El Papa en la Audiencia General
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy reflexionamos sobre la esperanza cristiana como fuerza de los
mártires. Cuando, en el Evangelio, Jesús envía a sus discípulos en
misión, no los ilusiona con quimeras de fácil suceso; al contrario, les
advierte claramente que el anuncio del Reino de Dios implica siempre una
oposición.
Y usa incluso una expresión extrema: «Serán odiados – odiados – por
todos a causa de mi Nombre». Los cristianos aman, pero no siempre son
amados. Desde el inicio Jesús nos pone ante esta realidad: en una medida
más o menos fuerte, la confesión de la fe se da en un clima de
hostilidad.
Los cristianos son pues hombres y mujeres ‘contracorriente’. Es
normal: porque el mundo está marcado por el pecado, que se manifiesta en
diversas formas de egoísmo y de injusticia, quien sigue a Cristo camina
en dirección contraria. No por un espíritu polémico, sino por fidelidad
a la lógica del Reino de Dios, que es una lógica de esperanza, y se
traduce en el estilo de vida basado en las indicaciones de Jesús.
Y la primera indicación es la pobreza. Cuando Jesús envía a sus
discípulos en misión, parece que pone más atención en el ‘despojarlos’
que en el ‘vestirlos’. De hecho, un cristiano que no es humilde y pobre,
desapegado de las riquezas y del poder y sobre todo desapegado de sí,
no se asemeja a Jesús.
El cristiano recorre su camino en este mundo con lo esencial para el
camino, pero con el corazón lleno de amor. La verdadera derrota para él o
para ella es caer en la tentación de la venganza y de la violencia,
respondiendo al mal con el mal.
Jesús dice: ‘Yo los envío como a ovejas en medio de lobos’. Por lo
tanto, sin fauces, sin garras, sin armas. El cristiano deberá ser más
bien prudente, a veces también astuto: estas son virtudes aceptadas por
la lógica evangélica. Pero la violencia jamás. Para derrotar al mal, no
se puede compartir los métodos del mal.
La única fuerza del cristiano es el Evangelio. En los momentos de
dificultad, se debe creer que Jesús está delante de nosotros, y no cesa
de acompañar a sus discípulos. La persecución no es una contradicción al
Evangelio, sino que forma parte de este: si han perseguido a nuestro
Maestro, ¿Cómo podemos esperar que nos sea eximida la lucha?
Pero, en medio a la tormenta, el cristiano no debe perder la
esperanza, pensando de haber sido abandonado. Jesús conforta a los suyos
diciendo: ‘Ustedes tienen contados todos sus cabellos’. Para decir que
ningún sufrimiento del hombre, ni siquiera el más pequeño y escondido,
es invisible a los ojos de Dios. Dios ve, y seguramente protege; y
donará su rescate.
De hecho, existe en medio de nosotros Alguien que es más fuerte que
el mal, más fuerte que las mafias, que los oscuros engaños, de quien
lucra sobre la piel de los desesperados, de quien aplasta a los demás
con prepotencia… Alguien que escucha desde siempre la voz de la sangre
de Abel que grita desde la tierra.
Los cristianos deben pues encontrarse siempre del ‘otro lado’ del
mundo, aquel elegido por Dios: no perseguidores, sino perseguidos; no
arrogantes, sino humildes; no vendedores de humo, sino subyugados a la
verdad; no impostores, sino honestos.
Esta fidelidad al estilo de Jesús –que es un estilo de esperanza–
hasta la muerte, será llamada por los primeros cristianos con un nombre
bellísimo: “martirio”, que significa “testimonio”.
Habían tantas otras posibilidades, ofrecidas por el vocabulario: se
podía llamar heroísmo, abnegación, sacrificio de sí. En cambio, los
cristianos de los primeros tiempos los han llamado con un nombre que
perfuma de seguidores.
Los mártires no viven para sí, no combaten para afirmar sus propias
ideas, y aceptan deber morir sólo por fidelidad al Evangelio. El
martirio no es ni siquiera el ideal supremo de la vida cristiana, porque
sobre ello está la caridad, es decir, el amor hacia Dios y hacia el
prójimo.
Lo dice bien el Apóstol Pablo en el himno a la caridad, es decir el
amor hacia Dios y hacia el prójimo. Lo dice bien el Apóstol Pablo en el
himno a la caridad: ‘Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a
los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me
sirve para nada’. Disgusta a los cristianos la idea que los terroristas
suicidas puedan ser llamados “mártires”: no hay nada en su fin que pueda
asemejarse a la actitud de los hijos de Dios.
A veces, leyendo las historias de tantos mártires de ayer y hoy –que
son más de los mártires de los primeros tiempos– nos quedamos
sorprendidos ante la fortaleza con la cual han enfrentado la prueba.
Esta fortaleza es signo de la gran esperanza que los animaba: la
esperanza cierta que nada y nadie los podía separar del amor de Dios
donado en Jesucristo.
Que Dios nos done siempre la fuerza de ser sus testigos. Nos done
vivir la esperanza cristiana sobre todo en el martirio escondido de
hacer bien y con amor nuestros deberes de cada día. Gracias».