Mons.Fernando Ocáriz
Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis
hijos!
1. Deseaba mucho volver a escribiros, ahora de manera
un poco más extensa. Con estas letras quiero haceros partícipes de las
conclusiones del último Congreso general, que se ha tenido en Roma en el pasado
mes de enero. Lo hago porque, como don Javier en el año 2010, quiero que todos
sintáis el peso de la Obra, el peso de las almas, la responsabilidad de llevar
adelante esta pequeña familia que formamos. Con toda la Iglesia, aspiramos, en
expresión de san Pablo, a reconciliar el mundo con Dios (cfr. 2 Cor 5,
19): tarea inmensa, que nos superaría si no contásemos con la gracia divina.
A nosotros corresponde, como os escribía con palabras
de san Josemaría en mi primera carta como Padre de esta pequeña parte de la
Iglesia, redimir y santificar nuestro tiempo, comprender y compartir las ansias
de los demás. Retomo ahora el hilo de esas palabras: No es verdad
que toda la gente de hoy −así, en general y en bloque− esté cerrada, o
permanezca indiferente, a lo que la fe cristiana enseña sobre el destino y el
ser del hombre; no es cierto que los hombres de estos tiempos se ocupen sólo de
las cosas de la tierra, y se desinteresen de mirar al cielo. Aunque no faltan
ideologías −y personas que las sustentan− que están cerradas, hay en nuestra
época anhelos grandes y actitudes rastreras, heroísmos y cobardías, ilusiones y
desengaños; criaturas que sueñan con un mundo nuevo más justo y más humano, y
otras que, quizá decepcionadas ante el fracaso de sus primitivos ideales, se
refugian en el egoísmo de buscar sólo la propia tranquilidad, o en permanecer
inmersas en el error.
A todos esos hombres y a todas esas mujeres, estén
donde estén, en sus momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les
hemos de hacer llegar el anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los
días que siguieron a la Pentecostés: Jesús es la piedra angular, el Redentor,
el todo de nuestra vida, porque fuera de Él no se ha
dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual podamos ser salvos (Hch
4, 12).
Todos con Pedro a Jesús por María
2. El Papa es, para la Iglesia, Pedro que anuncia a
Cristo al mundo proclamando la alegría del Evangelio. El Congreso general ha querido reafirmar
en primer lugar nuestra unión filial al Romano Pontífice y ha hecho suya una
vez más la oración que nos enseñó san Josemaría: omnes cum Petro ad
Jesum per Mariam.
Agradecemos al Papa Francisco, entre otras muchas cosas,
el Año jubilar de la misericordia, su ejemplo de piedad y de austeridad, el
impulso apostólico que está dando al mundo entero, su cercanía con las
personas, especialmente las más necesitadas. También le agradecemos que, en el
marco de su ministerio petrino, haya tomado la decisión de beatificar a don
Álvaro. El Congreso ha querido hacer constar también su reconocimiento al Papa
por confirmarme como sucesor de san Josemaría, del beato Álvaro y de don Javier
al frente de la Obra, y nombrarme así, el mismo día de mi elección, Prelado del
Opus Dei. Ya os escribí que me sentía confundido, y a la vez alegre por la
unidad que nos concede el Espíritu Santo, Amor infinito. No quiero vivir sino
para ser buen Padre de cada una, de cada uno, participando, a pesar de mis
limitaciones, de la paternidad amorosa de Dios. Me conmueve también que, con
fecha 1 de febrero, el Papa haya querido escribirme una carta de aliento y
ponerme bajo el cuidado de la Virgen.
Edificar sobre roca
3. ¿Cómo corresponder a tantas gracias, hijas e hijos
míos? Renovemos el deseo de encarnar y comunicar fielmente el espíritu del Opus
Dei, tal como nos lo transmitió san Josemaría, afianzados en un profundo
sentido de nuestra filiación divina en Cristo, y decididos a buscar a Dios en
el trabajo profesional y en las circunstancias ordinarias de nuestra vida, para
ser sal y luz del mundo (cfr. Mt 5, 13-14). La vocación
cristiana es grandiosa, conduce a nuestra misteriosa identificación con el
Verbo encarnado, que san Juan Pablo II expresó una vez con palabras audaces,
retomando una expresión del Concilio Vaticano II: «Mediante la gracia recibida
en el bautismo, el hombre participa en el nacimiento eterno del Hijo del Padre,
puesto que se convierte en hijo adoptivo de Dios: hijo en el Hijo».
