VER
¡No! No es una blasfemia. El poder de Dios es infinito y podría
terminar con toda la corrupción, como nos indican las catequesis
bíblicas del diluvio y la destrucción de Sodoma y Gomorra, y como se
simboliza en las escenas del Apocalipsis. Dios todo lo puede; si no lo
pudiera, no sería Dios.
Pero determinó crearnos libres, capaces del bien y del mal. Nos
advierte las consecuencias a que nos exponemos si nos dejamos atrapar
por el mal, como la corrupción y otros graves pecados, pero nos deja
libres.
Es la grandeza y la limitación del ser humano. Somos semejantes a
Dios, un poco menos que los ángeles, sobre todo cuando amamos y hacemos
el bien; pero también degradamos nuestra dignidad de ser imágenes de
Dios cuando, en vez de amar y servir a los demás, los perjudicamos y les
dañamos en su persona y en sus derechos. Los corruptos hacen mucho
daño, porque utilizan su poder para su propia conveniencia, dejando
desamparados a los más débiles.
Dios nos llama a ser santos como Él, pero nos advierte a cada momento
sobre el peligro de desviarnos del camino que nos propone para ser
perfectos y felices. Por eso, nos ordena no robar. Jesucristo escogió al
equipo central de su obra redentora, pero Judas le salió muy corrupto.
No fue culpa de Jesús, sino decisión libre de Judas. También Juan y
Santiago, muy cercanos a Jesús, quisieron usar las influencias de su
madre para obtener un puesto que no les correspondía. En la Iglesia,
antes y ahora, ha habido corruptos, incluso en las más altas esferas.
Los sumos pontífices, salvo lamentables excepciones de siglos remotos,
han luchado contra la corrupción eclesial, pero no siempre ha habido
total transparencia, sino todo lo contrario. En nuestras diócesis y
parroquias, en las juntas o mayordomías, por más que tratemos de evitarlo, se nos cuelan corruptos, que echan a perder toda la obra evangelizadora.
Cuando un candidato a puestos públicos asegura y promete que acabará
con la corrupción, cosa muy de alabar, olvida que el dinero y la
seducción del poder se meten hasta las rendijas más profundas del alma y
que nadie está exento de esa tentación. ¡No hay que prometer lo que no
se puede cumplir! Las intenciones son excelentes, pero hay que ser
realistas y no demagogos. Hay que luchar contra toda corrupción, claro
que sí, pero hay que ser humildes para reconocer las limitaciones
humanas. Hay pecados que se nos salen de control.
PENSAR
El Papa Francisco, con ocasión de que este 9 de diciembre es la jornada mundial, establecida por la ONU, contra la corrupción, dijo que la“debemos combatir, comenzando por la conciencia personal y vigilando los ámbitos de la vida civil, especialmente sobre los que están más en riesgo”.
En Evangelii gaudium, con toda claridad dice: “Mientras
las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría
se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Se
instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de
forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y
sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su
economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se
añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han
asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce
límites” (56). “Esto se vuelve todavía más irritante si los
excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción
profundamente arraigada en muchos países –en sus gobiernos, empresarios e
instituciones– cualquiera que sea la ideología política de los
gobernantes” (60).
Y advierte a los agentes de pastoral sobre una tentación que afecta a todos: “Quien
ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la
profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca
constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia. Ha
replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su
inmanencia y sus intereses y, como consecuencia de esto, no aprende de
sus pecados ni está auténticamente abierto al perdón. Es una tremenda
corrupción con apariencia de bien” (97).
ACTUAR
Luchemos todos contra cualquier forma de corrupción en la familia, en la escuela, en las iglesias, en el deporte, en la política, en todos los ámbitos, empezando por nosotros mismos.