3/31/17

‘Señor me he alejado, pero tú me esperas’

El Papa ayer en Santa Marta


Dios soñó con su pueblo, pero este le desilusionó. Es lo que nos narra hoy el Libro del Éxodo (32, 7-14): el sueño y las desilusiones de Dios. El pueblo es el sueño de Dios. Soñaba porque lo amaba. Pero ese pueblo traiciona los sueños del Padre y Dios comienza a sentir la desilusión e incluso pide a Moisés que baje del monte adonde había subido para recibir la Ley. El pueblo no ha tenido la paciencia de esperar a Dios ni siquiera 40 días. Se hicieron un becerro de oro, un dios para divertirse, y se olvidaron del Dios que les salvó.
El profeta Baruc tiene una frase que dibuja bien a este pueblo: Os habéis olvidado del Dios que os sustenta (cfr. Bar 4,8). Olvidar al Dios que nos ha creado, que nos ha hecho crecer, que nos ha acompañado en la vida: esa es la desilusión de Dios. Ya Jesús, en las parábolas, habla de aquel hombre que planta una viña y luego fracasa, porque los obreros quieren quedársela para ellos (cfr. Mc 12,1-12). ¡En el corazón del hombre siempre está esa inquietud! No está satisfecho de Dios, del amor fiel. El corazón del hombre está siempre inclinado a la infidelidad. Y esa es la tentación.
Así pues, Dios, por medio de un profeta, reprocha a este pueblo que no tiene constancia, que no sabe esperar, que se ha pervertido, que se aleja del verdadero Dios y se busca otro dios. Y viene la desilusión de Dios: la infidelidad del pueblo. Pues también nosotros somos pueblo de Dios y conocemos bien cómo es nuestro corazón, y cada día debemos recomenzar el camino para no deslizarnos lentamente hacia los ídolos, las fantasías, la mundanidad, la infidelidad. Creo que hoy nos vendría muy bien pensar en el Señor desilusionado: Dime Señor, ¿estás desilusionado conmigo? En algo sí, seguro. Pues pensarlo y haceros esa pregunta.
Dios tiene un corazón tierno, un corazón de padre. Recordemos, por ejemplo, cuando Jesús lloró sobre Jerusalén (cfr. Lc 19,41). Preguntémonos si Dios llora por mí, si está desilusionado conmigo y si yo me he alejado del Señor. ¿Cuántos ídolos tengo que no soy capaz de quitármelos de encima, que me esclavizan? Es la idolatría que llevamos dentro. Y Dios llora por mí. Pensemos hoy en esta desilusión de Dios que nos hizo por amor y, en cambio, nosotros vamos a buscar amor, bienestar, pasarlo bien en otras partes y no en el amor de Él. Nos alejamos de este Dios que nos ha criado. Esto es un buen pensamiento para la Cuaresma, que nos hará bien. Haced todos los días un pequeño examen de conciencia: Señor, tú que has tenido tantos sueños sobre mí, yo sé que me he alejado, pero dime dónde, cómo, para volver… Y la sorpresa será que Él siempre nos espera, como el padre del hijo pródigo, que lo vio venir de lejos, porque lo estaba esperando.