Textos: Éxodo 17, 3-7; Romanos 5, 1-2.5-8; Juan 4, 5-42
Idea principal: la Cuaresma es tiempo para tener sed
del Dios viviente. Dios nos ofrece agua restauradora y vivificante en
el Costado abierto del Salvador. Y en la Pascua quedaremos saciados sin
necesidad de ir a otras fuentes del mundo.
Resumen del mensaje: el domingo pasado Jesús nos
invitaba a subir al Tabor. Hoy nos ofrece su agua viva, que es Él. Pero
tenemos que pedírsela, como hizo el pueblo de Israel con Moisés (primera
lectura) y la samaritana (evangelio). Y pedirla con fe y esperanza
(segunda lectura). Su agua, que brotará del Costado abierto en la
Pascua, sacia nuestros anhelos de felicidad completa (evangelio).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, el agua es uno de los símbolos que con más
frecuencia aparece en la Sagrada Escritura, cuyo correlato en el hombre
es la sed. Símbolo algo difícil de percibir en toda su fuerza para
nosotros, que habitamos un país en el que, por lo general, el agua
abunda. No nos cuesta trabajo. Basta abrir el grifo. En Palestina, en
cambio, cuando había escasez era uno de los elementos más apreciados, el
primero y fundamental para la supervivencia del hombre. El agua es
también condición de fecundidad de la tierra. Sin ella, tenemos desierto
árido, zona de hambre y de sed, y la consecuencia, si no hay pozos o
cisternas, muerte de hombres, animales y vegetales. Poseer fuentes de
agua en Palestina es signo de riqueza y de bendición divina.
En segundo lugar, la Biblia recurre con frecuencia a la imagen del
agua para expresar el misterio de la relación entre Dios y el hombre.
Dios es la fuente de la vida para el hombre y le da la fuerza de
florecer en el amor y la fidelidad. Apartarse de él es morir de sed.
Preguntemos a la samaritana del evangelio de hoy. Lejos de Dios, el
hombre no es sino tierra árida, sin agua, destinado a la muerte. El alma
siente la nostalgia de Dios porque tiene el cántaro del corazón vacío
(evangelio). Pero si Dios está con el hombre, éste se transforma en un
huerto, poseyendo en sí la fuente misma que lo hace vivir. El agua es
así símbolo del Espíritu de Dios, capaz de transformar un desierto en
floreciente vergel y un pueblo infiel en verdadero Israel (primera
lectura). Y con esa agua podremos abrevar también a nuestra familia y
nuestros sueños.
Finalmente, Jesús ha venido a traernos sus aguas vivificantes, como a
la samaritana. Él es la roca de donde sale esa agua. Lo que tenemos que
hacer nosotros es golpear con la fe y la esperanza esa roca (primera
lectura). Esa roca para nosotros es el Costado abierto de Jesús que
destila agua viva y sanadora en los sacramentos. Necesitamos llevar el
balde de nuestra vida, aunque esté agujereado y seco, y Jesús lo
arreglará, como hizo con la samaritana (evangelio). Jesús, con ternura y
tiento, fue elevando poco a poco a esta mujer al nivel de fe, para que
pudiera auparse hasta su Costado abierto y beber.
Para reflexionar: ¿Dónde encuentro a Jesús hoy como
agua viva? ¿Tengo el balde preparado ya para recibir esa agua
vivificante, santificadora y sanadora? ¿Dónde suelo ir a saciar mi sed: a
los pozos contaminados de este mundo o a la fuente de Cristo que la
Iglesia conserva intacta y viva en los sacramentos y en la piedad
popular?