Los grupos de oración del Padre Pío, los trabajadores del hospital
Casa Alivio del Sufrimiento y los fieles de la archidiócesis de
Manfredonia-Vieste-San Giovanni Rotondo se reúnen en Roma con ocasión de
la traslación del cuerpo de san Pío de Pietrelcina para el Jubileo de
la Misericordia
El padre Pío fue un
servidor de la misericordia. Lo fue a tiempo completo, practicando, a
veces hasta el agotamiento, el apostolado de la escucha. Se convirtió, a
través del ministerio de la confesión, en una caricia viviente del
Padre, que sana las heridas del pecado y refresca el corazón con la paz.
Con estas palabras ha definido el papa Francisco al santo de
Pietrelcina, en la audiencia en la plaza de San Pedro con los grupos de
oración de padre Pío, los trabajadores del hospital Casa Alivio del
Sufrimiento y los fieles de la archidiócesis de Manfredonia-Vieste-San
Giovanni Rotondo, reunidos en Roma con ocasión de la traslación del
cuerpo de san Pío de Pietrelcina para el Jubileo de la Misericordia.
Unas 80 mil personas procedentes de distintas partes del mundo, han
recibido con alegría y entusiasmo al Santo Padre esta mañana.
Tal y como ha recordado el Santo
Padre en su discurso, san Pío “nunca se cansó de acoger a las personas y
de escucharlas, de gastar tiempo y fuerzas para difundir el perfume del
perdón del Señor”. Podía hacerlo –ha explicado– porque estaba siempre
unido a la fuente: se aferraba continuamente a Jesús Crucificado, y así
se convertía en canal de misericordia.
Asimismo, ha asegurado que la
“pequeña gota” del padre Pío se convirtió en un gran “río de
misericordia, que ha regado muchos corazones desiertos y ha creado oasis
de vida en muchas partes del mundo”.
Haciendo referencia a los grupos de
oración, el Pontífice ha querido recordar a los presentes que la oración
“no es una buena práctica para poner un poco de paz en el corazón, ni
tampoco un medio devoto para obtener de Dios lo que nos hace falta”.
Por esta razón, el Papa ha señalado que no hay que rezar “para estar
bien como si se tomara una aspirina”. No se reza para “obtener eso”
porque eso “es hacer un negocio” y “la oración es otra cosa”, ha
precisado.
La oración –ha indicado– es
una obra de misericordia espiritual, que quiere llevar todo al corazón
de Dios. “Es un don de fe y de amor, una intercesión que se necesita
como el pan”, ha añadido. El Santo Padre ha asegurado que la oración “es
la fuerza más grande de la Iglesia, que no debemos dejar nunca”. Y así
evitar el riesgo de apoyarse en otras cosas, “medios, dinero, poder”,
porque si no la evangelización desaparece y la alegría se apaga.
Por otro lado, el papa Francisco ha
animado a los grupos de oración presentes a ser “centrales de
misericordia”: centrales siempre abiertas y activas, que con el poder
humilde de la oración provean de la luz de Dios al mundo y la energía
del amor a la Iglesia.
Además, ha hecho también referencia a
la obra de misericordia corporal que quiso san Pío: la “Casa Alivio del
Sufrimiento”, inaugurada hace sesenta años. Tal y como ha recordado
Francisco, el santo de Pietrelcina no quiso que fuera solamente un
hospital excelente, sino un “templo de ciencia y de oración”.
Al respecto, Francisco ha recordado que curar la enfermedad es muy importante, pero sobre todo “cuidar al enfermo”. Por
eso, ha advertido de que puede suceder que, mientras se medican las
heridas del cuerpo, se agravan las heridas del alma, que son más lentas y
a menudo más difíciles de sanar. “Solo la proximidad y la oración
pueden ayudar a cuidarlas”, ha precisado. Y ha añadido que “también los
moribundos, a veces aparentemente inconscientes, participan a la oración
hecha con fe cerca de ellos, y se encomiendan a Dios, a su
misericordia”.
Finalmente, el Papa se ha mostrado
agradecido con los que sirven a los enfermos con profesionalidad, amor y
fe viva. Por ello, ha invitado a los presentes a pedir la gracia de
“reconocer la presencia de Cristo en las personas enfermas y en aquellos
que sufren”. Porque como repetía el Padre Pío, ‘el enfermo es Jesús’”.