Gerardo Castillo Ceballos
Ya no basta con que el padre sea proveedor en lo material y detentador de la autoridad; se espera de él que comparta con la madre el compromiso de educar
El duelo por la muerte del padre es un tema recurrente en la literatura española, sobre todo desde las Coplas de Jorge Manrique.
Ello muestra que la figura paterna es
esencial en la vida y en la formación de los hijos, en cuanto les aporta
seguridad, estabilidad, carácter y sentido de pertenencia. Es propio
del padre (aunque no exclusivo de él) ejercer la autoridad, lo que
incluye enseñar a los hijos los límites en su comportamiento.
Es muy preocupante, por ello, que en la
sociedad actual la figura paterna esté en crisis. Se habla de un eclipse
del padre relacionado con su exclusión social. Se pretende acabar con
el tradicional rol paterno ligado a la autoridad. David Guttmann lo llama “desculturización de la paternidad”.
La crisis ha sido posible porque muchos
padres escucharon los cantos de sirena de quienes presentaban la
autoridad como autoritarismo y represión. En el intento de evitar ese
peligro, algunos cayeron en la trampa de la sobreprotección; no fueron
conscientes de que sustituir al hijo es incapacitarle para valerse por
sí mismo.
En una viñeta de Rudy Pali
se ve cómo una mamá le está haciendo los deberes a su hijito, que
consisten en escribir en una pizarra 40 veces la frase “debo aprender a
hacer las cosas solito”. Cuando llega a la 39 la mamá le entrega la tiza
al niño mientras le dice: “¡Toma, la última escríbela tú!”
Para la profesora María Calvo,
el descrédito continuo del rol del padre en la educación de los hijos
es consecuencia del proceso de emancipación de la mujer. Esto último
provocó un efecto colateral con el que nadie contaba: el oscurecimiento de lo masculino.
Añade que actualmente está muy extendida la idea de que en la crianza y
educación de los hijos el padre es prescindible. El modelo social de
ahora exalta exclusivamente la sensibilidad típica del código materno (Padres destronados,
2014) Esto explica por qué la fórmula de familia monoparental preferida
actualmente es la de madre-hijo (me refiero a la familia en la que la
madre cree que no necesita un padre).
Se está propalando frívolamente que, con
el progreso de la ingeniería genética, el padre sería prescindible
incluso en la procreación de los hijos; también que el padre y la madre
serían intercambiables, puesto que tendrían las mismas posibilidades
biológicas. Se ignora así que los niños privados de la autoridad paterna
desconocen las “líneas rojas” de su comportamiento, lo que les hace
menos tolerantes a la frustración y más ansiosos y agresivos.
El niño que vive solamente con una madre
autosuficiente tiene el riesgo de acabar siendo absorbido por ella;
también el de llegar a rebelarse, al verla como un obstáculo frente a
sus deseos de autoafirmación y masculinidad. En cambio, la presencia del
padre permite romper la excesiva fusión entre madre e hijo, al tiempo
que ayuda al hijo varón a modelar su identidad masculina.
Cuesta entender la renuncia a la figura
del padre en una época en la que los poetas siguen componiendo sentidas
elegías a su propio padre. Veamos, por ejemplo, un fragmento de la de José Jacinto:
“Esas manos fuertes, esas manos buenas/ que nos corrigieron y que al
igual llenaron/ de alegrías y de gozo nuestras vidas,/ esas manos
sabias, esas manos buenas/ hoy se encuentran frías”.
El acceso al trabajo profesional por
parte de muchas madres de ahora está haciendo que algunos padres
empiecen a asumir su cuota de responsabilidad en la crianza y educación
de los hijos y en el trabajo del hogar. De la necesidad se está haciendo
virtud.
Hoy urge recuperar la función del padre,
pero sin limitarse a reproducir la del pasado. Ya no basta con que el
padre sea proveedor en lo material y detentador de la autoridad; se
espera de él que comparta con la madre el compromiso de educar. Se
necesita, por ello, una reinvención de la figura paterna vinculada a un
nuevo estilo de autoridad.
Para J. L. Pinillos ese
estilo de autoridad es el que “promueve la autonomía responsable y la
independencia creadora”. A diferencia del tradicional, no está centrado
en los padres, sino en los hijos, ya que arranca de sus necesidades y
fomenta su participación; además sustituye la exigencia externa por la
apelación a la autoexigencia.
Es necesario transmitir que la autoridad
del padre es de talante positivo y elevador, impulso para desarrollar
actitudes de cooperación, refuerzo de los buenos comportamientos y
recurso para fomentar virtudes, como la fortaleza, la obediencia y el
respeto.
Quienes han venido considerando al padre
como prescindible, difícilmente podrán neutralizar con argumentos un
estilo paterno con esas posibilidades. Y en el caso de que lo lograran,
siempre nos quedará el recurso de declararnos una especie protegida.