El Papa ayer en Santa Marta
Al principio de la Cuaresma resuena
fuertemente la invitación a convertirse. Precisamente la liturgia de hoy
nos plantea esa exhortación antes tres realidades: el hombre, Dios y el
camino.
La primera realidad del hombre es la de
escoger entre el bien y el mal (cfr. Dt 30,15-20). Dios nos ha hecho
libres, y la decisión es nuestra, pero no nos deja solos, nos señala la
senda del bien con los Mandamientos.
Luego está la realidad de Dios. Para los
discípulos era difícil de entender la vía de la cruz de Jesús (cfr. Lc
9,22-25). Porque Dios asumió toda la realidad humana, menos el pecado.
No hay Dios sin Cristo. Un dios sin Cristo, desencarnado, no es
un dios real. La realidad de Dios es Dios hecho Cristo, por nosotros,
para salvarnos. Y cuando nos alejamos de esa realidad y nos alejamos de
la Cruz de Cristo, de la verdad de las llagas del Señor, entonces nos
alejamos también del amor, de la caridad de Dios, de la salvación, y
acabamos por una senda ideológica de Dios, lejana: ya no es Dios quien
viene a nosotros ni se hace cercano para salvarnos ni muere por
nosotros. Esta es la segunda realidad, la realidad de Dios. Recuerdo el
diálogo entre un agnóstico y un creyente, que recoge un escritor francés
del siglo pasado. El agnóstico de buena voluntad preguntaba al
creyente: No sé cómo voy a poder… para mí el problema es cómo Cristo es Dios: no puedo entender eso. ¿Cómo Cristo es Dios? Y el creyente respondió: Pues para mí eso no es ningún problema. El problema sería si Dios no se hubiese hecho Cristo.
Esta es la realidad de Dios: Dios hecho Cristo, Dios hecho carne, y ese
es el fundamento de las obras de misericordia. Las llagas de nuestros
hermanos son las llagas de Cristo, son las llagas de Dios, porque Dios
se hizo Cristo. No podemos vivir la Cuaresma sin esta realidad. Tenemos
que convertirnos no a un Dios abstracto sino al Dios concreto que se
hizo Cristo.
Finalmente, está la tercera realidad, la del camino. Jesús dice: Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga.
La realidad del camino es la de Cristo: seguir a Cristo, hacer la
voluntad del Padre, como Él, tomar las cruces de cada día y negarse a sí
mismo para seguir a Cristo. No hacer lo que yo quiero, sino lo que
quiere Jesús; seguir a Jesús. Y Él habla de que por ese camino perdemos
la vida, para ganarla después; es un continuo perder la vida, perder el
capricho de lo que yo quiero, perder las comodidades, estar siempre en
el camino de Jesús que estaba al servicio de los demás, a la adoración
de Dios. Ese es el camino correcto.
El único camino seguro es seguir a
Cristo crucificado: ¡el escándalo de la Cruz! Y estas tres realidades,
el hombre, Dios y el camino, son la brújula del cristiano que no quiera
equivocarse de camino.