Queridos jóvenes:
Nos hemos puesto de nuevo en camino
después de nuestro maravilloso encuentro en Cracovia, donde celebramos
la XXXI Jornada Mundial de la Juventud y el Jubileo de los Jóvenes, en
el contexto del Año Santo de la Misericordia. Allí dejamos que san Juan
Pablo II y santa Faustina Kowalska, apóstoles de la divina misericordia,
nos guiaran para encontrar una respuesta concreta a los desafíos de
nuestro tiempo. Experimentamos con fuerza la fraternidad y la alegría, y
dimos al mundo un signo de esperanza; las distintas banderas y lenguas
no eran un motivo de enfrentamiento y división, sino una oportunidad
para abrir las puertas de nuestro corazón, para construir puentes.
Al final de la JMJ de Cracovia indiqué
la próxima meta de nuestra peregrinación que, con la ayuda de Dios, nos
llevará a Panamá en 2019. Nos acompañará en este camino la Virgen María,
a quien todas las generaciones llaman bienaventurada (cf. Lc
1,48). La siguiente etapa de nuestro itinerario está conectada con la
anterior, centrada en las bienaventuranzas, pero nos impulsa a seguir
adelante. Lo que deseo es que vosotros, jóvenes, caminéis no sólo
haciendo memoria del pasado, sino también con valentía en el presente y esperanza
en el futuro. Estas actitudes, siempre presentes en la joven Mujer de
Nazaret, se encuentran reflejadas claramente en los temas elegidos para
las tres próximas JMJ. Este año (2017) vamos a reflexionar sobre la fe
de María cuando dijo en el Magnificat: «El Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí» (Lc 1,49). El tema del próximo año (2018): «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios» (Lc
1,30), nos llevará a meditar sobre la caridad llena de determinación
con que la Virgen María recibió el anuncio del ángel. La JMJ 2019 se
inspirará en las palabras: «He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), que fue la respuesta llena de esperanza de María al ángel.
En octubre de 2018, la Iglesia celebrará el Sínodo de los Obispos sobre el tema: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional.
Nos preguntaremos sobre cómo vivís vosotros, los jóvenes, la
experiencia de fe en medio de los desafíos de nuestra época. También
vamos a abordar la cuestión de cómo se puede desarrollar un proyecto de
vida discerniendo vuestra vocación, tomada en sentido amplio, es decir,
al matrimonio, en el ámbito laical y profesional, o bien a la vida
consagrada y al sacerdocio. Deseo que haya una gran sintonía entre el
itinerario que llevará a la JMJ de Panamá y el camino sinodal.
Nuestra época no necesita de “jóvenes-sofá”
Según el Evangelio de Lucas, después de
haber recibido el anuncio del ángel y haber respondido con su «sí» a la
llamada para ser madre del Salvador, María se levanta y va de prisa a
visitar a su prima Isabel, que está en el sexto mes de embarazo (cf.
1,36.39). María es muy joven; lo que se le ha anunciado es un don
inmenso, pero comporta también un desafío muy grande; el Señor le ha
asegurado su presencia y su ayuda, pero todavía hay muchas cosas que aún
no están claras en su mente y en su corazón. Y sin embargo María no se
encierra en casa, no se deja paralizar por el miedo o el orgullo. María
no es la clase de personas que para estar bien necesita un buen sofá
donde sentirse cómoda y segura. No es una joven-sofá (cf. Discurso en la Vigilia, Cracovia, 30 de julio de 2016). Si su prima anciana necesita una mano, ella no se demora y se pone inmediatamente en camino.
El trayecto para llegar a la casa de
Isabel es largo: unos 150 km. Pero la joven de Nazaret, impulsada por el
Espíritu Santo, no se detiene ante los obstáculos. Sin duda, las
jornadas de viaje le ayudaron a meditar sobre el maravilloso
acontecimiento en el que estaba participando. Lo mismo nos sucede a
nosotros cuando empezamos nuestra peregrinación: a lo largo del camino
vuelven a la mente los hechos de la vida, y podemos penetrar en su
significado y profundizar nuestra vocación, que se revela en el
encuentro con Dios y en el servicio a los demás.
El Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí
El encuentro entre las dos mujeres, la
joven y la anciana, está repleto de la presencia del Espíritu Santo, y
lleno de alegría y asombro (cf. Lc 1,40-45). Las dos madres, así
como los hijos que llevan en sus vientres, casi bailan a causa de la
felicidad. Isabel, impresionada por la fe de María, exclama:
«Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se
cumplirá» (v. 45). Sí, uno de los mayores regalos que la Virgen ha
recibido es la fe. Creer en Dios es un don inestimable, pero exige
también recibirlo; e Isabel bendice a María por eso. Ella, a su vez,
responde con el canto del Magnificat (cf. Lc 1,46-55), donde encontramos las palabras: «El Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí» (v. 49).