4. Don Javier fue un buen hijo de Dios siendo un hijo
fiel de san Josemaría. Esa fidelidad fue la razón de ser de su vida. El
Congreso general da gracias a Dios por la vida y las enseñanzas de quien fue
nuestro Prelado desde 1994 a 2016. También se ha hecho eco del deseo, por parte
de todos los fieles de la Prelatura, los socios de la Sociedad Sacerdotal de la
Santa Cruz y los Cooperadores, de subrayar el amor de don Javier a la Iglesia y
a esta porción del Pueblo de Dios que es el Opus Dei. Don Javier ha dejado un
fecundo ejemplo de caridad pastoral, que se expresaba en la unión con el Santo
Padre y con todos sus hermanos en el colegio episcopal, en su celo por las
almas y en su activa solicitud por los enfermos y más necesitados. Por eso,
seguro de que os alegrará saberlo, dejo aquí constancia de la opinión general
de los miembros del Congreso, y de tantas otras personas, acerca de la
conveniencia de recoger recuerdos y testimonios sobre don Javier, su vida
entregada y sus enseñanzas.
Por otra parte, el Congreso ha constatado el bien que
hacen las causas de beatificación y canonización de fieles de la Obra en
diversos países, y la importancia de seguir extendiendo su devoción privada
para ayudar a muchas almas a descubrir el amor divino y la alegría de la vida
cristiana en medio del mundo, cuyo testimonio dieron, entre otros muchos, el
venerable Isidoro Zorzano y la venerable Montserrat Grases. Al coronar los
méritos de los santos, el Señor corona sus propios dones. A través de los santos honramos al Dios
tres veces Santo y renovamos nuestros deseos de santidad: de amor a Dios y a
los demás en Él.
5. Las Administraciones de los Centros del Opus Dei,
que constituyen el apostolado de los apostolados, son
como su «columna vertebral». El Congreso ha querido subrayar, una vez
más, el papel decisivo de su labor para hacer realidad el ambiente de familia
en la Obra y para ayudar a quienes acuden a nuestras casas a percibir de manera
visible esa realidad. Correspondamos a ese don rezando para que el Señor
bendiga esa labor con abundantes vocaciones, y para que sea un ejemplo radiante
del valor y dignidad de las tareas del hogar. Las mujeres de la Prelatura
revisarán los servicios que prestan las Administraciones según las
circunstancias y necesidades actuales, para que sigan sosteniendo el ambiente
de hogar, el tono humano y de familia que hace que cada Centro sea de verdad
para nosotros Betania.
6. Además de manifestar su agradecimiento a quienes
fueron Custodes de don Javier, por la dedicación con que le
atendieron, el Congreso valoró la gran ayuda que prestan los fieles mayores o
enfermos, con el ofrecimiento alegre y sencillo de sus limitaciones, para
seguir impulsando la labor de evangelización que la Obra desarrolla en todo el
mundo. A ese empuje callado se suma, sin duda, la atención esmerada de quienes
les cuidan, con cariño y espíritu de servicio generoso, siguiendo la tradición
que hemos heredado de san Josemaría, como parte importante del espíritu de
familia. Hijas e hijos míos, ¡mucho depende de cómo cuidamos a los ancianos y a
los enfermos!
El Congreso general hizo constar también su
reconocimiento hacia vuestros hermanos y hermanas que, a lo largo de estos
años, han ido a comenzar la labor apostólica en nuevos países, dejando su lugar
de origen para ayudar a hacer la Obra en otras latitudes. Recordaréis con qué
frecuencia nos repetía don Javier que hay mucha gente buena esperándonos en
todas partes.
Desafíos actuales en la aventura de la formación
7. El dinamismo apostólico, fruto del Espíritu Santo,
ha sido sostenido por la profunda labor de formación que la Prelatura ofrece a
sus fieles, y que constituye su misión: se hace del
mundo entero una gran catequesis. El Congreso quiso subrayar algunos
contenidos de esa formación en las circunstancias actuales. Permitidme que los
enumere a continuación, para que en cada circunscripción de la Prelatura, en
cada Centro, en cada familia de mis hijas e hijos, en cada alma, la luz y la
fuerza de la gracia nos haga ver qué más podemos hacer y, sobre todo, cómo
podemos mejorar lo que ya hacemos.
8. En primer lugar, se ha considerado la centralidad
de la Persona de Jesucristo, a quien deseamos conocer, tratar y amar. Poner a
Jesús en el centro de nuestra vida significa adentrarse más en la oración
contemplativa en medio del mundo, y ayudar a los demás a ir por caminos
de contemplación; redescubrir con luces nuevas el valor
antropológico y cristiano de los diferentes medios ascéticos; llegar a la
persona en su integridad: inteligencia, voluntad, corazón, relaciones con los
demás; fomentar la libertad interior, que lleva a hacer las cosas por amor;
ayudar a pensar, para que cada uno descubra lo que Dios le pide y asuma sus
decisiones con plena responsabilidad personal; alimentar la confianza en la
gracia de Dios, para salir al paso del voluntarismo y del sentimentalismo;
exponer el ideal de la vida cristiana sin confundirlo con el perfeccionismo,
enseñando a convivir con la debilidad propia y la de los demás; asumir, con
todas sus consecuencias, una actitud cotidiana de abandono esperanzado, basada
en la filiación divina.
