P. Antonio Rivero, L.C.
Ciclo A - Textos: Job 19, 1.23-27; Rm 5, 5-11; Juan 6, 37-40
Idea principal: La muerte es la puerta que nos abre la eternidad y al encuentro con Dios. ¡No tengamos miedo!
Síntesis del mensaje: Si ayer, festividad de
todos los santos, contemplábamos con alegría a tantos y tantos hermanos
nuestros que tras haber pasado de este mundo al Padre gozan ya de la
gloria de Dios, hoy nos fijamos, con ánimo agradecido, en aquellos
hermanos que, habiendo cruzado ya el umbral de la muerte, esperan de la
misericordia divina la apertura para ellos de las puertas del reino. Con
la muerte no acaba todo, sino que comienza la vida plena en Dios y con
Dios.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, nada está tan cercano a la vida del hombre como la muerte. Y sin embargo, nuestro mundo parece ignorar este hecho. “Nuestras vidas son los ríos / que van a parar al mar, / que es el morir…” cantaba el poeta Jorge Manrique con razón, pero no con toda la razón, ya que nuestra meta no es la muerte sino la gloria. El Concilio Vaticano II dice (Gaudium et Spes 18) que el máximo enigma de la vida humana es la muerte.
El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo.
Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga
con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la
ruina total y del adiós definitivo. Todos los esfuer zos de la técnica
moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del
hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no
puede satisfacer ese deseo del más allá que surge ineluctablemente del
corazón humano.
En segundo lugar, mientras
toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la
Revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un
destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria
terrestre. La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en
la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el
omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la
salvación perdida por el pecado. Ha sido Cristo resucitado el que ha
ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su
propia muerte. Ahí radica nuestra esperanza.
Finalmente, hoy hacemos nuestra oración y ofrecemos el sacrificio de la Misa por nuestros hermanos difuntos. “Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para que sean liberados del pecado” (2
Mac 12,46). La oración por los difuntos, anclada en la más profunda
tradición cristiana se funda, queridos hermanos, en dos hechos
fundamentales de nuestra fe: En primer lugar,
rezamos por nuestros difuntos porque creemos en la resurrección. San
Pablo en su primera carta a los corintios también se hace eco del tema y
dice: “Cristo ha resucitado de entre los
muertos, como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte. Porque
lo mismo que por un hombre vino la muerte, también por un hombre ha
venido la resurrección de los muertos. Y como por su unión con Adán
todos los hombres mueren, así también por su unión con Cristo, todos
retornarán a la vida” (1 Cor 15,20-22). En segundo lugar, rezamos por los muertos porque creemos en la comunión de los santos. Según el concilio, “todos,
aunque en grado y formas distintas, estamos unidos en fraterna caridad y
cantamos el mismo himno de gloria a nuestro Dios. Porque todos los que
son de Cristo y tienen su Espíritu crecen juntos y en El se unen entre
sí, formando una sola Iglesia (cf. Ef., 4,16). Así que la unión de los
peregrinos con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de
ninguna manera se interrumpe; antes bien, según la constante fe de la
Iglesia, se fortalece con la comunicación de los bienes espirituales”
(Lumen Gentium 49). Nos sentimos unidos con los difuntos, y rezamos por
ellos, al igual que ayer reconocíamos la intercesión de todos los
santos por nosotros.
Para reflexionar: ¿Tengo miedo a la muerte? ¿Por qué? ¿Cómo prepararme mejor para la muerte?
Para rezar: consciente de que el Dios vivo “no
ha hecho la muerte, ni se complace en el exterminio de los vivos. Él lo
creó todo para que subsistiese, y las criaturas del mundo son
saludables” (Sab 1,13-14), pediré hoy a Dios: Señor, prepárame a
bien morir. Aumenta mi fe y mi esperanza en Ti, Cristo, mi Redentor que
estás vivo y me recompensarás al final de mi vida. Que al final de mi
vida encuentre tus brazos amorosos donde descansar eternamente después
de mi lucha y mis fatigas por cumplir tu Santa Ley y haberte amado a ti y
a mis hermanos.