Tomás Trigo
Una disposición que se sitúa en un contexto concreto: la necesidad de que el sacramento de la reconciliación vuelva “a encontrar su puesto central en la vida cristiana”
Este lunes ha sido presentada por monseñor Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, la Carta Apostólica del Papa Francisco Misericordia et misera, que señala el final del Jubileo Extraordinario de la Misericordia.
Aunque la Carta Apostólica es
interesantísima en muchos aspectos, hay uno que ha despertado de modo
especial la atención de los lectores: “De ahora en adelante −afirma el
Papa en el n. 12− concedo a todos los sacerdotes, en razón de su
ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado
de aborto”, algo que el Papa había concedido de modo limitado para el
período jubilar.
Algunos se preguntan qué supone este
cambio y qué consecuencias tiene. Una respuesta breve es la siguiente: a
partir de ahora no es necesario recurrir al obispo diocesano para
recibir la absolución de la pena de excomunión por el delito de aborto,
sino que basta con acudir a cualquier sacerdote que tenga permiso para
confesar.
¿Por qué ha tomado el Papa esta
decisión? Podemos responder con sus propias palabras: “Para que ningún
obstáculo se interponga entre la petición de reconciliación y el perdón
de Dios” (n. 12). Se trata de facilitar las cosas para alcanzar el
perdón por un pecado que sigue teniendo la misma gravedad de siempre. El
Papa lo deja muy claro en el mismo número 12 de su Carta: “Quiero
enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque
pone fin a una vida humana inocente”.
Al mismo tiempo y con la misma fuerza,
Francisco afirma que “no existe ningún pecado que la misericordia de
Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón
arrepentido que pide reconciliarse con el Padre. Por tanto, que cada
sacerdote sea guía, apoyo y alivio a la hora de acompañar a los
penitentes en este camino de reconciliación especial” (n. 12).
Para comprender mejor la decisión del
Papa y sus consecuencias, interesa recordar las disposiciones de la
Iglesia respecto al pecado del aborto y la pena que lleva consigo.
La Iglesia establece que la persona que procura el aborto, si este se produce, incurre en la pena de excomunión latae sententiae,
es decir, que se coloca fuera de la comunión de la Iglesia. Imponer una
pena de este tipo, que puede parecer poco caritativo o poco pastoral,
tiene precisamente una finalidad de caridad pastoral: proteger al Pueblo
de Dios, de modo que toda la comunidad eclesial conozca la gravedad de
esta conducta y se evite más eficazmente.
Sin embargo, para incurrir en esta pena
se requieren ciertas condiciones: mayoría de edad (18 años cumplidos);
saber que se trata de un pecado grave; saber que existe tal pena
eclesiástica; que el acto se realice con plena voluntariedad; y que de
hecho se haya producido el aborto.
Hasta ahora, cuando una persona que
había realizado un aborto o había ayudado en un aborto pero no había
incurrido en excomunión (porque faltaba alguna de las condiciones
señaladas), cualquier sacerdote con licencias tenía capacidad para
absolver el pecado dentro de la confesión sacramental.
En cambio, si la persona había incurrido
en excomunión, de modo ordinario solo podía ser absuelta por el obispo y
por los sacerdotes delegados por él.
Solo si el penitente se encontraba en
una “situación urgente”, cualquier sacerdote con licencia para confesar
podía absolver de esa censura de aborto en ese caso concreto y solo en
ese caso.
Pues bien, ahora, según lo dispuesto por el Papa en su Carta Apostólica Misericordia et misera,
el penitente ya no necesita ir al obispo o a un sacerdote delegado para
ser absuelto de la pena de excomunión y poder confesarse, sino que
puede acudir a cualquier sacerdote con permiso para confesar, y no solo
en casos de situación urgente, sino siempre.
Esta disposición del Papa se sitúa en un
contexto concreto: la necesidad de que el sacramento de la
reconciliación vuelva “a encontrar su puesto central en la vida
cristiana”. Para conseguir esta finalidad, el Papa, en primer lugar,
suplica a los sacerdotes que pongan su vida al servicio del ministerio
de la reconciliación, “para que a nadie que se haya arrepentido
sinceramente se le impida acceder al amor del Padre, que espera su
retorno, y a todos se les ofrezca la posibilidad de experimentar la
fuerza liberadora del perdón” (n. 11). Y en segundo lugar, en virtud de
esa misma necesidad, a fin de evitar obstáculos al que pide la
reconciliación y el perdón de Dios, concede a todos los sacerdotes la
facultad de absolver el pecado de aborto.
El contexto profundo tanto de esta
decisión como de otras que aparecen en la Carta Apostólica, pienso que
es, sin duda, la necesidad de que todos conozcamos mejor y
experimentemos en nuestro corazón la maravillosa grandeza de la
misericordia del corazón de Dios.