La oración de María es revolucionaria,
es el canto de una joven llena de fe, consciente de sus límites, pero
que confía en la misericordia divina. Esta pequeña y valiente mujer da
gracias a Dios porque ha mirado su pequeñez y porque ha realizado la
obra de la salvación en su pueblo, en los pobres y humildes. La fe es el
corazón de toda la historia de María. Su cántico nos ayuda a comprender
cómo la misericordia del Señor es el motor de la historia, tanto de la
persona, de cada uno de nosotros, como del conjunto de la humanidad.
Cuando Dios toca el corazón de un joven o
de una joven, se vuelven capaces de grandes obras. Las «cosas grandes»
que el Todopoderoso ha hecho en la vida de María nos hablan también del
viaje de nuestra vida, que no es un deambular sin sentido, sino una
peregrinación que, aun con todas sus incertidumbres y sufrimientos,
encuentra en Dios su plenitud (cf. Ángelus,
15 de agosto de 2015). Me diréis: «Padre, pero yo soy muy limitado, soy
pecador, ¿qué puedo hacer?». Cuando el Señor nos llama no se fija en lo
que somos, en lo que hemos hecho. Al contrario, en el momento en que
nos llama, él está mirando todo lo que podríamos dar, todo el amor que
somos capaces de ofrecer. Como la joven María, podéis hacer que vuestra
vida se convierta en un instrumento para mejorar el mundo. Jesús os
llama a dejar vuestra huella en la vida, una huella que marque la
historia, vuestra historia y la historia de muchos (cf. Discurso en la Vigilia, Cracovia, 30 de julio de 2016).
Ser joven no significa estar desconectado del pasado
María es poco más que una adolescente, como muchos de vosotros. Sin embargo, en el Magnificat
alaba a su pueblo, su historia. Esto nos enseña que ser joven no
significa estar desconectado del pasado. Nuestra historia personal forma
parte de una larga estela, de un camino comunitario que nos ha
precedido durante siglos. Como María, pertenecemos a un pueblo. Y la
historia de la Iglesia nos enseña que, incluso cuando tiene que
atravesar mares revueltos, la mano de Dios la guía, le hace superar
momentos difíciles. La verdadera experiencia en la Iglesia no es como un
flashmob, en el que nos damos cita, se realiza una performance
y luego cada uno se va por su propio camino. La Iglesia lleva en sí una
larga tradición, que se transmite de generación en generación, y que se
enriquece al mismo tiempo con la experiencia de cada individuo. También
vuestra historia tiene un lugar dentro de la historia de la Iglesia.
Hacer memoria del pasado sirve también
para recibir las obras nuevas que Dios quiere hacer en nosotros y a
través de nosotros. Y nos ayuda a dejarnos escoger como instrumentos
suyos, colaboradores en sus proyectos salvíficos. También vosotros,
jóvenes, si reconocéis en vuestra vida la acción misericordiosa y
omnipotente de Dios, podéis hacer grandes cosas y asumir grandes
responsabilidades.
Me gustaría haceros algunas preguntas:
¿Cómo “guardáis” en vuestra memoria los acontecimientos, las
experiencias de vuestra vida? ¿Qué hacéis con los hechos y las imágenes
grabadas en vuestros recuerdos? A algunos, heridos por las
circunstancias de la vida, les gustaría “reiniciar” su pasado, ejercer
el derecho al olvido. Pero me gustaría recordaros que no hay santo sin
pasado, ni pecador sin futuro. La perla nace de una herida en la ostra.
Jesús, con su amor, puede sanar nuestros corazones, transformando
nuestras heridas en auténticas perlas. Como decía san Pablo, el Señor
muestra su fuerza a través de nuestra debilidad (cf. 2 Co 12,9).
Nuestros recuerdos, sin embargo, no
deben quedar amontonados, como en la memoria de un disco duro. Y no se
puede almacenar todo en una “nube” virtual. Tenemos que aprender a hacer
que los sucesos del pasado se conviertan en una realidad dinámica, para
reflexionar sobre ella y sacar una enseñanza y un sentido para nuestro
presente y nuestro futuro. Descubrir el hilo rojo del amor de Dios que
conecta toda nuestra existencia es una tarea difícil pero necesaria.