Así se fortalece el sentido de misión de nuestra
vocación, con una entrega plena y alegre: porque estamos llamados a contribuir,
con iniciativa y espontaneidad, a mejorar el mundo y la cultura de nuestro
tiempo, de modo que se abran a los planes de Dios para la humanidad: cogitationes
cordis eius, los proyectos de su corazón, que se mantienen de
generación en generación (Sal 33 [32] 11).
En este sentido, conviene facilitar que todos deseen
vivir con el corazón en Dios y, por tanto, desprendidos de las cosas
materiales. Libres para amar: éste es el sentido de nuestro espíritu de
pobreza, austeridad y desprendimiento, aspectos evangélicos grandemente
valorados por el magisterio del Papa Francisco.
Además, nuestro amor a la Iglesia nos moverá a
procurar recursos para el desarrollo de las labores apostólicas, y a promover
en todos una gran ilusión profesional: a los que todavía son estudiantes y han
de albergar grandes deseos de construir la sociedad, y a los que ejercen una
profesión; conviene que, con rectitud de intención, fomenten la santa ambición
de llegar lejos y de dejar huella. Al mismo tiempo, animo a todos los
Numerarios y Numerarias a tener una disponibilidad activa y generosa para
dedicarse cuando sea preciso, con esa misma ilusión profesional, a las tareas
de formación y gobierno.
9. Ese amplio panorama nos invita a renovar el afán de
expansión, como en los primeros tiempos de la Obra, para llevar la alegría del
Evangelio a muchas almas, para que muchos sientan la atracción de
Jesucristo. Nuestro Padre nos decía: si
queremos ser más, seamos mejores. Quisiera que esta consideración
suscitara en nosotros un renovado sentido de urgencia para promover, con la
gracia de Dios y la correspondencia libre y generosa de las personas, muchas
vocaciones −las que Dios quiera− de Numerarios, Agregados, Supernumerarios y
sacerdotes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.
Libertad y vocación: aquí tenemos dos dimensiones
esenciales de la vida humana, que se llaman la una a la otra. Somos libres para
amar a un Dios que llama, a un Dios que es amor y que pone en nosotros el amor
para amarle y amar a los demás. Esta caridad nos da plena conciencia de
nuestra misión, que no es un apostolado ejercido de manera
esporádica o eventual, sino habitualmente y por vocación, tomándolo como el
ideal de toda la vida. El ideal del amor a Dios y a los demás
nos lleva a cultivar la amistad con muchas personas: no hacemos apostolado,
¡somos apóstoles! Así va la "Iglesia en salida" de la que habla con
frecuencia el Papa, recordándonos la importancia de la ternura, de la
magnanimidad, del contacto personal.
Este «dinamismo de "salida" que Dios quiere
provocar en los creyentes», no es una estrategia, sino la fuerza
misma del Espíritu Santo, Caridad increada. En un cristiano, en un
hijo de Dios, amistad y caridad forman una sola cosa: luz divina que da calor. Las circunstancias actuales de la
evangelización hacen aún más necesario, si cabe, dar prioridad al trato
personal, a este aspecto relacional que está en el centro del modo de hacer
apostolado que san Josemaría encontró en los relatos evangélicos. Bien
puede decirse, hijos de mi alma, que el fruto mayor de la labor del Opus Dei es
el que obtienen sus miembros personalmente, con el apostolado del ejemplo y de
la amistad leal.
Dar y recibir formación
10. Al preparar e impartir los medios de formación,
nos ilusiona pensar en su fecundidad en las almas, con la gracia de Dios que da
el crecimiento (cfr. 1 Cor 3, 6). Además de poner muy en
primer lugar los medios sobrenaturales, es bueno que nos esforcemos por
utilizar un lenguaje comprensible, con tono positivo y alentador, con una
visión esperanzada del mundo donde nos ha tocado vivir, que es nuestro lugar de
encuentro con Dios; por facilitar la participación activa de los asistentes;
por mostrar la incidencia práctica del espíritu del Opus Dei en la vida
familiar y social, de modo que crezca la unidad de vida: una auténtica
coherencia cristiana entre lo que se piensa, se reza y se vive (cfr. Jn 4,
24; Rm 12, 1; 2 Ts 3, 6-15).
11. Para la fraternidad y el apostolado de amistad y
confidencia, resultan de gran importancia algunas virtudes: junto a la
humildad, la alegría y la generosidad; y se hace necesario un sincero interés
por los demás, en forma de comprensión, respeto y aprecio de las distintas
opiniones. Un tono positivo en las conversaciones permite enfocar mejor las cuestiones.
En definitiva, se trata de ser sembradores de paz y de alegría, como nos enseñó nuestro Padre, también
rectificando con deportividad cuando en lugar de paz hayamos sembrado más bien
un poco de discordia. Nuestros Centros, las casas de los Agregados, de los
Supernumerarios y de los sacerdotes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz,
han de irradiar un atractivo calor de hogar (cfr. Sal 133
[132] 1; Jn 13, 34-35).
