El Papa en la Audiencia Jubilar
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta última audiencia jubilar del
sábado, quisiera presentar un aspecto importante de la misericordia: la
inclusión. Dios, de hecho, en su diseño de amor, no quiere excluir a
nadie, sino que quiere incluir a todos. Por ejemplo, mediante el
bautismo, nos hace sus hijos en Cristo, miembros de su cuerpo que es la
Iglesia. Y nosotros, cristianos, estamos invitados a usar el mismo
criterio: la misericordia es ese modo de actuar, ese estilo, con el que
buscamos incluir en nuestra vida a los otros, evitando cerrarnos en
nosotros mismos y en nuestras seguridades egoístas.
En el pasaje del Evangelio de Mateo que acabamos de escuchar, Jesús dirige una invitación realmente universal: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo les aliviaré” (11,28).
Nadie está excluido a este llamamiento, porque la misión de Jesús es la
de revelar a todas las personas el amor del Padre. A nosotros nos
corresponde abrir el corazón, fiarnos de Jesús y acoger este mensaje de
amor, que nos hace entrar en el misterio de la salvación.
Este aspecto de la misericordia, la
inclusión, se manifiesta en el abrir los brazos para acoger sin excluir;
sin clasificar a los otros en base a la condición social, a la lengua, a
la raza, a la cultura, a la religión: delante de nosotros hay solamente
una persona a la que amar como la ama a Dios.
El que encuentro
en mi trabajo, en mi barrio, es una persona a la que amar como lo hace
Dios. ‘Pero este es de ese país, de ese otro país, de esta religión, de
esta otra…’ Es una persona que Dios ama y yo debo amarla. Esto es
incluir, esto es la inclusión.
¡Cuántas personas cansadas y
oprimidas encontramos también hoy! Por el camino, en las oficinas
públicas, en los ambulatorio médicos… La mirada de Jesús se apoya en
cada uno de esos rostros, también a través de nuestros ojos. ¿Y nuestro
corazón cómo es? ¿Es misericordioso? ¿Y nuestro modo de pensar y de
actuar, es inclusivo? El Evangelio nos llama a reconocer en la historia
de la humanidad el diseño de una gran obra de inclusión, que, respetando
plenamente la libertad de cada persona, de cada comunidad, de cada
pueblo, llama a todos a formar una familia de hermanos y hermanas, en la
justicia, en la solidaridad y en la paz, y a formar parte de la
Iglesia, que es el cuerpo de Cristo.
¡Cómo son verdaderas las palabras de
Jesús que invita a los que están cansados y agobiados a ir a Él para
encontrar descanso! Sus brazos abiertos en la Cruz demuestran que nadie
está excluido de su amor y de su misericordia. Nadie está excluido de su
amor y de su misericordia. Ni siquiera el pecador más grande. Nadie.
Todos somos incluidos en su amor y en su misericordia. La expresión más
inmediata con la que nos sentimos acogidos e incluidos en Él es la del
perdón. Todos necesitamos ser perdonados por Dios. Y todos necesitamos
encontrar hermanos y hermanas que nos ayuden a ir a Jesús, a abrirnos al
don que nos ha hecho en la Cruz. ¡No nos obstaculicemos! ¡Nadie
excluido! Es más, con humildad y sencillez hagámonos instrumentos de la
misericordia inclusiva del Padre. La santa madre Iglesia extiende en el
mundo el gran abrazo del Cristo muerto y resucitado. También esta plaza,
con su columnata, expresa este abrazo. Dejémonos implicar en este
movimiento de inclusión de los otros, para ser testigos de la
misericordia con la que Dios ha acogido y acoge a cada uno de nosotros.