El Papa en Santa Marta
En el Evangelio de hoy (Lc 17,20-25)
Jesús responde a los fariseos que le preguntan con curiosidad cuándo
vendrá el reino de Dios. Ya ha venido —dice el Señor—, ¡está dentro de vosotros!
Es como una pequeña semilla que se siembra y crece sola, con el tiempo.
Es Dios quien la hace crecer, pero sin llamar la atención.
El Reino de Dios no es una religión del
espectáculo, que siempre esté buscando cosas nuevas, revelaciones,
mensajes… Dios habló en Jesucristo: esa es la última Palabra de Dios. Lo
otro es como los fuegos artificiales, que te iluminan un momento y
luego, ¿qué queda? ¡Nada! No hay crecimiento, no hay luz, no hay nada:
solo un instante. Y muchas veces nos vemos tentados por esa religión del
espectáculo, por buscar cosas extrañas a la revelación, a la
mansedumbre del Reino de Dios que está dentro de nosotros y crece. Y eso
no es esperanza: son ganas de tener algo tangible. En cambio, nuestra
salvación se da en la esperanza, la esperanza que tiene el hombre que
siembra el grano o la mujer que prepara el pan, mezclando fermento y
harina: la esperanza de que crezca. Lo contrario, esa luminosidad
artificial, se da en un momento y luego se va, como los fuegos
artificiales: no sirven para iluminar una casa. Es solo espectáculo.
¿Y qué debemos hacer mientras esperamos
que venga la plenitud del reino de Dios? Debemos “proteger”. Proteger
con paciencia: paciencia en nuestro trabajo, en nuestros sufrimientos…
Proteger como el hombre que ha plantado la semilla y protege la planta y
procura que no haya cerca mala hierba, para que la planta crezca. Proteger la esperanza.
Y aquí está la pregunta que yo os hago hoy: si el Reino de Dios está
dentro de nosotros, si todos llevamos esa semilla dentro, si tenemos al
Espíritu Santo, ¿cómo lo protejo? ¿Cómo discierno, cómo sé discernir el
buen grano de la cizaña? El Reino de Dios crece y nosotros, ¿qué debemos
hacer? Proteger. Crecer en la esperanza, proteger la esperanza. Porque
en la esperanza hemos sido salvados. Y ese es el hilo: la esperanza es
el hilo de la historia de la salvación. La esperanza de encontrar al
Señor definitivamente.
El reino de Dios nos hace fuertes en la
esperanza. Preguntémonos: ¿Yo tengo esperanza? ¿O voy adelante como
puedo y no sé discernir el bien del mal, el grano de la cizaña, la luz,
la mansa luz del Espíritu Santo de la luminosidad de esa cosa
artificial? Interroguémonos sobre nuestra esperanza en la semilla que
está creciendo dentro de nosotros, y sobre cómo protegemos nuestra
esperanza. El Reino de Dios está dentro de nosotros, pero con reposo,
con trabajo, con discernimiento, debemos proteger la esperanza de ese
Reino de Dios que crece, hasta el momento en que venga el Señor y todo
sea transformado. En un instante: ¡todo! El mundo, nosotros, todo. Y,
como dice Pablo a los cristianos de Tesalónica, en aquel momento todos estaremos siempre con Él (1Tes, 4,17).