Recuerdo la paz y la serenidad que irradiaba la sola
presencia de don Álvaro, que vivía lo que nos enseñaba: «El espíritu de familia
es tan esencial para nosotros, que cada hija y cada hijo mío lo lleva siempre
consigo; tan fuerte, que enseguida se manifiesta en torno a nosotros,
facilitando la creación de un ambiente de hogar en cualquier sitio donde nos
encontremos. Por eso, nuestro ser y sentirnos familia no se fundamenta en la
materialidad de vivir bajo el mismo techo, sino en el espíritu de filiación y
de fraternidad, que el Señor ha querido desde el primer momento para su Obra».
12. Pido al Señor que se cuide con un especial empeño
la formación de quienes ejercen una dirección espiritual personal, sacerdotes o
laicos, para que sepan ayudar con dedicación y acierto a los demás. Con la
gracia de Dios, han de mover a acoger con generosidad las mociones del Espíritu
Santo, que habla en el fondo del corazón (cfr. Mt 10, 20). El
buen ejemplo y el esmerado cumplimiento de las obligaciones profesionales,
familiares y sociales, son imprescindibles para ayudar a otras personas a
seguir al Señor. Nuestro Padre nos ha enseñado que el prestigio profesional,
considerado como auténtico servicio, es anzuelo de pescador de
hombres: la fe ilumina la inteligencia y da sentido a la vida, hace
descubrir aquella nueva dimensión que lleva a la Vida en Cristo.
13. Conviene favorecer, con acciones específicas, la
formación profesional permanente de quienes participan en las tareas de
dirección de las labores apostólicas. Se trata de mejorar sus capacidades de
gobierno y de dirección de personas y equipos. Una gran responsabilidad reside
en el reforzar la identidad cristiana de las labores, la calidad de su gestión
y el servicio que ofrecen a la sociedad. La colegialidad es un arte que no se
improvisa: saber escuchar, cambiar de parecer, compartir opiniones, contar con
lo mejor que cada persona puede aportar.
En la Iglesia
14. Para que la nueva evangelización dé frutos, es
decisiva la comunión entre los católicos mismos. Hacer crecer el aprecio mutuo
entre los fieles de la Iglesia, y entre las más variadas agrupaciones que
puedan existir, es parte de nuestra misión en la gran familia de los hijos e
hijas de Dios: el principal apostolado que los cristianos hemos de
realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de
la Iglesia se respire el clima de auténtica caridad. Para esto, es necesario reforzar, del
modo oportuno en cada caso, la relación con personas de otras instituciones y
realidades de la Iglesia, superar posibles malentendidos y encomendar al Señor
las iniciativas promovidas por otros, viviendo la humildad colectiva.
15. La ayuda que se ofrece a sacerdotes y seminaristas
resulta también de gran importancia para el bien de la Iglesia y de la
sociedad. Los socios Agregados y Supernumerarios de la Sociedad Sacerdotal de
la Santa Cruz, por participar plenamente de la vocación a la Obra, son
protagonistas de primera línea para dar un nuevo dinamismo a todas las labores,
respetando totalmente la dependencia única de su propio Obispo, y en el
contexto de su ministerio pastoral, que desarrollan habitualmente entera y
directamente al servicio de la diócesis de incardinación, a la que han de amar
siempre más.
Todos los fieles del Opus Dei están llamados a rezar y
a tratar con cercanía y veneración a los Obispos y a los sacerdotes de su
ámbito geográfico, y a colaborar con ellos en la medida de sus posibilidades:
siempre que sea coherente con la santificación de su trabajo profesional y de
sus deberes familiares.
A los sacerdotes me limitaré a recordarles ahora unas
palabras del Papa sobre el ministerio de la confesión: seamos acogedores con
todos, testigos de la ternura de Dios, solícitos en ayudar a reflexionar,
claros, disponibles, prudentes, generosos. Con un corazón magnánimo celebraremos
el misterio de la infinita misericordia de un Dios que perdona.
Será bueno seguir aprovechando las oportunidades de
animar a algunos fieles de la Prelatura, Cooperadores y gente joven, a
ofrecerse para colaborar, con plena libertad y responsabilidad personales, en
catequesis, cursos prematrimoniales, labores sociales, en las parroquias u
otros lugares que lo necesiten, siempre que se trate de servicios acordes con
su condición secular y mentalidad laical, y sin que en eso dependan para nada de
la autoridad de la Prelatura. Por otro lado, quiero hacer una mención especial
de las religiosas y los religiosos, que tanto bien han hecho y hacen a la
Iglesia y al mundo. Quien no ame y venere el estado religioso, no es
buen hijo mío, nos enseñaba nuestro Padre. Me alegra, además, pensar en
tantos religiosos, además de sacerdotes diocesanos, que han visto florecer su
vocación al calor de la Obra.
