El Papa en la Audiencia General
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La reflexión sobre las obras de misericordia espiritual se refiere hoy a dos acciones fuertemente unidas entre ellas: dar buen consejo al que lo necesita y enseñar al que no sabe. Son obras que se pueden vivir tanto en una dimensión sencilla, familiar, a mano de todos, tanto –especialmente la segunda, la de enseñar– como en el plano más institucional, organizado. Pensemos por ejemplo en cuántos niños sufren todavía analfabetismo, falta de instrucción. Es una condición de gran injusticia que socava la dignidad misma de la persona. Sin instrucción después se convierte fácilmente en presa de la explotación y de varias formas de malestar social.
La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha sentido la exigencia de comprometerse en el ámbito de la educación porque su misión de evangelización conlleva el compromiso de restituir la dignidad a los pobres. Desde el primer ejemplo de una “escuela” fundada precisamente aquí en Roma por san Justino, en el siglo II, para que los cristianos conocieran mejor la sagrada Escritura, hasta a san José de Calasanz, que abrió las primeras escuela populares gratuitas de Europa, hemos tenido una larga lista de santos y santas que en varias épocas han llevado educación a los más desfavorecidos, sabiendo que a través de este camino podían superar la miseria y las discriminaciones. Cuántos cristianos, laicos, hermanos y hermanas consagradas, sacerdotes han dado la propia vida en la educación, en la educación de los niños y de los jóvenes. Esto es grande: ¡os invito a hacerles un homenaje con un gran aplauso! [aplauso de los fieles]. Estos pioneros de la educación habían comprendido a fondo la obra de misericordia e hicieron un estilo de vida tal que transformaron la sociedad. ¡A través de un sencillo trabajo y pocas estructuras han sabido restituir la dignidad a muchas personas! Y la educación que daban estaba a menudo orientada también al trabajo. Es así que han surgido muchas y diferentes escuelas profesionales, que preparaban para el trabajo mientras que educaban en los valores humanos y cristianos. La educación, por lo tanto, es realmente una forma peculiar de evangelización. Cuanto más crece la educación, las personas adquieren más certezas y conciencia, que todos necesitamos en la vida. Una buena educación nos enseña el método crítico, que comprende también un cierto tipo de duda, útil para proponer preguntas y verificar los resultados alcanzados, en vista a una conciencia mayor. Pero la obra de misericordia de aconsejar a los que tienen dudas no se refiere solo a este tipo de dudas. Expresar la misericordia hacia los que tienen dudas equivale, sin embargo, a calmar ese dolor y ese sufrimiento que proviene del miedo y de la angustia que son consecuencias de la duda. Es por lo tanto un acto de verdadero amor con el que se pretende apoyar a una persona en la debilidad provocada por la incertidumbre.
Pienso que alguno podría decirme: “Padre, pero yo tengo muchas dudas sobre la fe, ¿qué debo hacer? ¿Usted no tiene nunca dudas?” Tengo muchas… ¡Es verdad que en algunos momentos nos vienen dudas a todos! Las dudas que tocan la fe, en sentido positivo, son un signo de que queremos conocer mejor y más profundamente a Dios, Jesús, y el misterio de su amor hacia nosotros. “Pero, yo tengo esta duda: busco, estudio, veo o pido consejo sobre qué hacer”. ¡Estas son las dudas que hacen crecer! Es un bien, por tanto, que nos hagamos preguntas sobre nuestra fe, porque de esta manera estamos empujados a profundizarla. Las dudas, sin embargo, también se superan. Por eso es necesario escuchar la Palabra de Dios, y comprender lo que nos enseña. Un camino importante que nos ayuda mucho en esto es el de la catequesis, con la que el anuncio de la fe viene a encontrarnos en lo concreto de la vida personal y comunitaria. Y hay, al mismo tiempo, otro camino igualmente importante, el de vivir lo más posible la fe. No hacemos de la fe una teoría donde las dudas se multiplican. Hagamos más bien de la fe nuestra vida. Tratemos de practicarla en el servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Y entonces muchas dudas desaparecen, porque sentimos la presencia de Dios y la verdad del Evangelio en el amor que, sin nuestro mérito, vive en nosotros y compartimos con los otros.
Como se puede ver, queridos hermanos y hermanas, tampoco estas dos obras de misericordia no son lejanas a nuestra vida. Cada uno de nosotros puede comprometerse a vivirlas para poner en práctica la palabra del Señor cuando dice que el misterio de amor de Dios no se ha revelado a los sabios y a los inteligentes, sino a los pequeños (cfr Lc 10,21; Mt 11,25-26). Por lo tanto, la enseñanza más profunda que estamos llamados a transmitir es la certeza más segura para salir de dudas, es el amor de Dios con el que hemos sido amados (cfr 1 Gv 4,10). Un amor grande, gratuito y dado para siempre. ¡Dios nunca hace marcha atrás con su amor! Va siempre adelante y espera; dona para siempre su amor, del que debemos sentir fuerte la responsabilidad, para ser testigos ofreciendo misericordia a nuestros hermanos. Gracias.
