11/03/16

Lutero: 500 años


Los acontecimientos históricos, y su propio carácter indomable y vehemente, le indujeron a unas posiciones que posiblemente no estaban inicialmente en las intenciones del reformador
Hace 500 años, Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la Iglesia del Palacio de Wittenberg. Fue un 31 de octubre de 1517. Con este hecho se inicia una época llena de acontecimientos que, en ese momento, eran imprevisibles: la división de la cristiandad occidental en dos bloques y un montón de quebraderos −y a veces quebrantos− de cabeza.
¿Quién fue Lutero? García Villoslada escribió la que quizá sea su mejor biografía en castellano. Ingresó como monje agustino por una promesa que hizo una noche tormentosa, en la que temió por la integridad de su vida debido a una intensa descarga eléctrica. Posteriormente realizó estudios de teología bíblica; y en 1517 era profesor en la universidad y un predicador ardoroso. Poseía una personalidad obsesiva y vehemente. Su perturbadora idea era disponer de certeza acerca de su salvación eterna.
En aquel momento, ante ciertos abusos desaprensivos −y por qué no decirlo, en los que la codicia adquiría un papel preponderante− en relación a las indulgencias, se rebeló ante los desafueros que veía a su alrededor. Conviene aclarar que los papas renacentistas y humanistas habían decidido transformar la ciudad de Roma y reconstruir las viejas basílicas constantinianas: por ejemplo, en comparación con las sublimes y excelsas catedrales góticas de numerosas ciudades europeas, San Pedro no dejaba de ser una iglesia de pueblo. Pero para eso necesitaban allegar abundantes recursos económicos. Y aquí está el origen de las arbitrariedades antes mencionadas.
Lutero vio en este abuso un argumentario a las tesis que, desde hacía algún tiempo, venía pergeñando para resolver su crisis interior. Y el 31 de octubre de 1517 hincó sus 95 tesis. En esas proposiciones, Lutero dejaba claro que es la fe la que salva y no las obras (limosnas a cambio de bulas con indulgencias). Que solo la fe alcanza la salvación, como don de Dios que no se puede comprar. No había grandes novedades en la doctrina católica adulterada en ese momento con una mala praxis. Pero lo que en un primer momento parecía legítimo, se convirtió en una disrupción que a la postre fue demoledora.
Se ha dicho, no sin razón, que mientras el luteranismo usa en la teología la conjunción adversativa (o) el catolicismo utiliza la copulativa (y). Y así, Lutero comenzará por afirmar que o fe u obras (sola fide); sagrada escritura o tradición (sola scriptura); gracia o naturaleza (sola gratia, pues la naturaleza está absolutamente corrompida por la caída de origen); libertad o predestinación (la libertad es esclava del pecado); fe o razón (solo la fe salva mientras que la razón es el instrumento diabólico de la corrupción); individuo o magisterio (interpretación individual y subjetivismo religioso); etcétera. Este último presupuesto le lleva a tener que dejar el gobierno de la iglesia reformada en manos del príncipe; pues el poder temporal no solo ha de velar por el cuidado y la vida de los súbditos en este mundo, sino también por su salvación en el más allá.
Décadas después, tras muchas luchas, se establecerá el principio cuius regio, eius religio (tal como sea la religión del príncipe o monarca, así será la de los súbditos). La doctrina luterana ponía la semilla de la secularización que al depositar en la autoridad civil el poder religioso será el que indique lo que hay que creer (fe) y las leyes marcarán lo que hay que hacer (moral). Ciertamente Lutero no llega a todas las conclusiones que se deducen de sus presupuestos, porque no las entrevé en su desarrollo histórico.
Hace años, un eminente filósofo me decía que la herejía es la respuesta errónea a un problema verdadero. Lutero era una persona que de buena fe buscaba reformar la iglesia de su tiempo, pero dio primacía a su desgarro interior y terminó él mismo reformado. La impaciencia hace revolucionarios. Los acontecimientos históricos, y su propio carácter indomable y vehemente, le indujeron a unas posiciones que posiblemente no estaban inicialmente en las intenciones del reformador.