Para un mejor servicio de la Iglesia y una cuidadosa
atención de las almas, el Congreso general ha indicado que se estudie, con
imaginación creativa y flexibilidad, la mejor manera de impulsar y coordinar
las labores apostólicas: por ejemplo, unificando en ocasiones algunos Centros
del Opus Dei, para economizar energías y facilitar una vida en familia llena de
alegría y cariño; o disponiendo de más puntos de apoyo, apeaderos convenientemente
instalados y organizados de modo flexible, para impartir los medios de
formación allí donde está la gente: en los centros neurálgicos de las ciudades,
en zonas de fuerte densidad laboral, en polos de crecimiento urbano, en
colegios y universidades, por ejemplo.
Nuevos retos apostólicos
16. El Congreso general ha querido retomar una llamada
del Congreso del año 2002, que don Javier formuló así: fomentar «una nueva
cultura, una nueva legislación, una nueva moda, coherentes con la dignidad de
la persona humana y su destino a la gloria de los hijos de Dios en Jesucristo».
Todos los fieles de la Prelatura, los chicos de San Rafael y los Cooperadores
han de sentirse protagonistas de esta nueva cultura, que ha de superar la
mentalidad relativista contemporánea. Esto exige de cada uno, según sus
posibilidades, una honda formación humana, profesional y doctrinal, y una
presencia decidida en los foros a los que puedan acceder, con la apertura de
miras que permite tratar a todos.
Es preciso también cierto ascendiente −el que se
adquiere si se toma en serio a los demás− y un personal don de lenguas,
cultivado con deseo de renovación permanente. Así se favorece esa empatía por
la que la visión cristiana de la realidad resulta convincente, pues cuenta
también con las inquietudes del prójimo, sin avasallar ni caer en el monólogo.
El respeto a la dignidad de cada persona, por encima de sus errores, y al bien
común de la sociedad, el trabajo sereno y responsable, en colaboración con
otros ciudadanos, pone en evidencia la belleza y el atractivo de los valores
cristianos en los variados ámbitos de la sociedad.
17. Para entender la complejidad de ciertos sectores
de la vida social se requiere la ayuda de expertos; por ejemplo, en campos como
los siguientes: el uso de las tecnologías digitales de información y
comunicación; el seguimiento de iniciativas educativas; la comunicación
institucional; la administración de proyectos universitarios; la dirección y
gestión de hospitales y clínicas; los proyectos de promoción social; la
creación y sostenimiento de fondos patrimoniales. La exigencia de competencia
profesional es parte de la mentalidad laical y va a la par con los deseos del
alma sacerdotal: perfeccionar la creación y corredimir.
Para promover una nueva cultura, resulta
necesario formar a aquellos expertos que, con buen criterio,
podrían ayudar a enfocar −con la base de una antropología cristiana− cuestiones
especialmente complejas: género, igualdad, objeción de conciencia, libertad
religiosa, libertad de expresión, bioética, modos de comunicación, por citar
sólo algunas. Un lugar privilegiado para estudiar estos temas son las
universidades y los centros de investigación.
Además, conviene elaborar, con prudencia y con
audacia, un plan de formación adecuado a cada persona, empezando por las más
jóvenes, para que tengan ideas bien fundadas. Sin encerrarse en una actitud
meramente defensiva, es necesario hacerse cargo de los aciertos de las
distintas posturas, dialogar con otras personas, aprendiendo de todos y
respetando esmeradamente su libertad, más aún en materias opinables.
18. Es famosa la afirmación del beato Pablo VI, que
decía que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio
que a los que enseñan», y seguía: «Si escuchan a los que enseñan, es porque dan
testimonio». En la cultura contemporánea se precisan rostros que hagan creíble
un mensaje. Conviene, por eso, presentar testimonios atractivos de vida
cristiana puesta al servicio de los demás. Además de formar líderes de opinión,
hace falta impulsar iniciativas de información sobre la Iglesia y, en su seno,
la Prelatura del Opus Dei, también mediante las redes sociales, tan eficaces
para llegar inmediatamente a miles de personas. El desarrollo de estas
iniciativas depende de la generosidad y de la creatividad de quienes las
sostengan.
19. Junto al apostolado personal de amistad y
confidencia, el Congreso ha querido manifestar su pleno sostenimiento a las
labores apostólicas corporativas y personales. Su fecundidad apostólica está
probada por la formación integral que dispensan: enseñan, educan, abren al
servicio a los demás. Interesa que permitan tratar a muchas más personas,
acercándolas paulatinamente a las riquezas de la fe cristiana, que libera del
miedo y de la tristeza. Para que esa fe se encarne en la vida cotidiana, hacen
falta medios de formación adaptados a familias, alumnos de colegios,
estudiantes universitarios, etc. Esto requiere motivar a las personas y
prepararlas bien.
20. La evangelización de la sociedad y el desarrollo
sostenido de la labor apostólica hacen conveniente que surjan nuevos centros
educativos en los que se pueda proporcionar una formación humana y cristiana a
los padres y a sus hijos, desde la más tierna infancia. Cuando la creación de
estos centros esté sujeta a una legislación que impida o dificulte ser obra
corporativa o labor personal, a pesar de todo pueden darse condiciones que permitan
recibir una atención espiritual por parte de sacerdotes de la Prelatura.