Muchos dicen que vosotros, los jóvenes,
sois olvidadizos y superficiales. No estoy de acuerdo en absoluto. Pero
hay que reconocer que en nuestros días tenemos que recuperar la
capacidad de reflexionar sobre la propia vida y proyectarla hacia el
futuro. Tener un pasado no es lo mismo que tener una historia. En
nuestra vida podemos tener tantos recuerdos, pero ¿cuántos de ellos
construyen realmente nuestra memoria? ¿Cuántos son significativos para
nuestros corazones y nos ayudan a dar sentido a nuestra existencia? En
las «redes sociales», aparecen muchos rostros de jóvenes en
multitud de fotografías, que hablan de hechos más o menos reales, pero
no sabemos cuánto de todo eso es «historia», una experiencia que pueda
ser narrada, que tenga una finalidad y un sentido. Los programas en la
televisión están llenos de los así llamados «reality show»,
pero no son historias reales, son sólo minutos que corren delante de
una cámara, en los que los personajes viven al día, sin un proyecto. No
os dejéis engañar por esa falsa imagen de la realidad. Sed protagonistas
de vuestra historia, decidid vuestro futuro.
Cómo mantenerse unidos, siguiendo el ejemplo de María
De María se dice que conservaba todas las cosas, meditándolas en su corazón (cf. Lc 2,19.51).
Esta sencilla muchacha de Nazaret nos enseña con su ejemplo a conservar
la memoria de los acontecimientos de la vida, y también a reunirlos,
recomponiendo la unidad de los fragmentos, que unidos pueden formar un
mosaico. ¿Cómo podemos, pues, ejercitarnos concretamente en tal sentido?
Os doy algunas sugerencias.
Al final de cada jornada podemos
detenernos unos minutos a recordar los momentos hermosos, los desafíos,
lo que nos ha salido bien y, también, lo que nos ha salido mal. De este
modo, delante de Dios y de nosotros mismos, podemos manifestar nuestros
sentimientos de gratitud, de arrepentimiento y de confianza, anotándolos
también, si queréis, en un cuaderno, una especie de diario espiritual.
Esto quiere decir rezar en la vida, con la vida y sobre la vida y, con
toda seguridad, os ayudará a comprender mejor las grandes obras que el
Señor realiza en cada uno de vosotros. Como decía san Agustín, a Dios lo
podemos encontrar en los anchos campos de nuestra memoria (cf. Confesiones, Libro X, 8, 12).
Leyendo el Magnificat nos damos
cuenta del conocimiento que María tenía de la Palabra de Dios. Cada
versículo de este cántico tiene su paralelo en el Antiguo Testamento. La
joven madre de Jesús conocía bien las oraciones de su pueblo.
Seguramente se las habían enseñado sus padres y sus abuelos. ¡Qué
importante es la transmisión de la fe de una generación a otra! Hay un
tesoro escondido en las oraciones que nos han enseñado nuestros
antepasados, en esa espiritualidad que se vive en la cultura de la gente
sencilla y que conocemos como piedad popular. María recoge el
patrimonio de fe de su pueblo y compone con él un canto totalmente suyo y
que es también el canto de toda la Iglesia. La Iglesia entera lo canta
con ella. Para que también vosotros, jóvenes, podáis cantar un Magnificat
totalmente vuestro y hacer de vuestra vida un don para toda la
humanidad, es fundamental que conectéis con la tradición histórica y la
oración de aquellos que os han precedido. De ahí la importancia de
conocer bien la Biblia, la Palabra de Dios, de leerla cada día
confrontándola con vuestra vida, interpretando los acontecimientos
cotidianos a la luz de cuánto el Señor os dice en las Sagradas
Escrituras. En la oración y en la lectura orante de la Biblia (la
llamada Lectio divina), Jesús hará arder vuestros corazones e iluminará vuestros pasos, aún en los momentos más difíciles de vuestra existencia (cf. Lc 24,13-35).
María nos enseña a vivir en una actitud
eucarística, esto es, a dar gracias, a cultivar la alabanza y a no
quedarnos sólo anclados en los problemas y las dificultades. En la
dinámica de la vida, las súplicas de hoy serán mañana motivo de
agradecimiento. De este modo, vuestra participación en la Santa Misa y
los momentos en que celebraréis el sacramento de la Reconciliación serán
a la vez cumbre y punto de partida: vuestras vidas se renovarán cada
día con el perdón, convirtiéndose en alabanza constante al Todopoderoso.
«Fiaros del recuerdo de Dios […] su memoria es un corazón tierno de
compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio
del mal» (Homilía en la S. Misa de la JMJ, Cracovia, 31 de julio de2016).
