Rafael María de Balbín
Realidades estrechamente unidas, pero distintas; el pluralismo social no se opone al bien común ni a la democracia
“La comunidad política se constituye
para servir a la sociedad civil, de la cual deriva. La Iglesia ha
contribuido a establecer la distinción entre comunidad política y
sociedad civil, sobre todo con su visión del hombre, entendido como ser
autónomo, relacional, abierto a la Trascendencia: esta visión contrasta
tanto con las ideologías políticas de carácter individualista, cuanto
con las totalitarias que tienden a absorber la sociedad civil en la
esfera del Estado” (Pontificio Consejo Justicia y Paz. Compendio de la doctrina social de la Iglesia. N. 417).
Se trata de realidades estrechamente
unidas, pero distintas. Esta dicotomía viene expresada por lo que hace
ya años se denominaba el país político y el país nacional.
El individualismo rechaza toda construcción política en orden al bien
común, mientras que el totalitarismo trata de absorber toda la riqueza
de la sociedad civil en un esquema político. Pero el pluralismo social
no se opone al bien común ni a la democracia.
Así: “La sociedad civil es un conjunto
de relaciones y de recursos, culturales y asociativos, relativamente
autónomos del ámbito político y del económico” (idem). Porque «El
fin establecido para la sociedad civil alcanza a todos, en cuanto
persigue el bien común, del cual es justo que participen todos y cada
uno según la proporción debida» (León XIII, Carta enc. Rerum novarum,
n. 134). En la sociedad civil hay capacidad de iniciativa, en orden a
una convivencia social libre y justa, en la que los ciudadanos se
asocian y movilizan en orden a sus legítimas necesidades e intereses.
Es justo destacar el primado de la
sociedad civil, en cuanto la comunidad política debe estar al servicio
de ella, formada por las personas singulares y sus agrupaciones (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1910). La sociedad civil no es un mero apéndice o una variable de la comunidad política.
“El Estado debe aportar un marco
jurídico adecuado para el libre ejercicio de las actividades de los
sujetos sociales y estar preparado a intervenir, cuando sea necesario y
respetando el principio de subsidiaridad, para orientar al bien común la
dialéctica entre las libres asociaciones activas en la vida
democrática” (Cf. Pontificio Consejo Justicia y Paz. Compendio de la doctrina social de la Iglesia. N. 418).
“La comunidad política debe regular sus relaciones con la sociedad civil según el principio de subsidiaridad (Cf. Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno, n. 203; Catecismo de la Iglesia Católica,
nn. 1883-1885). “Es esencial que el crecimiento de la vida democrática
comience en el tejido social. Las actividades de la sociedad civil
−sobre todo de voluntariado y cooperación en el ámbito privado-social,
sintéticamente definido «tercer sector» para distinguirlo de los ámbitos
del Estado y del mercado− constituyen las modalidades más adecuadas
para desarrollar la dimensión social de la persona, que en tales
actividades puede encontrar espacio para su plena manifestación” (Cf.
Pontificio Consejo Justicia y Paz. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 419).
“La progresiva expansión de las
iniciativas sociales fuera de la esfera estatal crea nuevos espacios
para la presencia activa y para la acción directa de los ciudadanos,
integrando las funciones desarrolladas por el Estado. Este importante
fenómeno con frecuencia se ha realizado por caminos y con instrumentos
informales, dando vida a modalidades nuevas y positivas de ejercicio de
los derechos de la persona que enriquecen cualitativamente la vida
democrática” (Cf. Idem).
Es preciso apelar a la fuerza creadora
de la libertad y de las iniciativas personales. “La cooperación, incluso
en sus formas menos estructuradas, se delinea como una de las
respuestas más fuertes a la lógica del conflicto y de la competencia sin
límites, que hoy aparece como predominante. Las relaciones que se
instauran en un clima de cooperación y solidaridad superan las
divisiones ideológicas, impulsando a la búsqueda de lo que une más allá
de lo que divide” (idem, n. 420).
Cabe destacar como fenómeno muy positivo el enorme crecimiento de los voluntariados
en todas partes del mundo. “Muchas experiencias de voluntariado
constituyen un ulterior ejemplo de gran valor, que lleva a considerar la
sociedad civil como el lugar donde siempre es posible recomponer una
ética pública centrada en la solidaridad, la colaboración concreta y el
diálogo fraterno. Todos deben mirar con confianza estas potencialidades y
colaborar con su acción personal para el bien de la comunidad en
general y en particular de los más débiles y necesitados” (San Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, n. 855).