El Papa ayer en el Ángelus
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En Italia y en muchos países se celebran este domingo la fiesta del
Cuerpo y la Sangre de Cristo: con frecuencia se utiliza el nombre en
latín, Corpus Domini o Corpus Christi. Cada domingo la
comunidad eclesial se reúne alrededor de la Eucaristía, sacramento
instituido por Jesús en la Última cena. Así cada año tenemos la alegría
de celebrar la fiesta dedicada a este misterio central de la fe, para
expresar en plenitud nuestra adoración a Cristo que se dona como
alimento y bebida de salvación.
El pasaje del Evangelio de hoy, tomado de San Juan, es una parte del
discurso sobre el “Pan de vida” (cf. 6,51-58). Jesús afirma: “Yo soy el
pan vivo bajado del cielo. […] El pan que yo les daré es mi carne para
la vida del mundo”(v. 51). Él quiere decir que el Padre lo envió al
mundo como alimento de vida eterna y que para ello Él se sacrificará a
sí mismo, su carne.
De hecho, Jesús, en la cruz, ha donado su cuerpo y ha derramado su
sangre. El Hijo del hombre crucificado es el verdadero Cordero pascual,
que hace salir de la esclavitud del pecado y sostiene en el camino hacia
la tierra prometida. La Eucaristía es el sacramento de su carne dada
para hacer vivir el mundo; quien se nutre de este alimento permanece en
Jesús y vive por Él. Asimilar a Jesús significa estar en él, volviéndose
hijos en el Hijo.
En la Eucaristía, Jesús, como lo hizo con los discípulos de Emaús, se
pone a nuestro lado, peregrinos en la historia, para alimentar en
nosotros la fe, la esperanza y la caridad; para confortarnos en las
pruebas; para sostenernos en el compromiso por la justicia y la paz.
Esta presencia solidaria del Hijo de Dios está en todas partes: en
las ciudades y en el campo, en el Norte y Sur del mundo, en países de
tradición cristiana y en los de primera evangelización.
Y en la Eucaristía Él se ofrece a sí mismo como fuerza espiritual
para ayudarnos a poner en práctica su mandamiento: amarnos los unos a
otros como Él nos ha amado, mediante la construcción de comunidades
acogedoras y abiertas a las necesidades de todos, especialmente de las
personas más frágiles, pobres y necesitadas.
Nutrirnos de Jesús Eucaristía significa además abandonarnos con
confianza en Él y dejarnos guiar por Él. Se trata de recibir a Jesús en
el lugar del propio ‘yo’. De este modo el amor gratuito recibido de
Jesús en la comunión eucarística, con la obra del Espíritu Santo,
alimenta el amor por Dios y por los hermanos y hermanas que encontramos
en el camino de cada día. Nutridos por el Cuerpo de Cristo, nos volvemos
cada vez más y concretamente, Cuerpo Místico de Cristo.
Nos lo recuerda el Apóstol Pablo: «La copa de bendición que
bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que
partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo
pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo,
porque participamos de ese único pan».(1 Cor 10,16-17).
La Virgen María, que siempre ha estado unida a Jesús Pan de Vida, nos
ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, a nutrirnos de ella
con fe, para vivir en comunión con Dios y con hermanos».
El Sucesor de Pedro reza el ángelus y después dirige las siguientes palabras:
«Queridos hermanos y hermanas:
Pasado mañana se celebra la Jornada Mundial del Refugiado promovida
por Naciones Unidas. El tema de este año es “Con los refugiados. Hoy más
que nunca debemos estar del lado de los refugiados”.
El foco concreto de esta Jornada se centrará en las mujeres, hombres y
niños que huyen de conflictos, violencia y persecución. Recordamos
también con la oración a todos aquellos que han perdido la vida en el
mar o en los agotadores viajes por tierra.
Sus historias de dolor y esperanza pueden convertirse en
oportunidades de encuentro fraterno y de auténtico conocimiento
recíproco. De hecho, el encuentro personal con los refugiados disipa los
temores y las ideologías distorsionadas, convirtiéndose en factor de
crecimiento en humanidad, capaz de despejar espacio a los sentimientos
de apertura y a la ‘construcción de puentes’.
Expreso mi cercanía al querido pueblo portugués por el devastador
incendio que está arrasando los bosques, alrededor de Pedrógão Grande,
causando numerosas víctimas y heridos. Recemos en silencio.
Saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos; en particular a los que
proceden de las Islas Seychelles, de Sevilla en España, y de Umuarama y
Toledo en Brasil. Asimismo saludo a los fieles de Nápoles, Arzano y
Santa Catalina de Pedara.
Dirijo también un saludo especial a la destacada representación de la
República Centroafricana y de las Naciones Unidas, que en estos días se
encuentra en Roma con motivo de una reunión organizada por la Comunidad
de San Egidio.
Llevo en mi corazón la visita que realicé a este país en noviembre de
2015 y deseo que, con la ayuda de Dios y de la buena voluntad de todos,
sea plenamente relanzado y reforzado el proceso de paz, condición
necesaria para el desarrollo.
Esta tarde, en el atrio de la Basílica de San Juan de Letrán,
celebraré la Santa Misa, seguida de una procesión con el Santísimo
Sacramento, hasta la Basílica de Santa María la Mayor. Animo a todos a
participar, incluso espiritualmente, (pienso en particular en las
comunidad de clausura, en los enfermos y en los presidiarios). Para esto
ayuda también la radio y la televisión.
Y el próximo martes iré en peregrinación a Bozzolo y Barbiana, para
rendir homenaje a Don Primo Mazzolari y Don Lorenzo Milani, dos
sacerdotes que nos ofrecen un mensaje del cual hoy ¡tenemos tanta
necesidad! Una vez más doy las gracias a todos aquellos, principalmente
sacerdotes, que me acompañarán con sus oraciones.
Les deseo a todos un buen domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí».
Y concluyó con la frase: «¡Buon pranzo e arrivederci!»