Éxodo 19, 2-6: “Serán para mí un reino de sacerdotes y una nación consagrada”.
Salmo 99: “El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo”.
Romanos 5, 6-11: “Si la muerte de Cristo nos reconcilia con Dios, mucho más nos reconciliará su vida”
San Mateo 9, 36- 10, 8: “Jesús, al ver a las multitudes, se compadecía de ellas”
Salmo 99: “El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo”.
Romanos 5, 6-11: “Si la muerte de Cristo nos reconcilia con Dios, mucho más nos reconciliará su vida”
San Mateo 9, 36- 10, 8: “Jesús, al ver a las multitudes, se compadecía de ellas”
La
propuesta les pareció fabulosa: al grupo de matrimonios que
semanalmente se reunían para “convivir, con-beber y pasarla bien”, se
les ocurrió que a sus reuniones les faltaba algún aspecto que llevara un
poco más de compromiso social. Decidieron, pues, en adelante, cada
quien llevaría algún pequeño detalle, alguna prenda, algún alimento,
algún utensilio, o algo que fuera útil y que realmente ya no les hiciera
falta en su casa. Así, además de deshacerse de cosas inútiles para
ellos, podrían ayudar a las familias necesitadas que pululan en las
colonias cercanas. Cuando ya tenían suficientes provisiones, deliberaron
quiénes llevarían estos “regalos”. “A mí se me parte el corazón cuando
veo tanta miseria. Con gusto doy algo, pero yo no voy…” cada uno fue
disculpándose por falta de tiempo o de disposición y acabaron por
donarlo a la parroquia cercana para que ella se encargara de
repartirlos. ¿Buena acción? Quizás acallen su conciencia pero no
estuvieron dispuestos a poner su corazón junto al hermano. Dieron
“cosas” pero mezquinamente escondieron su corazón.
Jesús,
siendo Dios, no tiene empacho en encontrarse con los pecadores, con los
pobres y miserables de su tiempo. Al contemplar las multitudes “se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas”, se
conmovía interiormente. La compasión o misericordia es un sentimiento
que con frecuencia aparece en el Antiguo Testamento vinculado a la
relación de una madre con el hijo que lleva en sus entrañas. Es mucho
más que el tener lástima, es una conmoción interior que une el corazón
de quien contempla, con el corazón de quien sufre. Compadecerse es
padecer juntamente con el hermano, no solamente tener lástima. Así
Jesús, movido por este amor entrañable, se fija en el cansancio y
abatimiento del pueblo que estaba “como ovejas sin pastor”.
Expresión que encierra un reproche contra los dirigentes de Israel y
recuerda la imagen de Dios como el único y verdadero pastor de su
pueblo. Al desatender los líderes religiosos y políticos de Israel sus
labores de cuidado y pastoreo, el pueblo se encuentra desamparado y
extenuado, y Jesús asume esta tarea. Él es el buen pastor que, sufriendo
con entrañas de misericordia y compasión, se coloca a la cabeza de su
pueblo y asume su cuidado para sacarlo de su postración.
¡Qué
diferente la actitud de Jesús a nuestras actitudes! Ante el hambre, Él
se conmueve; ante el hambre, nosotros permanecemos indiferentes o aun
buscamos nuestra propia ganancia. La situación de nuestros pueblos es
difícil para la mayoría: hay hambre, desnutrición, enfermedades,
necesidad y nadie puede permanecer indiferente. A la luz de esta
situación, es necesario reafirmar con valentía que el hambre y la
desnutrición son inaceptables en un mundo que, en realidad, dispone de
niveles de producción, de recursos y de conocimientos suficientes para
acabar con estos dramas y con sus consecuencias. El grave problema no es
la insuficiencia de alimentos, sino la mala distribución y las
políticas económicas. A veces nos sentimos impotentes ante la magnitud
de la situación y podemos caer en la tentación de cruzarnos de brazos.
Pero lo que sucede a nivel internacional y de grandes empresas lo
repetimos a nivel casero y familiar y damos la espalda al hermano
buscando nuestra propia ganancia. ¿Qué hace Jesús? ¿A qué nos invita?
Jesús hace concreta su invitación, llama a los doce y “les da poder”,
no para imponerse a las gentes, sino para expulsar demonios y curar
enfermedades y dolencias. Éstas serán las dos grandes tareas de sus
enviados: proclamar que ya está cerca el Reino de Dios y curar a las
personas de todo cuanto introduce mal y sufrimiento en sus vidas. Harán
lo que le han visto hacer a Él: curar a las personas haciéndoles
experimentar lo cerca que Dios está de sus sufrimientos. Es la manera de
colaborar con Jesús en su proyecto del Reino de Dios. En cada aldea han
de hacer lo mismo: anunciarles el Reino compartiendo con ellos la
experiencia que están viviendo con Jesús y, al mismo tiempo, curar a los
enfermos del pueblo. Todo lo han de hacer gratis sin cobrar ni pedir
limosna, pero recibiendo a cambio un lugar en la mesa y en la casa de
los vecinos. Es la forma de construir en las aldeas una comunidad basada
en valores radicalmente diferentes al poder, al comercio, a la relación
de patrón-cliente. Mientras no compartamos el pan con el prójimo no lo
podremos llamar hermano. Aquí todos comparten lo que tienen: unos su
experiencia del Reino de Dios y su poder de curar; otros, su mesa y su
casa.
Pedro,
Santiago, Juan y los demás discípulos son hombres sencillos, con sus
problemas, sus familias, sus negocios pequeñitos o alguno más
importante. Sin embargo, todos captaron el nuevo modo de vivir de Jesús y
la propuesta para un mundo diferente. ¿Habrá hoy quien quiera seguir a
Jesús? Si captamos lo grande y maravilloso de esta propuesta, habrá
seguramente seguidores fieles de Jesús. Luchar contra los demonios del
poder y de la ambición, curar las heridas que deja un mundo hostil,
anunciar a todos que Dios está cerca y que se puede compartir en una
mesa común, sigue siendo una tarea maravillosa a la que Jesús sigue
invitando.
En
este domingo, al descubrir el rostro de Jesús frente a los
desamparados, ¿cómo nos situamos frente los hermanos desprotegidos y
frente a la invitación de Jesús? ¿Con qué palabras y acciones anunciamos
la llegada del Reino de Dios? ¿Qué realidades concretas nos abren a la
esperanza? ¿Qué dificulta en medio de nosotros la llegada de este Reino?
Cristo
Jesús, rostro misericordioso del Padre, abre nuestro corazón ante la
necesidad del hermano para construir tu Reino de Fraternidd y de Amor.
Amén.