La reflexión sobre las obras de misericordia espiritual se refiere hoy a dos acciones fuertemente unidas entre ellas: dar buen consejo al que lo necesita y enseñar al que no sabe. Son obras que se pueden vivir tanto en una dimensión sencilla, familiar, a mano de todos, tanto –especialmente la segunda, la de enseñar– como en el plano más institucional, organizado. Pensemos por ejemplo en cuántos niños sufren todavía analfabetismo, falta de instrucción. Es una condición de gran injusticia que socava la dignidad misma de la persona. Sin instrucción después se convierte fácilmente en presa de la explotación y de varias formas de malestar social.
La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha sentido la exigencia de comprometerse en el ámbito de la educación porque su misión de evangelización conlleva el compromiso de restituir la dignidad a los pobres. Desde el primer ejemplo de una “escuela” fundada precisamente aquí en Roma por san Justino, en el siglo II, para que los cristianos conocieran mejor la sagrada Escritura, hasta a san José de Calasanz, que abrió las primeras escuela populares gratuitas de Europa, hemos tenido una larga lista de santos y santas que en varias épocas han llevado educación a los más desfavorecidos, sabiendo que a través de este camino podían superar la miseria y las discriminaciones. Cuántos cristianos, laicos, hermanos y hermanas consagradas, sacerdotes han dado la propia vida en la educación, en la educación de los niños y de los jóvenes. Esto es grande: ¡os invito a hacerles un homenaje con un gran aplauso! [aplauso de los fieles]. Estos pioneros de la educación habían comprendido a fondo la obra de misericordia e hicieron un estilo de vida tal que transformaron la sociedad. ¡A través de un sencillo trabajo y pocas estructuras han sabido restituir la dignidad a muchas personas! Y la educación que daban estaba a menudo orientada también al trabajo. Es así que han surgido muchas y diferentes escuelas profesionales, que preparaban para el trabajo mientras que educaban en los valores humanos y cristianos. La educación, por lo tanto, es realmente una forma peculiar de evangelización. Cuanto más crece la educación, las personas adquieren más certezas y conciencia, que todos necesitamos en la vida. Una buena educación nos enseña el método crítico, que comprende también un cierto tipo de duda, útil para proponer preguntas y verificar los resultados alcanzados, en vista a una conciencia mayor. Pero la obra de misericordia de aconsejar a los que tienen dudas no se refiere solo a este tipo de dudas. Expresar la misericordia hacia los que tienen dudas equivale, sin embargo, a calmar ese dolor y ese sufrimiento que proviene del miedo y de la angustia que son consecuencias de la duda. Es por lo tanto un acto de verdadero amor con el que se pretende apoyar a una persona en la debilidad provocada por la incertidumbre.
Pienso que alguno podría decirme: “Padre, pero yo tengo muchas dudas sobre la fe, ¿qué debo hacer? ¿Usted no tiene nunca dudas?” Tengo muchas… ¡Es verdad que en algunos momentos nos vienen dudas a todos! Las dudas que tocan la fe, en sentido positivo, son un signo de que queremos conocer mejor y más profundamente a Dios, Jesús, y el misterio de su amor hacia nosotros. “Pero, yo tengo esta duda: busco, estudio, veo o pido consejo sobre qué hacer”. ¡Estas son las dudas que hacen crecer! Es un bien, por tanto, que nos hagamos preguntas sobre nuestra fe, porque de esta manera estamos empujados a profundizarla. Las dudas, sin embargo, también se superan. Por eso es necesario escuchar la Palabra de Dios, y comprender lo que nos enseña. Un camino importante que nos ayuda mucho en esto es el de la catequesis, con la que el anuncio de la fe viene a encontrarnos en lo concreto de la vida personal y comunitaria. Y hay, al mismo tiempo, otro camino igualmente importante, el de vivir lo más posible la fe. No hacemos de la fe una teoría donde las dudas se multiplican. Hagamos más bien de la fe nuestra vida. Tratemos de practicarla en el servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Y entonces muchas dudas desaparecen, porque sentimos la presencia de Dios y la verdad del Evangelio en el amor que, sin nuestro mérito, vive en nosotros y compartimos con los otros.
Como se puede ver, queridos hermanos y hermanas, tampoco estas dos obras de misericordia no son lejanas a nuestra vida. Cada uno de nosotros puede comprometerse a vivirlas para poner en práctica la palabra del Señor cuando dice que el misterio de amor de Dios no se ha revelado a los sabios y a los inteligentes, sino a los pequeños (cfr Lc 10,21; Mt 11,25-26). Por lo tanto, la enseñanza más profunda que estamos llamados a transmitir es la certeza más segura para salir de dudas, es el amor de Dios con el que hemos sido amados (cfr 1 Gv 4,10). Un amor grande, gratuito y dado para siempre. ¡Dios nunca hace marcha atrás con su amor! Va siempre adelante y espera; dona para siempre su amor, del que debemos sentir fuerte la responsabilidad, para ser testigos ofreciendo misericordia a nuestros hermanos. Gracias.