12/15/16

Monseñor Javier Echevarría, visión magnánima y servicio


Resumo aquí lo que he vivido personalmente con él a lo largo de estos años, sobre todo en algunas conversaciones sobre la enseñanza universitaria y la investigación

Monseñor Javier Echevarría, prelado del Opus Dei y gran canciller de la Universidad de Navarra, nos ha dejado en las últimas horas de la fiesta de la Virgen de Guadalupe, a la que tenía gran devoción personal. Habrá tiempo y perspectiva, y sobre todo autores más cualificados, para valorar la labor de monseñor Echevarría en sus 22 años al frente de la Prelatura del Opus Dei. Será preciso también glosar a fondo la huella de su ejemplo de santidad personal en miles de almas que le han conocido o tratado a lo largo de su vida.
En estas líneas ofrezco, muy a vuelapluma, algunas reflexiones sobre cómo monseñor Echevarría impulsó la vida y los proyectos de la Universidad de Navarra. Son muchas las ocasiones en las que los que trabajamos en esta universidad hemos podido escuchar sus reflexiones sobre la tarea universitaria en actos académicos o encuentros más o menos numerosos con los profesores, alumnos y personal no docente. Su visión optimista, magnánima y su llamada a considerar el trabajo universitario, la enseñanza, la investigación como oportunidades únicas de servir a Dios y a la sociedad, eran continuados ecos del mensaje nuclear de san Josemaría sobre la santificación del trabajo, aplicadas a todas las tareas universitarias.
Resumo aquí lo que he vivido más personalmente a lo largo de estos años, sobre todo en algunas conversaciones con él sobre la enseñanza universitaria y la investigación. En esas charlas llamaba muy poderosamente la atención su visión magnánima, optimista, alentadora para acometer y hacer crecer grandes proyectos como el Centro de Investigación Médica Aplicada (que nos hacía ver como el mero comienzo de un gran sueño), el Instituto Cultura y Sociedad, la investigación sobre temas de especial interés sanitario en países que sufren pobreza y marginación, (que se concretó también en un nuevo centro de investigación), la puesta en marcha del Museo de la Universidad de Navarra o la labor de la Agrupación de Graduados y la Asociación de Amigos. Todos estos proyectos, todos los sueños que nos invitaba a poner en marcha, estaban impregnados de la convicción del papel central de la institución universitaria y, por tanto, de la Universidad de Navarra, como elemento clave de difusión de la idea cristiana del servicio a la sociedad.
Monseñor Echevarría nos recordaba también con frecuencia que la docencia en una universidad con inspiración cristiana ha de ser un ejercicio de caridad intelectual. Asimismo, el servicio a los demás, la generosidad, el trabajo en equipo, la preocupación por los grandes problemas sociales, así como las grandes cuestiones de fondo sobre el sentido de la vida, la trascendencia, las aparentes contradicciones entre ciencia y fe, o entre responsabilidad ética y el pragmatismo, debían estar presentes en el diálogo y la actividad universitaria.
En mis recuerdos personales, no obstante, lo que brilla con luz más intensa son los breves (o a veces no tan breves) encuentros y conversaciones con monseñor Echevarría en los que se interesaba por mi propia investigación, por los proyectos concretos que estábamos desarrollando y la de mis colegas del Centro de Investigación Médica Aplicada, las facultades del ámbito científico y la Clínica Universidad de Navarra.
Su memoria prodigiosa le llevaba a retener detalles muy concretos sobre temas, proyectos y personas. También se interesaba por cuestiones generales del progreso de la ciencia que pudieran tener mayor trascendencia social, ética o que pudieran aliviar el sufrimiento de muchos: recuerdo perfectamente un día en el que me pidió que le explicase los avances en relación a vacunas de enfermedades como la malaria o el sida. Monseñor Echevarría se interesaba por nuestro trabajo de investigación y por los avances de la ciencia en general. No recuerdo ninguna de esas entrevistas breves en la que no me haya insistido en la importancia de soñar y de tener metas altas. Era una de las dos constantes de cualquiera de esos encuentros. La otra era más personal: antes que gran canciller era prelado y padre. Por eso, siempre, la primera de sus preguntas al verme era interesarse por mis padres, que sabía que no andan bien de salud. Estoy convencido de que ahora, desde el cielo, cuidará especialmente de ellos; y también de que, junto con san Josemaría y el beato Álvaro, seguirá siendo el motor y el impulso de la tarea docente, asistencial e investigadora que tanto ha empujado durante sus 22 años de prelado y gran canciller de la Universidad de Navarra.