Isaías 35, 1-6.10: “Dios mismo viene a salvarnos”
Salmo 145: “Ven, Señor, a salvarnos”
Santiago 5, 7-10: “Manténganse firmes, porque el Señor está cerca”
San Mateo 5, 7-10: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
Salmo 145: “Ven, Señor, a salvarnos”
Santiago 5, 7-10: “Manténganse firmes, porque el Señor está cerca”
San Mateo 5, 7-10: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
No pudo dar un paso más y se derrumbó en plena
calle. La gente indiferente no se detuvo a ayudarlo, esquivaron el
cuerpo y fingieron no mirarlo: era un pobre más tirado en el camino; era
un indígena del que nadie hizo caso. Horas después, muchas horas para
la necesidad del indigente, alguien se apiadó y llamó a las ambulancias
de servicio público. Tardaron eternidades en llegar, revisaron y
levantaron el cuerpo. Dijeron que ya nada se podía hacer, que si
hubieran hablado antes… Durante días permaneció el cadáver en calidad de
desconocido y pasado un tiempo fue colocado en la fosa común: sin
familia, sin amigos, sin nadie que se compadeciera de él. Quizás en
tierras lejanas una madre tenga la corazonada de la muerte de su hijo,
quizás una esposa y unos hijos lloren su ausencia… acá solamente es un
personaje anónimo que se perdió en la indiferencia. Mientras nos llegan
las palabras del Adviento: “¡Ánimo, no teman. He aquí que llega su Dios,
vengador y justiciero, viene a salvarlos!”
“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar
a otro?” Es la pregunta que desde la cárcel por medio de sus mensajeros
hace Juan y quizás es la pregunta que nosotros hoy haríamos a Jesús.
¿Debemos esperar otro? Es extraño, después de haber preparado el camino a
Aquel que ha de venir, el mensajero está ahora encerrado, consumido por
las dudas y envía una expedición de sus discípulos para pedirle a Jesús
que manifieste su identidad, que presente señales ciertas que permitan
reconocerlo, que se explique mejor, pues no parece responder a los
esquemas de Mesías que se tenían sobre él. Pero Jesús no responde
directamente a la pregunta sino que remite a sus obras y a la Escritura.
Ahí está la historia de todos conocida: Él cura al pueblo de sus
heridas, enfermedades y carencias, le da vida y anuncia la Buena Noticia
a los pobres. La respuesta de Jesús orienta al Bautista y a todos los
oyentes. Es respuesta a los oráculos de los profetas y a la vida
sencilla del pueblo, pero no todos están de acuerdo con su estilo de
vida ni con su forma de mesianismo. De ahí que el mismo Jesús tenga que
proclamar: “Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mi”. No todos
aceptan las señales que Jesús ofrece.
Quizás nosotros nos sintamos defraudados por Él y
estemos esperando “otro”. Cada año llega el Adviento y la Navidad, sin
embargo dejamos para otra oportunidad, el abrir el corazón y manifestar
con señales que el Mesías ha llegado. Para transformar nuestro mundo y
nuestro ambiente esperamos otra época, otras situaciones, condiciones
más claras y dejamos para otra ocasión nuestro compromiso. Para atender
al pobre, lo dejamos para otra ocasión, para otro pobre menos
fastidioso, para un después que nunca llega. ¿Creemos realmente que
Jesús ha llegado? Las señales que nos proporciona Jesús son muy claras:
“los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la
lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les
anuncia el Evangelio”, pero hoy Él quiere hacerlas a través de nuestras
manos, de nuestro anuncio, de nuestra participación. Quiere que nosotros
ofrezcamos esas señales.
Cuando nos preguntan si somos cristianos, se
esperaría que respondiéramos de la misma forma que Cristo: miren
nuestras obras y vayan a anunciar lo que sucede. Pero muchas veces
nuestras respuestas son ambiguas y mucho más ambiguas nuestras acciones.
No nos presentamos como discípulos comprometidos con la justicia y con
la verdad, no abrimos los ojos de los ciegos, no fortalecemos las
rodillas vacilantes… nos dejamos arrastrar por la ola de conformismo,
miedo e indiferencia que ahoga las buenas intenciones. Quizás la
pregunta nos queme en las manos porque cuestiona la esencia de nuestro
cristianismo, quizás busquemos responder con fórmulas y rezos, pero la
respuesta de Cristo resplandece luminosa en misericordia y compromiso
con los más necesitados. Reflexionemos nuestra respuesta y descubramos
nuestras señales. No seremos verdaderos discípulos si en lugar de Buena
Nueva, estamos recriminando, destruyendo y apagando la mecha que aún
humea. Debemos mirar muy dentro de nosotros si somos los cristianos
esperados que se comprometen con la causa de los pobres, que luchan a
corazón abierto contra la injusticia, que denuncian con valor las
hipocresías, que tienen la suficiente humildad para reconocer las
propias culpas antes de constituirse en jueces de los otros. ¿Seremos
estos cristianos nosotros, o se debe esperar a otros?
Los incontables Juanes que están en la cárcel, que
viven en la miseria, que sufren las injusticias, que están aguardando,
quizás ya desilusionados y cansados de esperar, necesitan que alguien
vaya a contarles no sólo que ha escuchado o leído, sino las señales que
ha visto, las señales que hemos hecho con nuestros pobres esfuerzos. Es
fácil el discurso, es más difícil el actuar. Pero en este Adviento no
necesitamos discursos ni palabras bonitas, necesitamos señales que
anuncien la venida inminente del Salvador.
Nuevamente Isaías se nos presenta con su grito de
alegría y de esperanza: “Regocíjate yermo sediento. Que se alegre el
desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios…”
Dios quiere la felicidad de los hombres. Los cristianos deberíamos
reconocer que la Buena Nueva es siempre un mensaje de salvación, un
mensaje de alegría y de liberación. Hemos construido un mundo cada vez
más rico de posibilidades, pero también cada vez más hundido en un
torbellino de contradicciones: más riqueza pero más pobres, más medios
para la salud pero más muertos por enfermedades; más alimentos pero más
hambre. En este mundo absurdo se requieren cristianos que anuncien que
es posible construir la nueva humanidad fundada en la victoria de
Cristo, que a pesar de todas las contradicciones es posible construir el
Reino de Dios, que hay muchos pequeñitos e insignificantes que lo han
tomado en serio y están en el camino. Pero eso afirma Isaías que hay que
fortalecer las manos cansadas, afianzar las rodillas vacilantes y
animar los corazones vacilantes.
Es Adviento, es tiempo de dar señales verdaderas
de conversión, de amor y de fraternidad. ¿Cómo estamos construyendo este
mundo que gime y grita en busca de salvación? ¿Hemos cerrado nuestros
oídos a los dolores, al sufrimiento y a la injusticia? ¿Qué señales
estamos dando de una Nueva Noticia?
Padre Bueno, mira al pueblo que en medio del dolor
espera la Venida de tu Hijo, concédele celebrar el gran misterio de la
Navidad con un corazón nuevo, compasivo y misericordioso. Amén