Salvador Bernal
El Kremlin olvida que Cristo
predicó un mensaje de libertad, incompatible con la imposición de las
convicciones personales desde el poder temporal
No hace mucho, me referí
negativamente a la legislación rusa sobre libertad de conciencia y
asociaciones religiosas, a raíz de una sentencia del Tribunal Supremo de
Rusia: convalidó la prohibición de las actividades de los Testigos de
Jehová, con la incautación de sus propiedades, por considerarla una
organización extremista. Más allá del caso concreto, la legislación
refleja el autoritarismo de un régimen que se inmiscuye en las creencias
de los ciudadanos, como en los viejos tiempos zaristas, aunque ahora
tenga bastante consenso social.
Algo semejante ocurre en otros países de
Europa central y oriental, un cuarto de siglo después del colapso de la
Unión Soviética: la religión se ha reafirmado como una parte importante
de la identidad individual y nacional en lugares donde los regímenes
comunistas reprimieron el culto y promovieron el ateísmo. Según el Pew Center,
el porcentaje de rusos que se identifican como ortodoxos ha pasado de
37% en 1991 a 71%. Aunque el nivel de práctica sea reducido: sólo el 6%
acude semanalmente a la Eucaristía. A diferencia de los católicos,
especialmente en Polonia.
Se ha comprobado, desde la caída del
comunismo, una creciente aproximación del poder político a la jerarquía
de la Iglesia ortodoxa, utilizándola en cierta medida para reafirmar la
identidad nacional, como un punto fuerte de la política interior de Vladimir Putin. Viejas diferencias con la Iglesia católica se han agudizado −lejos de la exquisita prudencia del actual patriarca de Moscú, Kirill−,
para confundir a los ciudadanos en la visión maniquea de un occidente
en decadencia, que se apartaría de valores cristianos fundamentales.
No falta razón al Kremlin, por ejemplo,
cuando niega reconocimiento jurídico a excesos homosexuales que se
alejan de tradiciones sólidas, herencia también del derecho de Roma −por
cierto, codificado en Oriente. Pero olvida que Cristo predicó un
mensaje de libertad, incompatible con la imposición de las convicciones
personales desde el poder temporal.
Si la libertad ideológica es un derecho
humano básico, es lógico que reciba algún tipo de protección en las
leyes penales, para impedir abusos y violaciones. Pero no parece lógico
el bandazo producido en Rusia tras la caída de la URSS soviética: de ser
un régimen que militaba activamente por el ateísmo −los abuelos
cumplieron un gran papel en la transmisión clandestina de la
religiosidad−, ha pasado a una defensa privilegiada de la fe cristiana
ortodoxa. Los biempensantes ateos de ayer pueden ser hoy delincuentes,
condenados a penas desproporcionadas.
Así sucede con la reciente sentencia que condena a un joven bloguero a tres años y medio de prisión, por jugar al Pokemon Go
en una catedral de los Urales. No era un juego inocente, pues llevaba
consigo un tratamiento blasfemo de la figura de Jesús, acompañado −en el
vídeo difundido en las redes sociales− de una canción, con modulación
litúrgica, vejatoria para la Virgen Madre de Cristo.
Aunque se le dispensa de volver a
ingresar en la cárcel −ha cumplido varios meses de prisión preventiva−,
se le condena por un delito, tipificado en el código penal de 2013, de
violación de los sentimientos de los creyentes, con incitación al odio
religioso. Ese precepto se aplicó en su día a un grupo de rock, las Pussy Riot, que manifestaron violentamente su oposición a Putin en el altar mayor de la catedral de Moscú, sede del patriarcado.
Las penas no son tan graves como las
establecidas por la tristemente famosa ley de la blasfemia, vigente en
diversos Estados de la órbita musulmana. Pero no deja de contrastar con
el permisivismo práctico que se va implantando en Occidente, y deja
impune acciones intolerantes contra la sensibilidad cristiana.
En todo caso, manifiesta el afán
político de fomentar el cristianismo en la sociedad, como elemento
decisivo del alma rusa. El Kremlin quiere utilizarlo para fortalecer la
cohesión social en tiempos de crisis económica y del declive en aspectos
que mantuvieron el orgullo nacional en la época de la URSS. No
obstante, coincide con el progresivo fortalecimiento de la vida
religiosa en Rusia, y no sólo en los clásicos monasterios ortodoxos.
Existe una revitalización de las tradiciones cristianas, que se
manifiesta también –aunque no se haga proselitismo- en la aproximación
de muchas personas a las nuevas parroquias católicas del país, aún
escasas. En rigor, este renacimiento cristiano no necesita apoyos
políticos. Menos aún cuando acaba de cumplirse el centenario de las
apariciones de la Virgen en Fátima.