El Papa en el Ángelus
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los Padres de la Iglesia amaban comparar a los santos Apóstoles Pedro
y Pablo con dos columnas, sobre las cuales se apoya la construcción
visible de la Iglesia. Ambos han confirmado con su propia sangre el
testimonio dado a Cristo con la predicación y el servicio a la naciente
comunidad cristiana. Este testimonio es puesto en evidencia en las
Lecturas bíblicas de la liturgia hodierna, Lecturas que indican el
motivo por el cual su fe, confesada y anunciada, ha sido luego coronada
con la prueba suprema del martirio.
El Libro de los Hechos de los Apóstoles (Cfr. 12,1-11) narra el
evento de la reclusión y de la consiguiente liberación de Pedro. Él
experimentó el rechazo del Evangelio ya en Jerusalén, donde había sido
encerrado en la prisión por el rey Herodes, «su intención era hacerlo
comparecer ante el pueblo» (v. 4). Pero fue salvado de modo milagroso y
así pudo llevar a termine su misión evangelizadora, primero en la Tierra
Santa y después en Roma, poniendo todas sus energías al servicio de la
comunidad cristiana.
También Pablo ha experimentado hostilidad de las cuales ha sido
liberado por el Señor. Enviado por el Resucitado en muchas ciudades con
poblaciones paganas, él encontró fuertes resistencias sea de parte de
sus correligionarios que de parte de las autoridades civiles.
Escribiendo al discípulo Timoteo, reflexiona sobre su propia vida y
sobre su propio recorrido misionero, como también sobre las
persecuciones sufridas a causa del Evangelio.
Estas dos “liberaciones”, de Pedro y de Pablo, revelan el camino
común de los dos Apóstoles, los cuales fueron enviados por Jesús a
anunciar el Evangelio en ambientes difíciles y en ciertos casos
hostiles. Ambos, con sus acontecimientos personales y eclesiales,
demuestran y nos dicen a nosotros, hoy, que el Señor está siempre a
nuestro lado, camina con nosotros, no nos abandona jamás. Especialmente
en el momento de la prueba, Dios nos extiende la mano, viene en nuestra
ayuda y nos libera de las amenazas de los enemigos.
Pero recordémonos que nuestro verdadero enemigo es el pecado, y el
Maligno que nos empuja a ello. Cuando nos reconciliamos con Dios,
especialmente en el Sacramento de la Penitencia, recibiendo la gracia
del perdón, somos liberados de los vínculos del mal y aliviados del peso
de nuestros errores. Así podemos continuar nuestro recorrido de gozosos
anunciadores y testigos del Evangelio, demostrando que nosotros en
primer lugar hemos recibido misericordia.
A la Virgen María, Reina de los Apóstoles, dirigimos nuestra oración,
que hoy es sobre todo por la Iglesia que vive en Roma y para esta
ciudad, de los cuales Pedro y Pablo son sus patronos. Ellos le obtengan
el bienestar espiritual y material. La bondad y la gracia del Señor
sostengan a todo el pueblo romano, para que viva en fraternidad y
concordia, haciendo resplandecer la fe cristiana, testimoniado con
intrépido ardor por los santos Apóstoles Pedro y Pablo.