Importancia de la familia
21. El Papa enseña en su segunda encíclica: «En la
familia se cultivan los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida, como por
ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el respeto al
ecosistema local y la protección de todos los seres creados. La familia es el
lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos,
íntimamente relacionados entre sí, de la maduración personal». Se madura con el
tiempo y con la mirada puesta adelante con confianza: es preciso fomentar en
las familias el sentido hondo de la virtud de la esperanza.
Convendrá estudiar modos prácticos para desarrollar la
preparación al matrimonio, sostener el amor mutuo entre los esposos y la vida
cristiana en las familias, impulsar la vida sacramental de abuelos, padres e
hijos, especialmente la confesión frecuente. Cristo abraza todas las edades del
hombre, nadie es inútil o superfluo.
El Congreso valora la acción de grupos de estudio
sobre el papel educativo, social y económico de la familia, con vistas a crear
en la opinión pública un ambiente favorable a las familias numerosas. Será
oportuno reforzar la atención a las que ya están en relación con los diversos
instrumentos apostólicos (kindergarten, colegios, clubes, universidades,
residencias).
La Orientación familiar, tan alentada por don Javier,
sigue siendo una prioridad, pues contribuye eficazmente a consolidar el amor
mutuo de los esposos y su apertura a la vida, y facilita que desde la realidad
de la familia natural se desemboque en la alegría de la familia como espacio
espiritual cristiano. Con muchas iniciativas se llega cada vez a más familias
jóvenes y se realiza una amplia labor formativa. Se descubre así a muchas
personas la belleza del matrimonio sacramental, imagen de la unión de Cristo
con su Iglesia (cfr. Ef 5, 32): con el sacramento, la paz y la
alegría del Espíritu Santo entran en los hogares. En el amor mutuo de los
padres, como en la liturgia y en la comunión de la Iglesia, Dios «nos ama y nos
hace ver y experimentar su amor, y de este "antes" de Dios puede
nacer también en nosotros el amor como respuesta».
22. El Congreso ha querido señalar un campo apostólico
de gran relevancia en los últimos años: se trata de contribuir a que crezca la
fe y la formación de tantos inmigrantes procedentes de países de tradición
católica (por ejemplo, filipinos, latinoamericanos, polacos, etc.) y de
formarles humanamente. Además de ayudarles a desarrollar su propia identidad,
esta formación hace de ellos, en el país que los acoge, una auténtica levadura
para la evangelización (cfr. Lc 13, 20). En el mundo entero,
varias decenas de iglesias encomendadas por los Obispos a sacerdotes
incardinados en la Prelatura pueden sostener eficazmente esta labor, siguiendo
los planes pastorales de los Ordinarios diocesanos de quienes dependen.
La Obra en nuestras manos
23. Para impulsar las labores, no están sólo los
Numerarios y los Agregados: conviene responsabilizar también mucho a los
Supernumerarios y Supernumerarias, y ayudarles: han de sentir la Obra como
suya, como un hijo más. Así, como dijo nuestro Padre en una ocasión, entre
todos enjugaremos muchas lágrimas, daremos mucha cultura; daremos mucha paz,
evitaremos muchos choques y muchas luchas; y haremos que las gentes se miren a
los ojos con nobleza de cristianos, sin odios. Interesa que mis hijos
Supernumerarios colaboren con pleno empeño en la labor de San Rafael, que tiene
como fin inmediato dar una formación
integral. Es normal, e incluso habitual en algunos lugares, que los
Supernumerarios impulsen y dirijan clubes juveniles y otras iniciativas
educativas.
Como consecuencia de una formación bien asimilada, sin
rigidez ni agobio, cuando resulta prudente y adecuado, los Supernumerarios
colaboran con Dios en el nacimiento de vocaciones de Numerarios y Agregados;
rezan en particular por sus hijos, con esa posible perspectiva, con el más
grande respeto de la libertad personal, y dejándolo todo en las manos de Dios.
En la labor de San Gabriel, conviene aumentar en
varios lugares el número de Supernumerarios encargados de grupo, celadores, y
quienes ejercen una dirección espiritual personal regular; apoyarse más en
ellos para atender cursos de retiro; animarles a impulsar el apostolado en
lugares donde aún no hay un Centro; procurar que haya más presencia activa de
Agregados y Supernumerarios en los grupos de trabajo o equipos para
determinadas iniciativas apostólicas. Para facilitar su formación, dispondrán
de materiales adecuados en diversas lenguas.
Apostolado con la juventud
24. El Congreso general dejó constancia de la
importancia de la labor de San Rafael, la niña de nuestros ojos. Se sugiere dar prioridad a medidas
generales y particulares que favorezcan el desarrollo de la labor con la gente
joven de todo tipo y que, con la gracia de Dios, se fomenten abundantes
vocaciones de Numerarios y Agregados jóvenes. Todos los fieles de la Prelatura
y los socios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz considerarán cómo
colaborar −con la oración, la mortificación y la acción− para llegar a muchas
más personas jóvenes.
