juan Diego, que conmemoramos el día 12». Él la
conmemoró con Ella.
Y añade la carta: «Quizás nos ocupamos
de muchas cuestiones, y nos falta el sosiego en el trato con Dios. Si
logramos mantener esa calma en la relación con el Señor, la ofreceremos
también a los demás». Ofrecérsela a los demás, porque nadie nos debe ser
indiferente. Así me lo enseñó el Prelado del Opus Dei, don Javier
Echevarría, y a él me encomiendo para intentar llevarlo a cabo.