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El Papa Francisco acaba de cumplir cuatro años de su servicio en la cátedra de Pedro. Me regalaron un voluminoso libro, El gran Reformador, en que el autor, Austen Ivereigh, trata de hacer el retrato de un Papa radical. Afirma en el Epílogo: “El que recurre a las raíces es un radical (del latín radicalis, que
forma la raíz). El radicalismo de Francisco nace de su extraordinaria
identificación con Jesús tras una vida de inmersión total en el
Evangelio y en la oración mística. Esa identificación le lleva a querer
simplificar, centrar, aumentar las ocasiones de despejar el camino para
que Dios actúe. Ello conduce a un tipo de liderazgo dinámico,
desconcertante, que si bien hace las delicias de la mayoría de los
católicos y atrae a las personas más allá de las fronteras de la fe, ha
escandalizado y desconcertado a diversos ‘partidos’ dentro de la
Iglesia. Un radical puede resultar profundamente atractivo, pero jamás
podrá gustar a todo el mundo”.
Por lo contrario, en el diario español El País, un
comentarista critica acremente al Papa, diciendo que no ha hecho
ninguna reforma y que es pura apariencia, algo así como un populismo
religioso. Dice que, por ejemplo, nada ha hecho para que las mujeres
puedan ser sacerdotes; que no ha abierto la puerta plenamente para dar
la comunión a divorciados vueltos a casar; que no acepta los
“matrimonios” de personas del mismo sexo, ni el aborto, ni legitima las
prácticas homosexuales, etc.
PENSAR
Es
claro que el Papa no puede cambiar el Evangelio, pues no es su dueño,
sino su servidor. Si el Papa cediera en todo lo que el mundo busca, ese mundo condenado
por Jesús, traicionaría su misión; sería un anti-papa, un lobo vestido
de blanco. Que nadie espere ese tipo de reformas; eso no es volver a las
raíces, sino destrozarlas; eso no sería una reforma, sino una debacle.
Afortunadamente, el Papa Francisco sabe lo que puede y lo que no puede
hacer. Tenemos plena confianza en su elección. El hecho de insistir en
que la Iglesia debe ser una casa y una familia llena de misericordia, es
para que hagamos llegar el amor misericordioso de Dios a tantas
personas que sufren y que han sido condenadas y excluidas, no para
legitimar lo que no es legitimable.
Resalto sólo un punto en que más insiste: ser una Iglesia pobre, con y para los pobres. Lo dijo desde el principio y lo repite con oportunidad o sin ella.
Y no es discurso, sino práctica, obras, estilo de vida. Es uno de los
aportes de la Iglesia latinoamericana, que a muchos europeos
desconcierta y molesta, acostumbrados como están a un confort de vida
que les impide ver hacia abajo. Y como condena, por activa y por pasiva,
la idolatría del dinero de este sistema económico, quienes viven y se
benefician de él, lo rechazan tajantemente; les revuelve el estómago,
porque les hace ver su egoísmo y los mecanismos injustos en que se apoya
su capital.
Dice en Evangelii gaudium: “Si
la Iglesia entera asume este dinamismo misionero, debe llegar a todos,
sin excepciones. Pero ¿a quiénes debería privilegiar? Cuando uno lee el
Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los
amigos y vecinos ricos, sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos
que suelen ser despreciados y olvidados. No deben quedar dudas ni caben
explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, los
pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio, y la
evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que
Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo
inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos”
(48). “De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los
pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de
los más abandonados de la sociedad” (186).
“Es
un mensaje tan claro, tan directo, tan simple y elocuente, que ninguna
hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizarlo. ¿Para qué complicar
lo que es tan simple? ¿Para qué oscurecer lo que es tan claro?” (194).
“Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica
antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Inspirada en
ella, la Iglesia hizo una opción por los pobres entendida como una forma
especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la
cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Esta opción
–enseñaba Benedicto XVI– «está implícita en la fe cristológica en aquel
Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su
pobreza». Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres” (198).
ACTUAR
Pidamos
al Espíritu Santo que ilumine y fortalezca al Papa, y procuremos
conocer y asumir lo que Dios nos está pidiendo por su mediación.