El Papa en la Audiencia General
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La frase de la Carta de San Pablo a los Romanos que hemos apenas
escuchado nos ofrece un gran don. De hecho, estamos acostumbrados a
reconocer en Abraham a nuestro padre en la fe; hoy el Apóstol nos hace
comprender que Abraham es para nosotros padre de la esperanza; no solo
padre en la fe, sino también padre en la esperanza. Y esto porque en su
historia podemos ya adquirir un anuncio de la Resurrección, de la vida
nueva que vence el mal y la misma muerte.
El texto dice que Abraham creyó en Dios “que da vida a los muertos y
llama a la existencia a las cosas que no existen”; y luego precisa: “Su
fe no flaqueó, al considerar que su cuerpo estaba como muerto y que
también lo estaba el seno de Sara”. Así, esta es la experiencia a la
cual estamos llamados a vivir también nosotros. El Dios que se revela a
Abraham es el Dios que salva, el Dios que hace salir de la desesperación
y de la muerte, el Dios que llama a la vida. En la historia de Abraham
todo se convierte en un himno al Dios que libera y regenera, todo se
hace profecía.
Y lo hace para nosotros, para nosotros que ahora reconocemos y
celebramos el cumplimiento de todo esto en el misterio de la
Pascua. Dios de hecho, “resucitó a nuestro Señor Jesús de los muertos “,
para que también nosotros podamos pasar en Él de la muerte a la vida. Y
de verdad entonces Abraham puede bien llamarse ‘padre de muchos
pueblos’, en cuanto resplandece como anuncio de una humanidad nueva –
nosotros – rescatada por Cristo del pecado y de la muerte e introducida
una vez para siempre en el abrazo del amor de Dios.
A este punto, Pablo nos ayuda a poner en evidencia el vínculo
estrecho entre la fe y la esperanza. Él de hecho afirma que Abraham
“creyó, esperando contra toda esperanza”. Nuestra esperanza no se apoya
en razonamientos, previsiones o cálculos humanos; y se manifiesta ahí
donde no hay más esperanza, donde no hay nada más en que esperar,
justamente como sucedió con Abraham, ante su muerte inminente y la
esterilidad de su mujer Sara. Era el final para ellos, no podían tener
hijos y ahí, en esa situación, Abraham cree y tuvo esperanza contra toda
esperanza. ¡Y esto es grande!
La gran esperanza hunde sus raíces en la fe, y justamente por esto es
capaz de ir más allá de toda esperanza. Sí, porque no se funda en
nuestra palabra, sino en la Palabra de Dios. También en este sentido,
entonces, estamos llamados a seguir el ejemplo de Abraham, quien, a
pesar de la evidencia de una realidad que parece destinada a la muerte,
confía en Dios, “plenamente convencido de que Dios tiene poder para
cumplir lo que promete”. Me gustaría hacerles una pregunta, ¿verdad?:
¿Nosotros, todos nosotros, estamos convencidos de esto? ¿Estamos
convencidos que Dios nos quiere mucho y que todo aquello que nos ha
prometido está dispuesto a llevarlo a cumplimiento? Pero Padre, ¿Cuánto
debemos pagar por esto?. “Hay un precio: abrir el corazón”. Abran sus
corazones y esta fuerza de Dios llevará adelante y hará cosas milagrosas
y les enseñará que cosa es la esperanza. Este es el único precio: abrir
el corazón a la fe y Él hará el resto.
¡Esta es la paradoja y al mismo tiempo el elemento más fuerte, más
alto de nuestra esperanza! Una esperanza fundada en una promesa que del
punto de vista humano parece incierta e impredecible, pero que no
disminuye ni siquiera ante la muerte, cuando a prometer es el Dios de la
Resurrección y de la vida. Esto no lo promete uno cualquiera, ¡no!
Quien lo promete, es el Dios de la Resurrección y de la vida.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos hoy al Señor la gracia de
permanecer instaurados no tanto en nuestras seguridades, en nuestras
capacidades, sino en la esperanza que surge de la promesa de Dios, como
verdaderos hijos de Abraham. Cuando Dios promete, lleva a cumplimiento
aquello que promete. Jamás falta a su palabra.
Y entonces nuestra vida asumirá una luz nueva, en la conciencia de que Quien ha resucitado a su Hijo, resucitará también a nosotros y nos hará de verdad una cosa sola con Él, junto a todos nuestros hermanos en la fe. Todos nosotros creemos.
Y entonces nuestra vida asumirá una luz nueva, en la conciencia de que Quien ha resucitado a su Hijo, resucitará también a nosotros y nos hará de verdad una cosa sola con Él, junto a todos nuestros hermanos en la fe. Todos nosotros creemos.
Hoy estamos todos en la plaza, alabemos al Señor, cantaremos el Padre
Nuestro, luego recibiremos la bendición… pero esto pasa. Pero esto,
también, es una promesa de esperanza. Si nosotros hoy tenemos el corazón
abierto, les aseguro que todos nosotros nos encontraremos en la plaza
del Cielo para siempre, que no pasa nunca. Y esta es la promesa de Dios.
Y esta es nuestra esperanza, si nosotros abrimos nuestros corazones.
Gracias.