Pedro López
Los acontecimientos históricos, y
su propio carácter indomable y vehemente, le indujeron a unas posiciones
que posiblemente no estaban inicialmente en las intenciones del
reformador
Hace 500 años, Lutero
clavó sus 95 tesis en la puerta de la Iglesia del Palacio de Wittenberg.
Fue un 31 de octubre de 1517. Con este hecho se inicia una época llena
de acontecimientos que, en ese momento, eran imprevisibles: la división
de la cristiandad occidental en dos bloques y un montón de quebraderos
−y a veces quebrantos− de cabeza.
¿Quién fue Lutero? García Villoslada
escribió la que quizá sea su mejor biografía en castellano. Ingresó
como monje agustino por una promesa que hizo una noche tormentosa, en la
que temió por la integridad de su vida debido a una intensa descarga
eléctrica. Posteriormente realizó estudios de teología bíblica; y en
1517 era profesor en la universidad y un predicador ardoroso. Poseía una
personalidad obsesiva y vehemente. Su perturbadora idea era disponer de
certeza acerca de su salvación eterna.
En aquel momento, ante ciertos abusos
desaprensivos −y por qué no decirlo, en los que la codicia adquiría un
papel preponderante− en relación a las indulgencias, se rebeló ante los
desafueros que veía a su alrededor. Conviene aclarar que los papas
renacentistas y humanistas habían decidido transformar la ciudad de Roma
y reconstruir las viejas basílicas constantinianas: por ejemplo, en
comparación con las sublimes y excelsas catedrales góticas de numerosas
ciudades europeas, San Pedro no dejaba de ser una iglesia de pueblo.
Pero para eso necesitaban allegar abundantes recursos económicos. Y aquí
está el origen de las arbitrariedades antes mencionadas.
Lutero vio en este abuso un argumentario
a las tesis que, desde hacía algún tiempo, venía pergeñando para
resolver su crisis interior. Y el 31 de octubre de 1517 hincó sus 95
tesis. En esas proposiciones, Lutero dejaba claro que es la fe la que
salva y no las obras (limosnas a cambio de bulas con indulgencias). Que
solo la fe alcanza la salvación, como don de Dios que no se puede
comprar. No había grandes novedades en la doctrina católica adulterada
en ese momento con una mala praxis. Pero lo que en un primer momento
parecía legítimo, se convirtió en una disrupción que a la postre fue
demoledora.
Se ha dicho, no sin razón, que mientras
el luteranismo usa en la teología la conjunción adversativa (o) el
catolicismo utiliza la copulativa (y). Y así, Lutero comenzará por
afirmar que o fe u obras (sola fide); sagrada escritura o tradición (sola scriptura); gracia o naturaleza (sola gratia,
pues la naturaleza está absolutamente corrompida por la caída de
origen); libertad o predestinación (la libertad es esclava del pecado);
fe o razón (solo la fe salva mientras que la razón es el instrumento
diabólico de la corrupción); individuo o magisterio (interpretación
individual y subjetivismo religioso); etcétera. Este último presupuesto
le lleva a tener que dejar el gobierno de la iglesia reformada en manos
del príncipe; pues el poder temporal no solo ha de velar por el cuidado y
la vida de los súbditos en este mundo, sino también por su salvación en
el más allá.
Décadas después, tras muchas luchas, se establecerá el principio cuius regio, eius religio
(tal como sea la religión del príncipe o monarca, así será la de los
súbditos). La doctrina luterana ponía la semilla de la secularización
que al depositar en la autoridad civil el poder religioso será el que
indique lo que hay que creer (fe) y las leyes marcarán lo que hay que
hacer (moral). Ciertamente Lutero no llega a todas las conclusiones que
se deducen de sus presupuestos, porque no las entrevé en su desarrollo
histórico.
Hace años, un eminente filósofo me decía
que la herejía es la respuesta errónea a un problema verdadero. Lutero
era una persona que de buena fe buscaba reformar la iglesia de su
tiempo, pero dio primacía a su desgarro interior y terminó él mismo
reformado. La impaciencia hace revolucionarios. Los acontecimientos
históricos, y su propio carácter indomable y vehemente, le indujeron a
unas posiciones que posiblemente no estaban inicialmente en las
intenciones del reformador.