Luis Montuenga
Resumo aquí lo que he vivido personalmente con él a lo largo de estos años, sobre todo en algunas conversaciones sobre la enseñanza universitaria y la investigación
Monseñor Javier Echevarría,
prelado del Opus Dei y gran canciller de la Universidad de Navarra, nos
ha dejado en las últimas horas de la fiesta de la Virgen de Guadalupe, a
la que tenía gran devoción personal. Habrá tiempo y perspectiva, y
sobre todo autores más cualificados, para valorar la labor de monseñor
Echevarría en sus 22 años al frente de la Prelatura del Opus Dei. Será
preciso también glosar a fondo la huella de su ejemplo de santidad
personal en miles de almas que le han conocido o tratado a lo largo de
su vida.
En estas líneas ofrezco, muy a
vuelapluma, algunas reflexiones sobre cómo monseñor Echevarría impulsó
la vida y los proyectos de la Universidad de Navarra. Son muchas las
ocasiones en las que los que trabajamos en esta universidad hemos podido
escuchar sus reflexiones sobre la tarea universitaria en actos
académicos o encuentros más o menos numerosos con los profesores,
alumnos y personal no docente. Su visión optimista, magnánima y su
llamada a considerar el trabajo universitario, la enseñanza, la
investigación como oportunidades únicas de servir a Dios y a la
sociedad, eran continuados ecos del mensaje nuclear de san Josemaría sobre la santificación del trabajo, aplicadas a todas las tareas universitarias.
Resumo aquí lo que he vivido más
personalmente a lo largo de estos años, sobre todo en algunas
conversaciones con él sobre la enseñanza universitaria y la
investigación. En esas charlas llamaba muy poderosamente la atención su
visión magnánima, optimista, alentadora para acometer y hacer crecer
grandes proyectos como el Centro de Investigación Médica Aplicada (que
nos hacía ver como el mero comienzo de un gran sueño), el Instituto
Cultura y Sociedad, la investigación sobre temas de especial interés
sanitario en países que sufren pobreza y marginación, (que se concretó
también en un nuevo centro de investigación), la puesta en marcha del
Museo de la Universidad de Navarra o la labor de la Agrupación de
Graduados y la Asociación de Amigos. Todos estos proyectos, todos los
sueños que nos invitaba a poner en marcha, estaban impregnados de la
convicción del papel central de la institución universitaria y, por
tanto, de la Universidad de Navarra, como elemento clave de difusión de
la idea cristiana del servicio a la sociedad.
Monseñor Echevarría nos recordaba
también con frecuencia que la docencia en una universidad con
inspiración cristiana ha de ser un ejercicio de caridad intelectual.
Asimismo, el servicio a los demás, la generosidad, el trabajo en equipo,
la preocupación por los grandes problemas sociales, así como las
grandes cuestiones de fondo sobre el sentido de la vida, la
trascendencia, las aparentes contradicciones entre ciencia y fe, o entre
responsabilidad ética y el pragmatismo, debían estar presentes en el
diálogo y la actividad universitaria.
En mis recuerdos personales, no
obstante, lo que brilla con luz más intensa son los breves (o a veces no
tan breves) encuentros y conversaciones con monseñor Echevarría en los
que se interesaba por mi propia investigación, por los proyectos
concretos que estábamos desarrollando y la de mis colegas del Centro de
Investigación Médica Aplicada, las facultades del ámbito científico y la
Clínica Universidad de Navarra.
Su memoria prodigiosa le llevaba a
retener detalles muy concretos sobre temas, proyectos y personas.
También se interesaba por cuestiones generales del progreso de la
ciencia que pudieran tener mayor trascendencia social, ética o que
pudieran aliviar el sufrimiento de muchos: recuerdo perfectamente un día
en el que me pidió que le explicase los avances en relación a vacunas
de enfermedades como la malaria o el sida. Monseñor Echevarría se
interesaba por nuestro trabajo de investigación y por los avances de la
ciencia en general. No recuerdo ninguna de esas entrevistas breves en la
que no me haya insistido en la importancia de soñar y de tener metas
altas. Era una de las dos constantes de cualquiera de esos encuentros.
La otra era más personal: antes que gran canciller era prelado y padre.
Por eso, siempre, la primera de sus preguntas al verme era interesarse
por mis padres, que sabía que no andan bien de salud. Estoy convencido
de que ahora, desde el cielo, cuidará especialmente de ellos; y también
de que, junto con san Josemaría y el beato Álvaro,
seguirá siendo el motor y el impulso de la tarea docente, asistencial e
investigadora que tanto ha empujado durante sus 22 años de prelado y
gran canciller de la Universidad de Navarra.