En la labor de San Rafael, una prioridad clara de la
formación de los chicos y chicas es la de ayudarles a ser almas de
oración, enseñándoles de modo práctico cómo
hablar con Dios y cómo escucharle. Conviene también que descubran el valor
humano y sobrenatural de la amistad verdadera, la importancia del estudio, de
la lectura y de la excelencia profesional para servir a la Iglesia y a la
sociedad. Entre las virtudes que se deben fomentar en los jóvenes, el Congreso
ha querido mencionar la fortaleza y la reciedumbre, la templanza (por ejemplo,
en el uso inteligente y sobrio de las tecnologías), y todo lo que desarrolla el
espíritu de servicio. Importa ayudar a los jóvenes a dar razón de su fe y a
sacar las consecuencias prácticas que trae consigo el seguimiento del Señor: en
su familia, con sus amigos y en las redes sociales.
25. Es bonito ayudar a que los jóvenes y sus padres
valoren y descubran el atractivo de una entrega total al Señor con el corazón
indiviso, a la vez que se les presenta la belleza de la vocación a formar una
familia cristiana. Desde los Centros de San Rafael donde se realice labor con
universitarios, vale la pena abordar los distintos aspectos del noviazgo y del
matrimonio, sirviéndose de diversos recursos: por ejemplo, testimonios de
Supernumerarios y Supernumerarias, cursos de Orientación familiar para
solteros, conferencias o proyecciones, lecturas de comprobada utilidad. La
urgente necesidad del testimonio de un mayor número de familias cristianas nos
invita a llegar al inicio de este camino vocacional, ya antes del noviazgo, con
auténtico respeto y fe profunda en la misión evangelizadora de la familia
cristiana, «comunidad de fe, esperanza y caridad».
26. Continuemos con entusiasmo la labor apostólica con
universitarios y jóvenes profesionales solteros o recién casados, aprovechando
la formación que miles de ellos han recibido en tantas iniciativas apostólicas,
en particular los colegios, clubes y Centros de San Rafael. En este sentido,
resulta oportuno profesionalizar las asociaciones de alumni,
trabajando con iniciativa y creatividad, desarrollando fórmulas atractivas que
permitan la continuidad del trato en la labor de San Gabriel, promoviendo la
colaboración de muchas personas, como Cooperadores.
27. En los medios de formación de San Rafael y de San
Gabriel, es bueno favorecer el ejercicio de las obras de misericordia
espirituales y corporales, siguiendo la enseñanza constante de la Iglesia, la
experiencia de san Josemaría, y el ejemplo y las palabras del Papa Francisco.
Las actividades y las iniciativas personales relacionadas con la solidaridad,
el servicio a los necesitados y la responsabilidad social, no son algo
coyuntural ni marginal, sino que se encuentran en el núcleo del Evangelio.
Profundizar en la doctrina social de la Iglesia, por ejemplo a través de cursos
y conferencias, ayudará especialmente en contextos de mayor desigualdad social.
28. Las universidades que son labores apostólicas han
de seguir promoviendo la investigación con impacto internacional, y crear
espacios de colaboración con intelectuales de prestigio mundial. Este trabajo
ayudará a desarrollar paradigmas científicos y modelos conceptuales coherentes
con una visión cristiana de la persona, con la convicción de que las sociedades
necesitan esas perspectivas para fomentar la paz y la justicia social. Esa
actitud de servicio a todos se expresa también, naturalmente, en el trato de
amistad con colegas de otras universidades.
Algunas prioridades
29. Además del comienzo cada vez más cercano del
apostolado estable de la Prelatura en nuevos países, el Congreso sugiere
orientar la expansión apostólica hacia algunos lugares en los que ya se
trabaja, y que tienen gran incidencia para la configuración futura de la
sociedad, por encontrarse en ellos organismos internacionales o centros de
liderazgo intelectual.
El Congreso invita a proseguir la publicación y la
difusión de las obras completas de san Josemaría y el correspondiente trabajo
de investigación histórica, para el bien de la Iglesia y de las almas.
Concretamente, se sugiere desarrollar aún más, desde perspectivas diversas
(académica, teológica, sociológica, espiritual, entre otras) ese aspecto
central del mensaje de san Josemaría que es el trabajo de los hijos de Dios
como quicio de la santidad y ámbito natural del apostolado,
con tantas consecuencias para la Iglesia y para la sociedad.
