El Papa en Santa Marta
Todas
las lecturas de hoy nos hablan del perdón. Y el perdón es un misterio
difícil de entender. Con la Palabra de hoy, la Iglesia nos hace entrar
en ese misterio del perdón, que es la gran obra de misericordia de Dios.
Y el primer paso es la vergüenza de
nuestros pecados, una gracia que no podemos obtener solos. Es capaz de
sentirla el pueblo de Dios triste y humillado por sus culpas, como narra
en la primera Lectura el profeta Daniel (3,25.34-43); mientras que el
protagonista del Evangelio de hoy (Mt 18,21-35) no logra hacerlo. Se
trata del siervo a quien el dueño le perdona todo a pesar de sus grandes
deudas, pero que a su vez luego es incapaz de perdonar a sus deudores.
No ha comprendido el misterio del perdón. Si yo os pregunto: ¿Todos
vosotros sois pecadores? –Sí, padre, todos. ¿Y qué hacéis para obtener el perdón de los pecados? –Nos confesamos. ¿Y cómo vas a confesarte? –Pues voy, digo mis pecados, el cura me perdona, me pone tres Avemarías de penitencia y me voy en paz.
¡Pues no lo has entendido! Tú solo has ido al confesionario como el que
va a realizar una operación bancaria, a hacer una gestión
administrativa. No has ido allí avergonzado por lo que has hecho. Has
visto unas manchas en tu conciencia, pero te has equivocado porque has
creído que el confesionario es una tintorería para quitar las manchas.
Has sido incapaz de avergonzarte de tus pecados.
Vergüenza pues, pero también conciencia
del perdón. El perdón recibido de Dios, la maravilla que ha hecho en tu
corazón, debe poder entrar en la conciencia; de lo contario, sales, te
encuentras a un amigo o una amiga, y empiezas a criticar a otro, y
sigues pecando. Solo puedo perdonar si me siento perdonado. Si no tienes
conciencia de ser perdonado, nunca podrás perdonar, nunca. Siempre
tenemos la tentación de querer pedir cuentas a los demás. Pero el perdón
es total. Y solo se puede hacer cuando siento mi pecado, me arrepiento,
me da vergüenza y pido perdón a Dios y me siento perdonado por el
Padre, y así puedo perdonar. Si no, no se puede perdonar, somos
incapaces. Por eso, el perdón es un misterio.
El siervo, protagonista del Evangelio,
tiene la sensación de “haberlo logrado”, de haber sido astuto; en
cambio, no ha entendido la generosidad del dueño. Y cuántas veces,
saliendo del confesionario sentimos eso, sentimos que “lo hemos
conseguido”. Eso no es recibir el perdón, sino la hipocresía de robar un
perdón, un falso perdón. Pidamos hoy al Señor la
gracia de comprender ese “setenta veces siete”. Pidamos la gracia de la
vergüenza ante Dios. ¡Es una gran gracia! Avergonzarse de los propios
pecados y así recibir el perdón y la gracia de la generosidad de darlo a
los demás, porque si el Señor me ha perdonado tanto, ¿quién soy yo para
no perdonar?