Hemos visto que el Magnificat
brota del corazón de María en el momento en que se encuentra con su
anciana prima Isabel, quien, con su fe, con su mirada perspicaz y con
sus palabras, ayuda a la Virgen a comprender mejor la grandeza del obrar
de Dios en ella, de la misión que él le ha confiado. Y vosotros, ¿os
dais cuenta de la extraordinaria fuente de riqueza que significa el
encuentro entre los jóvenes y los ancianos? ¿Qué importancia les dais a
vuestros ancianos, a vuestros abuelos? Vosotros, con sobrada razón,
aspiráis a «emprender el vuelo», lleváis en vuestro corazón muchos
sueños, pero tenéis necesidad de la sabiduría y de la visión de los
ancianos. Mientras abrís vuestras alas al viento, es indispensable que
descubráis vuestras raíces y que toméis el testigo de las personas que
os han precedido. Para construir un futuro que tenga sentido, es
necesario conocer los acontecimientos pasados y tomar posición frente a
ellos (cf. Exhort. ap. postsin. Amoris Laetitia,
191,193). Vosotros, jóvenes, tenéis la fuerza; los ancianos, la memoria
y la sabiduría. Como María con Isabel, dirigid vuestra mirada hacia los
ancianos, hacia vuestros abuelos. Ellos os contarán cosas que
entusiasmarán vuestra mente y emocionarán vuestro corazón.
Fidelidad creativa para construir tiempos nuevos
Es verdad que tenéis pocos años de vida
y, por esto mismo, os resulta difícil darle el debido valor a la
tradición. Tened bien presente que esto no significa ser
tradicionalistas. No. Cuando María en el Evangelio dice que «El
Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí» (Lc 1,49), se refiere a
que aquellas «cosas grandes» no han terminado, sino que continúan
realizándose en el presente. No se trata de un pasado remoto. El saber
hacer memoria del pasado no quiere decir ser nostálgicos o permanecer
aferrados a un determinado período de la historia, sino saber reconocer
los propios orígenes para volver siempre a lo esencial, y lanzarse con
fidelidad creativa a la construcción de tiempos nuevos. Sería un grave
problema que no beneficiaría a nadie el fomentar una memoria
paralizante, que impone realizar siempre las mismas cosas del mismo
modo. Es un don del cielo constatar que muchos de vosotros, con vuestros
interrogantes, sueños y preguntas, os enfrentáis a quienes consideran
que las cosas no pueden ser diferentes.
Una sociedad que valora sólo el presente
tiende también a despreciar todo lo que se hereda del pasado, como por
ejemplo las instituciones del matrimonio, de la vida consagrada, de la
misión sacerdotal. Las mismas terminan por ser consideradas vacías de
significado, formas ya superadas. Se piensa que es mejor vivir en las
situaciones denominadas «abiertas», comportándose en la vida como en un reality show,
sin objetivos y sin rumbo. No os dejéis engañar. Dios ha venido para
ensanchar los horizontes de nuestra vida, en todas las direcciones. Él
nos ayuda a darle al pasado su justo valor para proyectar mejor un
futuro de felicidad. Pero esto es posible solamente cuando vivimos
experiencias auténticas de amor, que se hacen concretas en el
descubrimiento de la llamada del Señor y en la adhesión a ella. Esta es
la única cosa que nos hace felices de verdad.
Queridos jóvenes, encomiendo a la
maternal intercesión de la Bienaventurada Virgen María nuestro camino
hacia Panamá, así como también el itinerario de preparación del próximo
Sínodo de los Obispos. Os invito a recordar dos aniversarios importantes
en este año 2017: los trecientos años del descubrimiento de la imagen
de la Virgen de Aparecida, en Brasil; y el centenario de las apariciones de Fátima, en Portugal, adonde, si Dios quiere, iré en peregrinación el próximo mes de mayo.
San Martín de Porres, uno de los santos patronos de América Latina y de
la JMJ de 2019, en su humilde servicio cotidiano tenía la costumbre de
ofrecerle las mejores flores a María, como signo de su amor filial.
Cultivad también vosotros, como él, una relación de familiaridad y
amistad con Nuestra Señora, encomendándole vuestros gozos, inquietudes y
preocupaciones. Os aseguro que no os arrepentiréis.
La joven de Nazaret, que en todo el
mundo ha asumido miles de rostros y de nombres para acercarse a sus
hijos, interceda por cada uno de nosotros y nos ayude a proclamar las
grandes obras que el Señor realiza a través de nosotros.
Vaticano, 27 de febrero de 2017
Memoria de san Gabriel de Nuestra Señora de los Dolores
Memoria de san Gabriel de Nuestra Señora de los Dolores
Francisco