Salmo 68: “Escúchame, Señor, porque eres bueno”
Romanos 5, 12-15: “El don de Dios supera con mucho el delito”
San Mateo 10, 26-33: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo”
¿Quién
será más testarudo? Todos le dicen que está jugando con fuego, pero él
asegura que antes muerto que rendirse. Me explico: tiene un pequeño
negocio a la salida de la ciudad. Hasta hace algunos años, le iba
bastante bien y hasta para darse “algunos gustos de más”, le alcanzaba.
Así fue forjando el futuro de sus hijos, les dio estudios, y alguno ha
puesto también ya su negocito… pero de hace algunos años a la fecha, ha
sufrido asaltos, extorsiones, cobros de piso… y hasta graves amenazas de
muerte. Todos le dicen que se dedique a otra cosa, que busque otro
lugar… pero él insiste que hacerlo sería rendirse. “Prefiero morir en la
raya, antes que arrodillarme ante el miedo”.
Aunque
quisiéramos disimular la realidad, el temor y la inseguridad, como lo
demuestran muchas encuestas, son el pan de cada día y una de las mayores
preocupaciones de nuestro tiempo. No podemos abandonar la casa, no
podemos caminar con seguridad, no podemos ni siquiera confiar en los más
cercanos. De todos se duda, la desconfianza ha ganado un espacio en
nuestro corazón. Por eso me llama mucho la atención la insistencia del
Evangelio de este día: “No tengan miedo” Y se lo dice a sus
apóstoles que realmente corrían graves peligros. El pasaje evangélico
que hoy leemos forma parte de las instrucciones que Jesús da a sus
discípulos cuando los envía a la misión, como ya lo veíamos hace ocho
días. Los exhorta a no dejarse vencer por el desánimo, el temor o las
críticas de los hombres. Incluso se percibe como una advertencia a no
temer a los grupos armados y a las fuerzas que de una y otra parte
surgían: Roma para mantener subyugados a los pueblos tributarios y las
innumerables rebeliones que buscaban atacar y dañar a Roma. Y, en medio
de los conflictos, los mensajeros del Evangelio. ¿Cómo no tener miedo?
El
miedo paraliza, el miedo provoca equivocaciones, el miedo nos ata. La
invitación a no tener miedo se repite varias veces y recuerda pasajes
como el de Jeremías que tenía que proclamar un mensaje molesto para los
demás y peligroso para él. Pero en la primera lectura, el profeta
aparece confiado en las manos de Dios. Las enseñanzas de Jesús se
dirigen a sus discípulos y pretenden infundir fortaleza y valor ante el
rechazo o la persecución. Cada vez que se invita a no temer, se
mencionan los motivos por los cuales los testigos del Evangelio no deben
temer miedo. Así, a cada una de las expresiones: “No tengan miedo”,
se suma una nueva razón. En primer lugar el Evangelio posee una fuerza
imparable y el mensaje que Jesús ha encargado terminará por hacerse
público. En segundo lugar, sitúa a los discípulos ante el juicio final
para hacerles comprender que el juicio de los hombres no es definitivo,
sino el de Dios. No dependen de la estima que tengan los hombres por
ellos, sino de su real fidelidad al amor y a la Palabra de Dios. Por
último se establece la mayor seguridad: estamos en manos Dios, Padre
providente, cuya solicitud llega a vencer extremos insospechados. El
Evangelio, la verdad y el amor de Dios-Padre, son las razones que Jesús
ofrece para seguridad de sus discípulos.
Nada
más peligroso que la incertidumbre y el temor. Pero, ¿nosotros en qué
basamos nuestra seguridad? Construimos fortalezas, ponemos nuevas
cerraduras, doble candado y alarma; y terminamos prisioneros de nosotros
mismos y con el enemigo dentro de nuestros hogares. Crece entre
nosotros el miedo social, la sospecha de todo, la inseguridad y la
necesidad de defenderse y buscar cada uno la salida a su propia vida.
Pero muchas veces descuidamos lo esencial. Llevamos a nuestros hogares
la envidia y el orgullo, la valoración superficial de la persona, se
utiliza la mentira, se engaña y se prostituye… Tememos a los que matan
el cuerpo, pero llevamos con nosotros a los que matan el alma. El miedo
hace imposible la construcción de una sociedad más humana, el miedo
destruye la libertad, el miedo ata y empobrece.
Cristo
no está exento de peligros y es muy consciente de los que afrontarán
sus discípulos, pero también confirma la fuerza y la seguridad de la
Buena Nueva que se anuncia, de la verdad que se proclama y del amor en
que confiamos. Me cuestiona sobre todo por lo que hacemos todos los días
y en especial en el nivel educativo. No estamos educando en los
verdaderos valores, en el servicio y en amor. Desde la infancia se
adquieren miedos y complejos, ansias y anhelos que no son los que
propone Cristo. Queremos salvar el árbol fumigando solamente las ramas
pero no vamos a la raíz, donde encuentra su sostén. Cuando un corazón
está vacío, ¿cómo podremos convencerlo que luche por grandes ideales?
Cuando se ha aprendido a depender en todo momento de las cosas
materiales, ¿cómo pedir que se entusiasmen por el proyecto de Jesús que
nos pide amar a todos? Cuando lo que importa es el que dirían, ¿cómo
construir un corazón sincero y recto? La fama, el dinero, el placer son
los criterios que van aprendiendo los niños en casa. Y después se
sienten desprotegidos pues no hay dinero suficiente que forje un
verdadero hombre o una verdadera mujer, si no se han sembrado los
valores en su corazón.
Platiquemos
con Jesús cuáles son nuestros miedos, cuáles son nuestras seguridades,
si estamos dando más importancia a los que matan el cuerpo o a los que
matan el alma, si hemos entrado en la espiral de la violencia. ¿Qué
pensamos cuando Cristo nos dice que no tengamos miedo y nos ofrece como
seguridad los brazos amorosos de un Padre providente?
Padre
misericordioso, que nunca dejas de tu mano a quienes has hecho arraigar
en tu amistad, concédenos vivir siempre movidos por tu amor; ayúdanos a
descubrir cuáles son los verdaderos peligros que están destruyendo
nuestras familias, nuestra sociedad y nuestra Iglesia; y danos la
fortaleza y sabiduría necesarias para afrontarlos. Amén.