30. Ya estoy a punto de terminar. Después de la lectura
de las páginas anteriores, os podríais preguntar: entre tantas conclusiones a
las que ha llegado el Congreso, ¿cuáles son las prioridades que el Señor nos
presenta en este momento histórico del mundo, de la Iglesia y de la Obra? La
respuesta es clara: en primer lugar, cuidar con delicadeza de enamorados
nuestra unión con Dios, partiendo de la contemplación de Jesucristo, rostro de
la Misericordia del Padre. El programa de san Josemaría será siempre
válido: Que busques a Cristo: Que encuentres a Cristo: Que ames a
Cristo. La labor apostólica de la Obra es y ha de ser siempre una
superabundancia de nuestra vida interior. Son momentos, hijas e hijos míos,
para adentrarnos más y más por caminos de contemplación en medio del mundo.
31. La Iglesia, desde hace décadas, ha fijado su
atención maternal en dos prioridades: la familia y los jóvenes. También
nosotros, como partecica de la Iglesia, queremos secundar los
desvelos de los últimos Papas para que la familia responda cada día con mayor
fidelidad a los planes amorosos que Dios ha trazado para ella. A la vez,
debemos ayudar a todos los jóvenes para que los sueños que tienen de amor y de
servicio se conviertan en una gozosa realidad. Las conclusiones del Congreso
encuentran en el acompañamiento a la familia y a los jóvenes una línea de
fuerza, de la que se podrán sacar muchas consecuencias prácticas en nuestra
labor apostólica diaria.
Junto a estas prioridades, querría subrayar la
urgencia que todos tenemos de agrandar el corazón −le pedimos al Señor que nos
dé un corazón a su medida−, para que entren en él todas las necesidades, los
dolores, los sufrimientos de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo,
especialmente de los más débiles. En el mundo actual, la pobreza presenta
muchos rostros diversos: enfermos y ancianos que son tratados con indiferencia,
la soledad que experimentan muchas personas abandonadas, el drama de los
refugiados, la miseria en la que vive buena parte de la humanidad como
consecuencia muchas veces de injusticias que claman al Cielo. Nada de esto nos
puede resultar indiferente. Sé que todas mis hijas y todos mis hijos pondrán en
movimiento la «imaginación de la caridad», para llevar el bálsamo de la
ternura de Dios a todos nuestros hermanos que pasan necesidad: Los
pobres −decía aquel amigo nuestro− son mi mejor libro espiritual y el motivo
principal para mis oraciones. Me duelen ellos, y Cristo me duele con ellos. Y,
porque me duele, comprendo que le amo y que les amo.
32. El Congreso ha querido poner explícitamente en
manos de la Virgen las conclusiones que acabo de transmitiros. Sólo con su
mediación materna seremos capaces de ir adelante en la apasionante misión que
se nos confía como discípulos de Jesucristo. Ella es la Mater pulchræ
dilectionis, la Madre del Amor Hermoso (cfr. Sir 24, 24),
que celebramos en el calendario proprio de la Prelatura como fiesta litúrgica
hoy, 14 de febrero. En esta fecha, Dios hizo ver a san Josemaría, en 1930, la
vocación de las mujeres del Opus Dei; y en 1943, el lugar de los sacerdotes.
Así se recalcó más la unidad de la Obra, unidad de una desorganización
organizada, pero sobre todo unidad que nace del
Amor, de estar todos pendientes de los demás, hijos de la que es Madre
de Dios y Madre nuestra.
Al cantar hoy el Te Deum de acción de
gracias ante el Señor expuesto solemnemente en la custodia, me acordé de
vosotros. Comunión, unión, comunicación, confidencia: Palabra, Pan,
Amor. Considerando que Jesucristo, ahora escondido en el Pan
y la Palabra, ha de venir al final de los tiempos, le pedí que venga en
nuestra ayuda y os confié a todos a su misericordia.
33. Hijas e hijos míos, si en este mundo, tan bello y
a la vez tan atormentado, alguno se siente alguna vez solo, que sepa que el
Padre reza por él y le acompaña de verdad, en la Comunión de los santos, y que
lo lleva en su corazón. Me gusta recordar en ese sentido cómo la liturgia canta
la presentación del Niño en el Templo, fiesta litúrgica que hemos celebrado el
2 de este mes: parecía, dice, que Simeón sostuviera a Jesús en sus brazos; en
realidad, era al revés: «Senex Puerum portabat, Puer autem senem regebat»: el anciano llevaba al Niño, pero era el
Niño quien sostenía al anciano y lo dirigía. Así nos sostiene Dios, aunque a
veces podamos percibir solamente lo que nos pesan las almas; así nos sostiene,
a través de la bendita Comunión de los Santos.
Per singulos dies, benedicimus te,
día tras día, te bendecimos, Señor, con toda la Iglesia: "cada día",
como amaba repetir don Javier, fiel hijo de san Josemaría y del beato Álvaro;
fiel hijo, decía, empeñado en una lucha cotidiana para dejarse llevar por el
Amor divino. Elevo mi alma al Dios tres veces Santo, de la mano de la Virgen,
Madre del Amor que se da sin medida: haz, Señor, que desde la fe en tu Amor
vivamos cada día con un amor siempre nuevo, en una alegre esperanza.
Con todo cariño, os bendice vuestro Padre Fernando