Gen 2, 7-9; 3, 1-7: “Creación y pecado de nuestros primeros padres”.
Salmo 50: “Misericordia, Señor, hemos pecado”.
Romanos 5, 12-19: “El don de Dios supera con mucho al delito”.
San Mateo 4, 1-11: “El ayuno y las tentaciones de Jesús”.
El testimonio de alguien que se ha visto atrapada en el narcotráfico y ahora no puede escaparse
“Todo parecía tan
fácil y la necesidad era grande. Solamente tenía que ir a la ciudad
vecina a llevar ‘un paquete’, me pagaban mucho y además, quien me lo
pedía era mi novio de quien estaba enamorada. Dije que solamente lo
haría una vez, pero a esa vez se sucedió otra, y una más y muchas más.
Cada vez con más peligro, cada vez más presionada. Después me exigieron
entregar mi cuerpo a los jefes y mi novio no dijo nada. Comprendí mi
error: él nunca me quiso, sólo me enroló para sus fines. Ahora quiero
salirme, he visto muchos horrores, injusticias, pleitos y hasta
asesinatos. Quiero salirme pero estoy atrapada, conocen a mis papás, a
mis hermanos, y si yo me escondiera ellos pagarían las consecuencias.
¡Cómo es la tentación tan atractiva y después quedas atrapada en su
telaraña!” Es el testimonio de alguien, de entre muchas inocentes, que
se ha visto atrapada en el narcotráfico y ahora no puede escaparse.
De una manera magistral el libro de Génesis responde a las grandes
interrogantes del hombre y hoy nos coloca de frente a la dura realidad
del pecado y la maldad. Hecho para la vida, colocado en el paraíso, el
hombre quiere imponer sus propios límites y dictar sus propias leyes.
“Serán como Dios”, promete la serpiente y el hombre se enajena
sintiéndose dueño, señor y su propio dios. Todo parece atractivo, todo
parece bueno… ¿Por qué aceptar restricciones si puede hacer lo que le
venga en gana? Y cae en la tentación y pronto se descubre desnudo,
expulsado y castigado por su propia ambición y orgullo. El Génesis nos
plantea con términos sencillos y didácticos, la raíz de toda tentación y
pecado: quitar a Dios de nuestra vida.
Cuando alguien leía las tentaciones que
nos propone el Evangelio de San Mateo, se quedó desconcertado imaginando
cómo paseaban juntos el demonio y Jesús, y cómo el demonio lo lleva de
un lado a otro proponiendo las tentaciones. Esta narración no podemos
tomarla en un sentido literal, sino llena de símbolos y enseñanzas; sin
embargo el evangelista quiere testimoniar realidades y hechos que tienen
vigencia, no solamente en tiempos de Jesús, sino en nuestro mundo y en
nuestra historia… Hoy también hay tentaciones y lo más triste es que van
metiéndose en nuestra vida sin darnos cuenta. San Mateo usa este
lenguaje lleno de alegorías para describir todas las tentaciones por las
que tuvo que pasar Jesús a lo largo de su vida, y la triple prueba las
engloba a todas. Pero también nos pone en guardia sobre las tentaciones
actuales que silenciosamente, malignamente, se van metiendo en el
corazón del hombre: la injusticia, la ambición, el egoísmo, en fin, el
poner en el centro al hombre y el olvidarse de Dios.
La primera de las
tentaciones, “que las piedras se conviertan en pan”, nos llevaría a un
mundo que solamente vive del placer, del disfrutar y del gozo egoísta.
Nada raro, en nuestro mundo, escuchar: “Si a mí me gusta, si a nadie le
hago daño… ¿Por qué es malo? ¿Qué les importa a otros?” Y sin embargo
nos llama Jesús a descubrir lo profundamente erróneo de esta afirmación.
Cuando sólo nos guiamos por los propios gustos y satisfacciones,
dejamos fuera a los hermanos, degeneramos nuestro propio cuerpo y
nuestro propio ser. Sí, para darnos gusto y saciar nuestros apetitos
atentamos contra la dignidad y el derecho de los demás y contra nuestra
propia dignidad. Cuántos gobiernos e instituciones se conforman con “pan
y circo” y distraen a los ciudadanos de sus verdaderas necesidades y
derechos. Es más fácil acallar y dar atole con el dedo que responder a
las verdaderas necesidades. Es fácil también en lo personal caer en el
sentirse a gusto y satisfacer los propios deseos, sin una moral que nos
dirija, sin un sentido comunitario que nos lleve a mirar más allá de
nuestra propia comodidad.
Nadie quiere
tropezar y caer, pero es el pretexto que encuentra el demonio para hacer
resaltar la fama, el aparecer, el apantallar. Y nuestro mundo tiene la
tentación de quedarse más en la máscara que en el propio ser, más en la
apariencia que en el contenido, más en la opinión de los demás que en el
ser interior. Nos hemos vaciado de nosotros mismos y de Dios, y
quedamos a merced de las opiniones ajenas y de las modas y de las
ideologías. Se convierte el hombre en veleta, sin principios: hoy es de
una religión, de un partido, de una tendencia; mañana, ha cambiado y se
adapta a lo que mejor le conviene con tal de estar a tono con las nuevas
tendencias. Y llegamos a una religión comodina y fácil, que dé gusto a
todos y que no respete ni a Dios ni a los demás.
La tercera
tentación, “te daré todo esto si me adoras”, aparentemente la menos
difícil, es la que más se nos ha metido en nuestro corazón: quitar a
Dios de la vida, de las relaciones y del corazón. Vivir adorando sólo al
hombre y sus deseos, ponerlo por centro; y como cada hombre es
diferente, acabamos teniendo tantos dioses como personas hay en el
mundo. Se ha olvidado el hombre de Dios y aquí encuentra su propia
perdición. No puede el hombre erigirse en su propio ídolo, pues llegará a
la injusticia, al egoísmo y hasta el totalitarismo. Es la base de toda
tentación: pretender ser Dios, olvidar la condición de creatura, negar
la posibilidad de pecado.
Es el primer
Domingo de Cuaresma y nos invita a desenmascarar nuestras tentaciones y
nuestros tropiezos. No es cuestión de asustarnos con el demonio, pero
tampoco es hora de olvidar su astucia. Se necesita creer más en Dios que
en el demonio. La gracia es infinitamente más fuerte que el mal, pero
sería peligroso olvidarse de la propia fragilidad. ¿Cuáles son mis
tentaciones y cómo las disfrazo? ¿Qué estoy haciendo para superarlas?
Hoy necesitamos recordar que la misericordia y el amor de Dios siempre
están a la puerta para que les abramos nuestro corazón.
Señor, Jesús, que venciste las
tentaciones con la oración, el ayuno y la presencia de Dios Padre,
fortalece e ilumina nuestro corazón, para vencer la maldad y la
injusticia que lo tienen atado. Amén.